Por alguna razón que no alcanzo a comprender, hay un vacío en mi memoria en donde las imágenes como futbolista del ‘Tulipán holandés’ Johan Cruyff, se desvanecen en el tiempo. Tengo más fresco en la memoria a otros grandes futbolistas de la época que militaron al lado de Cruyff en aquella ya mítica e histórica ‘Naranja Mecánica’ del Mundial de 1974: el portero Jan Jongbloed (que se pronunciaba algo así como Yongblod); los gemelos ‘diabólicos’ Willy y Rene Van De Kerkhof, el primero medio y el segundo delantero; Johan Neeskens, que era un espigado y elegantísimo medio ofensivo, y Rensenbrink, que era un certero killer adelante, pero de Cruyff, la verdad –no sé por qué- poco me acuerdo a pesar de haber sido la máxima estrella de esa selección que disputó el campeonato con el equipo alemán, el anfitrión y que a la postre resultó campeón. El seleccionado holandés del 74 era un equipo espectacular, rapidísimo, que volaba sobre la cancha, apenas sí tocaban el césped, lo acariciaban, lo rozaban, con movimientos rapidísimos, buen control de balón, rotación de posiciones y unas triangulaciones que daban miedo, no obstante esas virtudes y el gran juego que practicaba el equipo que inauguró el llamado ‘fútbol total’ que dirigía Rinus Michels, no fueron suficientes para derrotar a los germanos (“el fútbol es un juego sencillo en el que juegan once contra once y siempre terminan ganando los alemanes”) liderados por el portero Sepp Maier, Vogts, Rummenigge y Holzenbein, dirigido por el viejo zorro dorado de Helmut Schon. Pero en ese mundial se dio a conocer mundialmente Cruyff, también apodado ‘el holandés volador’, en primer lugar por su gran calidad futbolística –que me queda más clara a partir de su paso por el Ajax y después en el Barcelona-, su velocidad de vértigo, gran dominio del balón, una personalidad futbolística arrogante basada en la potencia física y algo que fue parte de su imagen durante mucho tiempo, el cigarro Camel entre los dedos índice y medio, inclusive en los descansos del medio tiempo en donde no perdonaba su pitillo. Cruyff ganó como jugador todo lo que se podía ganar tanto con el Ajax como con el Barcelona, pero quizá su contribución más importante al fútbol fue su filosofía y su idea futbolística tanto adentro como afuera de la cancha, preceptos que aún perduran y que tiene como sus grandes herederos a Pep Guardiola, Frank Rijkaard, Ronald Koeman y Luis Enrique, e incluso agregaría a uno más, el argentino Jorge Valdano, que quiso exportar esa filosofía futbolística al estilo aristocrático del Real Madrid, pero fracasó. Cruyff fue un amante del tabaco, eran casi indisolubles, simbióticos –como en su momento pasó con Buñuel-, dos y hasta tres cajetillas diarias de tabacos rubios sin filtro fueron su gran veneno, queda ahí su pensamiento un tanto tardío: ‘El fútbol me lo dio todo en la vida, el tabaco casi me lo quita’, y el tabaco finalmente le quitó la vida.
Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.