Mi primo el Poliéster, quien con sosegada paciencia me condujo en mis años mozos al difícil arte de entender y disfrutar la Nueva Trova, era también, por decir lo menos, bastante vulgarcito cuando se lo proponía. De él también adopté algunos saberes prácticos para la cacería de jovencitas así como una que otra reflexión, por ejemplo: “en gustos se rompen géneros y en moteles se rompen hímenes”. En este punto ya me encuentro preocupado, muy preocupado por saber qué pensará de mí y mi sacrosanta escritura. Quisiera pensar que no a todos les infartó la anterior reflexión y que el mundo tuvo suficiente con los estertores de mi tía la Negra que en su lecho de muerte todavía seguía haciendo la cruz divina para evitar que nos acercáramos y así evitar que su alma se mancillara con la cercanía de ese par de truhancitos en que nos habíamos convertido.
Quiero aclarar que a estas alturas aún no estoy seguro de qué es lo que realmente les quiero decir, por lo que autorizo que si al final no digo nada concreto, así como a Ernesto Cordero, se me descuente el día.
Habiendo dicho lo anterior prosigo con mis divagaciones sin pudor alguno.
Últimamente he estado ocupado en idear actividades para que el Paquito se gaste las pilas y deje de estar jorobando. Por tal motivo le busqué una escuela de futbol para que en lugar de estar pateando mis angelicales eggs, se pusiera a patear otro tipo de pelotas. Casi todas las escuelas de futbol que encontré estaban o muy lejos de mi domicilio o con horarios muy complicados, todas menos una, que está justo a unas cuadras de mi casa cada vez más chica y con un horario flexible. Las instrucciones fueron giradas y su señora madre fue la sorteada para llevar al futuro Cristiano Ronaldo a la clase muestra. Lo que no me esperaba era que al volver de la primera clase se me informara que no, nanais de los nanaises, su hijo -aquél que nació en sábanas de seda y al que le compra papel sanitario con filigrana de oro- jamás asistiría a un lugar de perdición como ese.
Supuestamente el ambiente no pasó los filtros y tanto al interior como al exterior de la cancha se respiraba un aire bastante pelafustán. ¡Dios mío! Exclamé, y pedí perdón por no haber notado que la mayoría de esos niños futbolistas eran seguidores de Los Pumas y el Cruz Azul. Se filtró un silencio congelante y descubrí que mi pequeña broma no había hecho gracia en la mamá del pequeño Príncipe. Después de unos segundos se dio la media vuelta no sin antes soltarme las cuatro palabras que han demolido civilizaciones enteras y que abrirán algún día las puertas del tártaro: ¡Haz-lo-que-quieras!
Lo rescatable es que seguro no soy el único. Me imagino a la señora de Cordero cuando éste le declaró sus intenciones de ir al SúperBowl: vieja, pero, pero, pero quiero ir (con carita triste y moviendo las orejas), no tiene nada de malo, mira, es domingo, he ahorrado mis mesadas desde que estaba en el Colegio Jesuita Avenida Jardín, entre tanta gente nadie se va a dar cuenta, y a últimas, si algo pasa pues que me descuenten el día. Sus palabras fueron seguidas de un silencio congelante, y luego, retumbaron en la habitación con el estruendo de un tanque de gas explotando en una carnicería las cuatro palabras del Apocalipsis: ¡Haz-lo-que-quieras!
El resto, bien querido lector lectora, es historia. El señor hizo lo que quiso. Total, a lo más le vamos a descontar el día… como a mí.
Cualquier comentario de esta pelafustana columna, favor de enviarlo a atticusslicona@nullgmail.com, puede seguirme en twitter en @atticuss1910 y si gusta leer mi blog lo puede hacer en atticusslicona.wix.com/atticuss