Hasta eso nos quitaron, nos arrebataron la faraónica entrada del Charro Mayor, el Tótem, el Pater Familias, a la Cámara de Diputados donde antes entregaba el Presidente su Informe. El otrora día del Presidente ha quedado reducido a un triste carnavalito que ni gracia hace y que tiene menos rating que Ventaneando. Porque a ver, seamos serios, qué lo tiene con más tensión, lo que pase cuando Osorio el chino Chong entregue un documento escrito o un partido América vs Cruz Azul.
Antes la cosa era bonita, el paseíllo por el ruedo, los millones de papeles de colores que cubrían el cielo azul, y abajo, en una carrosa como de cuento de hadas, el Presidente vestido de gala, con la banda tricolor cruzada al pecho, y él sonriente pues había terminado un año más de su difícil encargo (también es difícil robarse todo el dinero). Las muchachas en los balcones saludaban y tiraban lazos, collares y besos, despidiendo al galán de telenovela que cachaba rosas en el aire y se colocaba una en el ojal. Así, lleno de flores y papeles multicolor, entraba al recinto en donde lo esperaban quinientos bramantes diputados dispuestos a aplaudirle, las porras no se hacían esperar y a la bío, a la bao, a la bim bom bao, el Presi, el Presi… ra ra rá.
Luego se aventaba un discurso de dos horas que ponía a todos en un estado catatónico de relajamiento como temazcal yucateco, y hasta los niños aguantábamos estoicos porque aunque no había clases los papás nos encasquillaban el evento. Orejas, rabo, vuelta al ruedo y otra vez el paseo en el Presibus, para terminar en Palacio Nacional donde iban todos los que no pertenecían a la naquiza a saludar al Presidente.
Ahora, uf, qué decepción, es un aburrimiento sin la menor parafernalia. Qué bonito sería que el Presidente decidiera presentar nuevamente sus informes en vivo. No imagino a Cuitláhuac García en su departamentito de la Jardín Balbuena apurado planchando su ropa para cumplir con el protocolo de etiqueta, y llegar al pleno a responderle a Peña Nieto “Todos juntos somos más que vos”. Pero si se diera, sería de lo lindo, o tal vez imaginemos a Peña Nieto vestido de charro, en un traje típico jalisciense de rayón negro y broches de plata y oro a los costados, cinturón piteado y botas de cerdo toluqueño, un sombrero gigante que le menearía la cabeza y amenazaría con descoyuntarle el cuello, y que partiera de Palacio Nacional montado en su corcel (llamémoslo Virgilio) al que espolonearía por toda la avenida, hasta llegar al Palacio Legislativo y entrara con todo y caballo a la sala dejando a su paso el sordo ruido de los cascos y una estela de excremento de Virgilio.
El atril sería una mesa de pino con un taburete al costado para que se siente Don Peña Nieto y despatarrara su humanidad. Al centro, una botella de tequila Tradicional, un caballito (de vidrio), limón y sal. Se tomaría nuestro charro protector tres tequilas dobles y comenzaría a recitarnos todo lo bueno que habría hecho en ese último año de su difícil encargo (también es difícil robarse todo el dinero siendo charro).
Eso no se dará, lástima, porque ya tenía pensado describirles la salutación que se haría en Palacio Nacional adornado de lienzo charro, con Osorio Chong en distintas suertes floreando la reata y haciendo el temible paso de la captura del Chapo. Pero no, no hay ni Informe charro ni charro informe. Ya no hay nada, sólo una difusa amalgama de todos los spots televisivos en los que nos dicen que en tres años de Mover a México, vamos por buen camino. Cuando menos.
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