Infructuosamente quise escabullirme de mis deberes, aplicar La Fantasmal, que era una muy mala costumbre que tenía un viejo amigo de la juventud, quien después de haber bebido y comido, por arte de magia desaparecía a la hora de pagar la cuenta. ¿Y ese? Nos preguntábamos todos incrédulos al principio hasta que aprendimos a alinear sus ausencias con los fines de quincena. En fin, que yo también quise aplicar la fantasmal y meterme en algún refugio soterrado que me diera tantita tranquilidad.

Quise ocupar mis pocas cualidades a otros menesteres más serios, pero al final caí en la cuenta que para ser serio hay que tener tiempo, y eso es de lo que menos tengo. Así que ni hablar, si quiere puede seguirme acompañando en este periplo que se llama Diario Íntimo, espacio etéreo al cual he sido confinado con la fuerza de la gravedad de un hoyo negro. Ya sabré si realmente me extrañaron todos aquellos que en estos últimos meses me confiaron que no podían dormir recordando mis columnas, y que los traía con un pendiente los primeros días. Tal vez ellos volverán a leerme y estaremos nuevamente aquí, como dijera la canción, sin que encuentren nada extraño, o tal vez no, tal vez se cansaron de que su servidor les esté viendo la cara de majes y digan “¡aish, así ya no!”. De cualquier forma gracias a los que se quedaron, gracias a los que se fueron y gracias a los que vendrán.

Un mes después de las elecciones percibo que mi Estado sigue igual, y lo que es peor, que mi país no ha cambiado. Recién leía hace unos días una antigua columna de mi ídolo Germán Dehesa que narraba los días del Mundial de Francia 98. Palabras más, palabras menos, comenzó con una enumeración de todos los problemas nacionales: inminente devaluación del peso frente al dólar, escases y caída del precio del petróleo, una corrupción galopante y voraz, la clase política divorciada de la población, los pobres cada vez más pobres. Al leerla entré en shock, y no se me quitó hasta que me tomé un par de tequilas dobles. ¡No puede ser! Cuatro Copas del Mundo después, diecisiete años han pasado, y México sigue igual, y lo que es peor, le seguimos echando la culpa de todo lo malo a las causas externas.

Hoy me encuentro que los discursitos y los discursotes no han cambiado, que el México que vio Colosio sigue vigente, que la justicia social no llega, y que vivimos siempre en vilo, acostumbrados pero en vilo. Antes cada que el dólar se deslizaba las señoras de bien sentían que se les movía el diú, ahora el peso sigue en una lenta pero continua caída y ni para ahorrar somos pues ni para eso queda. Estamos tan acostumbrados a vivir al límite de esa nebulosa que se llama Crisis que vamos danzando contentos y resignados a cuando menos poder irla llevando.

No vi ni escuché ningún discurso rafagueante entre los candidatos a diputado. Todos prometieron en esencia lo mismo. Y tampoco escucho ni veo aspirantes a Gobernador del Estado que esgriman una idea distinta. Otros han prometido lo que hoy prometen, otros han estado cansados de la malsana corrupción, otros han asegurado que ahora sí viene lo bueno… y seguimos esperando. A nivel municipal, estatal y federal, seguimos igual. Por eso es que mis columnas son en mayor medida de mis andanzas y desventuras, que cuando menos es otra especie de corrupción. Los invito a que acompañen al Paquito, amo y señor del Xbox; a Gloria que cada día es más la gloria de un tipejo y que cada día me hace menos caso; venga, pásele, no le prometo consistencia pero sí mucha melcocha, bailaremos juntos y reiremos al unísono. Si usted, bien querido lector lectora, es de aquellos que quiere encontrar un remanso entre todas las columnas políticas, tal vez encuentre en esta buhardilla de los desterrados un lugarcito para que cantemos juntos.

Tome nota: ¡ya volví!

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