“Pobre del pobre que al cielo no va. Lo joden aquí, lo joden allá.”

Este país nuestro, y este estado veracruzano que ya da la sensación de ser de mentiras, vienen padeciendo –aunque digan que no- una pinche pobreza que lastima, que lacera todos los sentidos y que causa una brutal sensación de impotencia que hiere en lo más profundo a nuestra humanidad. Aunque las cifras del INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) y del CONEVAL (Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social) establezcan cifras que quieren encaminarnos al optimismo, la realidad es otra. Y con gobiernos como el que está a punto de terminar en Veracruz, pues peor la cosa cuando lo más que hicieron fue impulsar tienditas prósperas. Nula la inversión pública en infraestructura que detonara inversiones. Del nabo.

La pobreza en México es de ahora, es de siempre. Es nuestro eterno problema que se recicla y se reinventa. Por más leyes y revoluciones que haya; por más expropiaciones y devolución de la tierra a sus propietarios originales; Por más inversión pública y creación de paraestatales; por más venta de paraestatales y eficiencia del sistema fiscal y del gasto público; por más políticas públicas de desarrollo social y subsidios diversos… ahí sigue la pobreza. Y no la resuelve ni la alternancia ni una mayor democracia. Nuestra pobreza, pobreza nuestra de todos los días, pobreza de campo, pobreza de ciudad, pobreza de gobierno.

La pobreza, por definición, hace referencia a las personas que no tienen lo necesario para vivir dignamente, que carecen de recursos para satisfacer sus necesidades básicas. Esta circunstancia provoca circunstancias diversas como son la deficiencia en la alimentación, la falta de acceso a la educación y a la salud, así como el no poseer una vivienda que reúna los requisitos básicos de un correcto desarrollo humano. ¡Ah!, pero a esta definición que nos parece básica y muy lógica han querido darle la vuelta y encontrar formas de medir la pobreza en ejercicios econométricos que dan por resultado que hay pobres clase alta, pobres clase media y, obvio, los pobres de la baja. Los más jodidos, pues. Diversos enfoques han aderezado esta medición de la pobreza y hay quienes proponen un enfoque de subsistencia, o uno de insatisfacción de necesidades básicas. Hay otro enfoque de capacidades y otro que propone analizar la pobreza extrema y la pobreza moderada. Cosas de economistas que son difíciles de explicar al pobre. Que paradójico.

Esto viene a colación porque el pasado 15 de julio el INEGI dio a conocer los datos respecto a la medición de la pobreza e informó que tales datos no son comparables con ejercicios anteriores porque se “mejoró” el trabajo de campo al preguntar sobre el ingreso de los hogares más pobres. A su vez, denunciaba Animal Político, CONEVAL cuestionó la decisión unilateral de INEGI, por no haber sido informado a tiempo y por el grave efecto de la ruptura en la evolución histórica de las mediciones de pobreza. Señaló que las personas reportan menos ingresos de los que realmente obtienen, lo que afecta la medición de la pobreza. Por eso, pidieron a los encuestadores ser más “incisivos” al aplicar las encuestas y regresar a preguntar a los hogares de menores ingresos. El cambio no fue informado a la sociedad. El proceso no fue transparente y los resultados no son comparables.  Y aunque resulten menos pobres con estos nuevos datos, la realidad no cambió tanto en un año. Además al mejorar la captación del ingreso sólo para los hogares más pobres se distorsiona gravemente la medición de la desigualdad.

Ese ejercicio estadístico también afecta gravemente dos características esenciales de la medición de CONEVAL: su transparencia y su certeza. Lo que parece que se buscaba con el ejercicio estadístico es producir una cifra creíble. Porque con este resultado, estadísticamente se estarían sacando de la pobreza a casi 11 millones de personas en un año. Lo que obviamente no sucedió en la realidad.

Estando así las cosas, y no habiendo claridad en la medición ni una buena planeación de las políticas públicas encaminadas a combatirla, la pobreza crece, se ensancha, se regodea y castiga a cada vez más familias cual jinete apocalíptico. De seguir jugando a las definiciones y a los números maquillados los resultados serán más brutales y devastadores en lo social, en la armonía y en la seguridad.

Aunque al pobre lo vistan de seda, pobre se queda.