Quisiera tener la facilidad de aprender que tiene Paquito. Es electrizante la capacidad que tiene para absorber palabrotas que lo convierten en un excelente candidato para las fuerzas básicas del Cruz Azul. Por lo regular no le pongo mucha atención, pues según leí en Facebook (ergo, tiene que ser cierto), es su forma de llamar la atención, pero sí hay varias ocasiones en que el pequeño mequetrefe se pasa de cómico y me brota la preocupación.
Yo quisiera tener esa capacidad de aprender pero la que tienen los buenos hombres de sangre suave, que se la pasan sonriendo y por su faz pareciera que gozan la vidota. No soy yo así, provengo de una familia en que el sonreír no es un deporte e interiorizar el sufrimiento es un don. Pertenezco a un sector familiar que ha aprendido a lo largo de generaciones a apretar los dientes, a cerrar los puños, y esbozar una casi imperceptible sonrisa sólo señalada por los movimientos comisulares de la boca (ya sé que no existe la palabra pero no sufra).
Yo soy feliz, demasiado, diría, para lo que merezco, pues la vida ha sido pródiga y generosa conmigo pese a lo poco que yo he hecho por ella. Pero de ahí a ser feliz siempre, no se me da, tengo mis lapsos y mis días en que ni yo mismo me aguanto. ¿Atticuss qué tienes? Me preguntan a veces, pero Atticuss solo masculla en sus adentros. Quisiera ser como aquellos que son felices siempre y que sonríen siempre. “Yo soy feliz siempre”, acostumbra a decirme mi papuchis. Pero ese tipo de aseveraciones se me hacen infames, no es posible, le digo yo, ser feliz siempre, podrás tener tus momentos de alegría, estar incluso mayormente feliz, pero ¿siempre? Sipi, me contesta siempre sonriendo. A él, por cierto, le hemos negado la entrada a ese selecto sindicato familiar de los sufridores.
Pero el sufrimiento no es nuevo, es milenario, y el mexicano también sufre por gusto, por pasión, porque en el sufrimiento encuentra tal vez su redención y por eso le cuesta sonreír. Cuauhtémoc, último emperador azteca, es nuestro más puro héroe, y no por sus construcciones, sus batallas o sus conquistas, sino porque sufrió como pocos y aguantó como los grandes mientras los españoles le quemaban los pies. Sor Juan Inés, la poetisa, para ser feliz al lado de sus libros y sus letras, escogió sufrir la reclusión de un monasterio. Y los mexicanos decimos Ay qué bonito. Todos nuestros grandes héroes lo son porque son los grandes derrotados como escribiera Luis González de Alba.
Estacionado en un jueves con sabor a viernes, es como vivo. No sonrío del todo porque aún no es fin de semana, pero como dice el filósofo de Macuspana, me siento optimista y medio sonrío porque ya falta poco. Días como hoy son extraños y variopintos, los oficinistas llegan con bríos pero reprimidos por una jornada laboral que aún les falta, los niños en las escuelas saborean dos días de sana holganza sin brincar desaforados, las madres y los padres comienzan a buscar las babuchas que usarán todo el fin de semana pero con la flojera sepulcral de los burócratas, y hasta el sol va y viene con timidez. Este país, que cada día está más resquebrajado y polvoso, entero se pone medio alegre y sonríe a medias. Hoy que es jueves ya comienzo a disfrutar el viernes y solo espero darme el tiempo para jugar Xbox con el Paquito y tener la habilidad que tiene él para aprender… quien sabe, tal vez aprenda a decirle a los gobernantes que tienen a este país tan demacrado, nuevos insultos como: rastrapajos, zampabollos, gaznápiros, calambucos… o unos cientos más.
Tome nota: ¿Y Osorio Chong? ¿Y Videgaray? Creo que se le olvidaron señor Presidente.
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