¡Ha pasado de nuevo! Y nuevamente hemos sobrevivido al 14 de febrero tras las siempre ambivalentes reacciones que provoca. ¿Y usted, cómo se la pasó este San Valentín? ¿Mandó o recibió flores, tuvo una cena romántica, siguió las peripecias del Papa, se bautizó en plaza Lerdo, fue al cine a ver una película romántica como “Dead Pool” o “50 sombras de Black”? ¿O simplemente se quedó en casa disfrutando de un merecido maratón de Netflix?

Cualquiera que haya sido su actividad este domingo, apuesto que al menos durante un breve momento pensó en la soledad, ya fuera para agradecer no sufrirla, para lamentarla o para ensalzarla. Y es que a final de cuentas, ¿de qué se trata San Valentín si no de huir de la soledad? Porque todos sabemos que la falta de un otro en nuestra vida es un hecho terrible, pues la compañía propia jamás podrá bastar. El mito de la media naranja, ¡presente!

En el caso de las mujeres, la sombra de la soledad es siempre más amenazadora que para los hombres y en la palabra “solterona” se hace patente. Yo misma, incluso teniendo pareja, he sentido esa presión por aceptar y hasta necesitar su compañía constante, no vaya a ser que me desaparezcan. O peor, dirían algunos sin asomo de vergüenza: que nosotros desaparezcamos y termine quedándome sola, convirtiéndome efectivamente en una solterona amante de los gatos.

Por eso cuando la filósofa Graciela Hierro (1928-2003) le dio la vuelta a la tortilla y me habló de la “mujer sola”, suspiré con alivio. Para Hierro, la figura de la “mujer sola” se opone a la de “solterona”, toda vez que ésta última se ajusta a los patrones de conducta sociales más añejos: se lamenta de su soltería, sufre su soledad y acepta con resignación la censura y la invisibilidad ganada por no ser la esposa o madre de alguien.

En cambio, la “mujer sola” es una fémina con consciencia de sí misma y de su situación como mujer en su contexto; gana su propio sustento, tiene un sentido de la vida y acepta que hay algo en su modo de ser que la aleja de los valores de la feminidad tradicional, mas no lo lamenta.

Pero lo que más me gusta del amplio concepto de “mujer sola” es la ética del placer, lo cual implica que su mayor compromiso es con su calidad de vida. La mujer sola, al ser consciente del lugar en el mundo que debería ocupar por razón de su género, descubre que la moral tradicional no se preocupa por sus intereses como persona. Y entonces se revela de una manera que podría parecer tan sencilla, pero que en la práctica resulta de lo más complicada: decide qué lugar desea ocupar en la familia, cómo desea ejercer su sexualidad y en suma, qué hacer en su sociedad como sujeto activo.

La mujer sola se niega a ser para el otro, renegando la idea de que el amor todo lo puede y abjurando su supuestamente innata capacidad maternal. La mujer sola, a diferencia de la solterona que asume su soledad con angustia, se gana a sí misma.

Y no sé ustedes, pero soltera o no, a mí me gusta la idea.

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