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EFE

Los 3 mil volcanes monogenéticos presentes en México, que tuvieron una sola erupción y se apagaron, son un motivo de estudio y de atención en el país por la posibilidad de que surjan otros como ellos, muy peligrosos para los asentamiento humanos pero que se pueden predecir con al menos dos meses de anticipación.

“Va a haber una erupción en los próximos mil años, estaría bastante segura de ello, pero puede ser también en 50, 100 o 200”, afirmó en una entrevista con Efe la vulcanóloga del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Marie Noëlle Guilbaud.

El volcán monogenético, explica la geóloga francesa, es aquel que “hace una erupción una sola vez en un lugar donde no hay un volcán” previamente y que “forma un edificio volcánico, un cono, un domo con un flujo de lava”.

Lo interesante es que cuando se apaga nunca más vuelve a entrar en erupción y que “después de algunos años ya no hay evidencia de actividad”, razón por la cual, aunque se han registrado tres millares, solo se sabe con cierta precisión cuándo se formaron treinta de ellos.

Para Guilbaud, que lleva una década con la UNAM, hablar de tiempos en el caso de volcanes es diferente a hacerlo con otros fenómenos naturales más frecuentes y predecibles.

“La actividad volcánica es algo que no es previsible, en general; todavía no sabemos suficiente y es posible que en algunos casos sea totalmente aleatorio”, afirma.

Guilbaud aclara, sin embargo, que “no hay duda de que va a ocurrir una erupción”, un fenómeno que “está relacionado con procesos profundos y sigue la zona de subducción (el hundimiento de una placa tectónica debajo de otra)”.

Afortunadamente, detalla, “si va a pasar algún evento lo vamos a ver con la sismicidad”, con lo que “tendríamos dos o tres meses para reaccionar”.

Así sucedió con el último volcán monogenético registrado en tierras mexicanas, el Paricutín, que tuvo “la eyección más larga” con “nueve años de duración”, indica un reciente comunicado de la UNAM sobre la materia.

Ubicado en el estado occidental de Michoacán, con una altura de 3 mil 170 metros, el Paricutín hizo erupción el 20 de febrero de 1943 y su actividad terminó el 4 de marzo de 1952.

La lava cubrió un área de 40 kilómetros y destruyó el pueblo de San Juan Parangaricutiro, del que solo quedó visible la torre de la iglesia y que con los años se ha convertido en una atracción turística.

El volcán se encuentra en una de las dos “zonas mexicanas más peligrosas: el campo Michoacán-Guanajuato (con mil 100 de estos volcanes y 400 medianos) y la sierra Chichinautzin”.

La subducción de la placa de Norteamérica por las placas Rivera y de Cocos genera sismos y vulcanismo en la Faja Volcánica Transmexicana, donde predominan los monogenéticos, indica la UNAM.

En la sierra Chichinautzin la experta y sus colaboradores han estudiado el Pelagatos y el Pelado, así como las lavas del Xitle; y en el campo volcánico Michoacán-Guanajuato, el Jorullo, el Paricutín, Las Cabras y Las Siete Luminarias, entre otros.

Entre los hallazgos del grupo liderado por Guilbaud “sobresale una zona cercana a Tacámbaro, al sur de Morelia (capital de Michoacán), con muchos monogenéticos de creación reciente”.

“En otra área, próxima a Uruapan, está El Metate, de apenas 700 años de edad y uno de los más grandes en esta categoría”, agrega.

Aunque la amenaza de que surjan repentinamente esos volcanes no deja de estar latente, los volcanes de los que las autoridades y la población están más pendientes son los poligenéticos, que presentan varias erupciones, una vida larga y grandes edificios.

Según el Instituto de Geofísica de la UNAM, en México existen doce volcanes activos, entre los que destacan el Colima (oeste) y el Popocatépetl (centro), porque sacan fumarolas con cierta frecuencia y el primero tuvo en 2015 erupciones de lava y material piroclástico.

En julio pasado, la salida de material incandescente provocó incluso la destrucción del domo en el cráter.

A diferencia de esos grandes volcanes, que expulsan piedra pómez (material poco denso, esponjoso y lleno de gas), los pequeños lanzan tezontle (una roca más negra, pero también llena de gas) y emiten gases como dióxido de carbono (CO2) o de azufre (SO2), con potencial de afectar el clima, explica la UNAM.