La culpa, lo sé, de alguna forma la tengo yo. Como la culpa también la tuvo, en su momento, el buen Israel (primo que dicen se parece a mí… como si Veracruz tuviera tanta suerte). Israel, cuenta la leyenda, a su infante le decía: Cabezón ven, Cabezón cómo te quiero, Cabezón eres la luz de mis ojos. Mi sobrino, por cierto, ni siquiera está cabezón, es un ángel que todavía no está en edad de conocer la dicha de acudir a una escuela pública mexicana en la que incesantemente cae el caliche salitroso en la cabeza. Pues él, con su escaso vocabulario comenzó a ponerse contestatario y a llamar al primo: “illa”, “illa ven”, “illa tráeme”, “illa dame”.
Ya para cuando el amor de padre pudo más que la curiosidad, le preguntó ¿M’ijo, cuándo me vas a decir papá? El infante, con el filo gillette que caracteriza a los de su edad, le dijo bien clarito “Cuando dejes de llamarme cabezón”.
A mí también, no crea, entre la gracia y el encanto, me pica el orgullo porque Paquito El Crack (así se dice él cada que me aplasta en el Xbox, “Soy el crack” mientras me baila enfrente), con singular desparpajo me dice “Atticuss”. Mi abuelo, en sus buenos tiempos, seguramente le hubiera soltado una pescozada que le despegaría una amalgama. Pero ni está en sus buenos tiempos, ni se estila ya disciplinar de esa forma, ni se usan en el presente las amalgamas (bueno, en el IMSS sí). En cambio, yo que estoy en mis buenos tiempos, me conformo viéndolo con unos ojos de perrito domado y me planto en mi realidad con el ánimo bastante aplacado.
Eso me saco por saludarlo con un Hola Chaparrito, y despedirlo con un beso y desearle Que tengas un buen día Chaparrito. En su idioma aún no tan extenso, algunas veces me arremeda y me dice Macharrito, pero en general creo que su venganza es dulce pues ha comenzado a decirme “Atticuss”.
Un servidor es de los que todavía llama a sus tías y tíos de Usted, estoy aleccionado a la vieja usanza y aunque tengo la venia de llamar a mis abuelos “Abuelitos”, lo sigo haciendo con todo el respeto del mundo. ¿Que si las nuevas generaciones están mal o que si son en general las nuevas generaciones las que comienzan a tomarse esas libertades? No lo sé, lo que sí sé es que en el afán de hacernos amigos de los hijos, de pronto nos convertimos en Uno más.
Hoy me vine al Puerto, y descubro que bajo este racanijo calor hay vida. Ay dioj mío, diría El Peje, es una incógnita cómo le hacen, pero tienen vida. Muy maquillada y truqueada porque con clima y minisplit cualquiera es valiente. Pero yo que me bajé del auto y sentí como si me asomara al cráter del Popo, y que me atreví a caminar veinte metros del vehículo al restaurante, tuve la irrefrenable sensación de que en un momento dado algo me iba a dar. ¡Ay Marga López! Ahora comprendo tu desfallecer. Si no lo logro, díganle a mi Chaparrito que en efecto, es el Crack.

Pancho Villa
Todo nació de un doble error. El primero cuando Gonzalo Morgado me cambió el asiento y el segundo cuando no escuché bien a Pepe Yunes.
La reunión giraba en torno a Pepe, quien que se encontraba muy bien acompañado por Américo, Ahued, Gonzalo y otros más. La voz de la plática la traía Inocencio Yáñez, quien parecía tener bastante rato de no soltar la guitarra y el micrófono.
La confusión nació porque Armando López, tan educado y demasiado amable como siempre, me cedió su silla y se fue a pajarear un rato para disiparse de la Inocente letanía; pero en el juego de las sillas Gonzalo Morgado se corrió y yo quedé ubicado en su original sitio.
Todos vieron ese movimiento, menos el usuario más activo de la voz, quien de buenas a primeras, sin voltear, me soltó en la cara “Lo que este canijo dice no tiene sentido” al tiempo que me apuntaba con su mano de fuego. Yo, como es mi triste costumbre, ni me enteré de lo que había pasado, pero Pepe Yunes sí, e inmediatamente le reclamó el por qué se metía conmigo si yo venía llegando.
Todo fue en plan chusco, aunque reconozco que así contado, flat, hasta podría pensarse que fue una situación incómoda… no fue así. El primer error terminó cuando Inocencio se disculpó y siguió su monólogo de Pancho Villa y la biografía de Friedrich Katz.
Después de varios minutos su voz ya solo era un murmullo en un lejano viento que bien podría provenir de las Polinesias. Pepe, que se nota sabe mucho del tema, me preguntó mi opinión de las biografías de Martín Moreno. Eso lo entendí después, mucho después de poner cara de what y preguntar ¿De Mario Moreno?
Pepe, se nota a leguas, es todo un caballero, pues permaneció inmutable y continuó hablando de Pancho Villa y sus biografías de Paco Ignacio Taibo, Elizondo y Katz. Después, todos nos levantamos y me despedí de Pepe, quien se subió a la camioneta de Héctor Yunes a seguir abonándole a su campaña, ese capital político; pero sobre todo, ese gran capital humano que tiene.
¿Mario Moreno? No cabe duda que me vi muy canijo y que lo que dije no tuvo sentido.
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