Así es, mis queridas lectoras, mis apreciados lectores, pero los que intentamos con esmero ser profesionales en los medios de comunicación también somos seres humanos y por ende -como el pecado original del que sólo María y la mamá de Moisés se salvan en la Biblia- nuestras opiniones e interpretaciones son como los de cualquier sujeto.
Hubo una ideología dominante por allá en la segunda guerra mundial (“segunda guerra mundial” es un decir, ya que según cuenta el historiador Hobsbawm, la primera y la segunda son en realidad un mismo conflicto de 31 años, desde el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria –quien por cierto era sobrino de Maximiliano de Habsburgo-, en Sarajevo, hasta las dos bombas en Japón) que planteaba una postura objetiva para contar o describir, mejor dicho, los hechos periodísticos.
De esta manera, los profesionales se dedicaron a contar, sin incluirse nunca, las cosas que pasaban y no lo que veían. Esta pequeña diferencia los hizo creer durante años que estaban cerca de lograr su objetivo: ser objetivos.
Pero la realidad es más necia incluso que quienes se proclaman objetivos.
Todos los seres humanos entendemos el mundo desde nuestra perspectiva. De ahí una de las máximas de Nietzsche “Nein, gerade Tatsachen gibt es nicht, nur Interpretationen” (“no, no hay hechos, sólo interpretaciones”). Por ende, como periodista me he resuelto contar las cosas con la mayor información posible, desde diversas perspectivas, con una postura crítica y reflexiva, con el objetivo de compartir con aquellos que me leen (¡gracias!) de mejor manera mis puntos de vista.
Pero estoy siempre obligado a compartir mis puntos de vista. No puedo pensar como otra persona y compartir los que serían sus puntos de vista. Solamente puedo imaginar cómo podría pensar alguien más y ponerme en sus zapatos, porque el hecho de que seamos subjetivos no quiere decir que debamos dejar de ser empáticos.
De esta forma, cada día me esfuerzo por no caer en los juicios simples, ni superficiales, ni mucho menos en los prejuicios de sexo, raza, religión, idioma, clase social o nivel educativo. Sin embargo, en el fondo, no logro comprender a los neoliberales. Isaac Katz es un ejemplo clarísimo del tema. Quien lo haya leído (seguramente el Senador tomó un par de cursos con él) sabe de su extremismo, de su radicalismo, de su total y completo déjame vivir. Creo que nunca superó la adolescencia. Sé que es un juicio menor viniendo de alguien como yo, que a veces creo que nunca superé mi (increíble) niñez. Pero insisto, la realidad es demoledora y definitivamente ni yo me quedé en la niñez pero Isaac Katz sí perdió el rumbo en algún momento, mostrando gran desconexión de la realidad, como cuando dice en los anexos de ¿Qué tan liberal es usted?: “el que una economía se desenvuelva en un contexto de libre comercio genera amplias ganancias para la población dado que a los individuos se les da mayor libertad para elegir qué bienes consumir y de quién”. La pregunta que surge aquí es, sí, más libertad para elegir y consumir, pero ¿con qué dinero?
El neoliberal que todos llevamos dentro no es más que el libertinaje económico, sin controles sociales y con el fin último de llevar la riqueza a las manos privadas del 1 por ciento que para el 2016, según estimaciones citadas por Robin Matus, tendrá más del 51 por ciento de la riqueza. Esto quiere decir que el uno por ciento será más rico que el 99 por ciento junto.
(Por cierto, esta injusticia desde tiempos inmemoriales ha tratado de ser detenida por las revoluciones y por las ideologías contrarias, porque vaya que somos ocurrentes los humanos.)
Todo este revuelo me lleva a pensar -sí, a mí, nadie más tiene que pensar como yo además- que Pepe Yunes tiene un pequeño defecto: estudió en el ITAM de la familia Bailleres, dueña además de bancos y minas, lo que los pone en ese honroso 1 por ciento que controla la economía mundial.