Los propietarios de ojos no aguzados podrían decir, al ver mi calle, que aquí sobra el dinero. Nada más alejado de la realidá tú (en perfecto cosamaloapeño), no, yo más bien veo que lo que sobra es miedo. Me explico. Recordará que el año pasado en amplias zonas de Xalapa el Dios Tláloc se puso neuras y nos mandó una granizada de esas que ¡ajijuela! De las que hay que tenerles miedo porque si algún despistado no calcula bien la correlación masa-aceleración de la gravedad, puede terminar con la cabeza como alcancía tlaquepaquense.
Cuando llegué a vivir a esta bella ciudad, hace ya varias décadas, la neblina era cosa común. Estaba bastante jovencito y se me escurría la baba, pero no tanto como para creer cualquier cosa. Mi padre le contaba a mi hermanita que la neblina era producto de un duendecillo que regaba polvos mágicos a cucharadas, escarchando la ciudad y dejándola fresca. Cada que venía bajando la neblina escuchábamos a mi papá cuentearse a mi hermanita: “Ya está el duendecillo regando neblina a cucharadas”. No creo que ella se lo haya creído, pese a que era bastante limitadita por el defecto de la edad.
Así que tenemos ya dos personajes celestes que determinan el clima xalapeño, Tláloc y el duendecillo de las cucharadas. El caso es que, no me dejará mentir, cada día el solecito comienza a ganarle cancha a los frentes fríos y sin dilación alguna la primavera se asoma ya. Yo quisiera que esa primavera se mantuviera constante, no perenne pero sí cuando menos que durara más, no la odio como Yuri que odia la maldita primavera.
Vuelvo al punto. En los frentes de las casas ocurrió una explosión inusual de construcciones y los albañiles hormiguean en la colonia. Los que pudieron, ahorraron; los que no pudieron ahorrar, pidieron un préstamo; y los que no pudieron hacer ni una ni otra cosa, nos quedamos viendo cómo los vecinos construyen sus cocheras techadas. En mi caso no me alcanza para eso, no soy político revolucionario, para lo único que me alcanzó es para medio techar una zona perdida del patio que me servirá de madriguera, o de estudio como me corrige doña Lupe.
Yo no creo que se vuelva a dar en el corto plazo otra granizada como la del año pasado. Eso fue algo atípico que estadísticamente demorará otros cien años en darse. ¿Pero quién soy yo para criticar los motivos del lobo? En esta vida pasajera hay quienes cuestionan el querer pasársela bomba y atesorar, pues aseguran que es mejor atesorar instantes, amigos y familiares. Pero hay que cuidar el patrimonio.
La febril aparición espontánea de construcciones demuestra que la población aún tiene muy presente la terrible desgracia que hizo añicos vehículos, rompió ventanas y desfloró domos. Para muchos, me incluyo, representó un desorden en las finanzas personales del que no terminamos de reponernos. Ya viene la primavera, qué cosa tan linda. Pero por desgracia cada que veamos que el cielo se ennegrece y se nos queda el aire en penumbras, correremos a tapar los autos con colchonetas, cobertores o hasta cartones y madera.
El ritmo de los albañiles es impresionante, saben que tienen poco más de un mes para terminar. Ojalá y esté en lo cierto y no nos sorprenda otra espantosa granizada o cuando menos que ya granice en otro lado.
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