*El proceso de enseñanza aprendizaje (PEA) es considerado por muchos docentes, en la actualidad, como poco productivo, mecánico y repetitivo, en el que el alumno se esfuerza poco, y la formación de valores, la adquisición de normas de comportamiento y de métodos de aprendizaje, puede verse afectada de forma negativa. Hoy que todos estamos inmersos en la problemática que se suscitó por la mal llamada reforma educativa, donde hablamos de nuevos paradigmas en la educación, con agrado comparto estas reflexiones que pueden aportar un punto de vista al tema. Lo que reitero a través de este artículo, es la sana y seria preocupación por los destinos a donde encaminaremos a las nuevas generaciones de nuestro país en un mundo globalizado. La sociedad del Siglo XXI requiere de algo más completo que los saberes, técnicas o conocimientos. ¡Requiere competencias! Los viejos paradigmas que centraban sus esfuerzos en que los estudiantes solo tuviesen una amplia información deben desaparecer. Las escuelas del pasado eran aquellas capaces de garantizar conocimientos a todos sus alumnos. Hoy debemos exigir a la escuela no solo saberes, sino competencias. Pero veamos entonces algo que quizá inquieta a todos ¿Qué son las competencias? Una competencia es un saber hacer, con saber y con conciencia. El término competencia hace referencia a un conjunto de capacidades de cada uno de nosotros que se están modificando permanentemente (recordemos que lo único permanente es el cambio) y que tienen que someterse a la dificultad compleja de resolver problemas concretos, ya sea en la vida diaria o en situaciones de trabajo que encierran cierta incertidumbre y ciertas dificultades técnicas. La gran diferencia es que la competencia no proviene solamente de la aprobación de un mapa curricular (plan de estudios), sino de la aplicación de conocimientos en circunstancias prácticas, que sean representativas y de utilidad para el momento que se vive. Los conocimientos necesarios para poder resolver problemas no se pueden transmitir mecánicamente; son una mezcla de conocimientos tecnológicos previos y de la experiencia que se consigue con la práctica, muchas veces conseguida en los lugares de trabajo o de estudio. Las competencias están en el medio entre los saberes y las habilidades. Las competencias, como conjunto de propiedades inestables de las personas, deben someterse a prueba permanentemente, independientemente de las calificaciones que se otorguen para obtener un diploma y por la antigüedad en la tarea. Lo básico hoy es ser competente, que quiere decir saber hacer cosas, resolver situaciones, ser competente en situaciones nuevas y aplicar lo aprendido. Las situaciones que se presentan son cada vez más complejas, por lo tanto ser competente requiere por un lado de muchos saberes, teóricos y prácticos, y por otro de mucha imaginación y creatividad. Para esto no solo debe pensarse en reformas que cambien los programas de estudio que, como todos sabemos, es absolutamente imperativo, y se está haciendo; sino cambiar los enfoques de las disciplinas que se enseñan, incluir nuevos campos disciplinarios como tecnología, inglés o computación aplicada, cambiando las metodologías de enseñanza, pero principalmente vigilando que los operadores de estos cambios lo efectúen, ese es el grave problema y principal obstáculo. Pasar de saberes a las referidas competencias como meta de la enseñanza es realmente imperativa y urgente, por lo que se tiene que actuar, basta ya de contemplaciones y quietismo. El nuevo paradigma implica cambiar básicamente la forma de educar al alumno, pasando de los saberes a las competencias. Esto solo será posible si tomamos conciencia, vergüenza y coraje, así como redefinir los ejes básicos que subyacen en el actual modelo de educación. Los distintos ejes subyacentes que deben funcionar como organizadores de la estructura básica de la educación, y determinan aspectos específicos de su organización no debe de ser nada nuevo, solo deben de tener observancia puntual de cumplimiento, en primer lugar el aspecto político-ideológico: cuyos lineamientos nos los dicta el Artículo Tercero Constitucional, el que constantemente se viola por todos los integrantes del quehacer educativo, por lo que debemos ser más estrictos en cada una de las esferas de nuestra sociedad. Un segundo aspecto es el técnico-pedagógico, donde existe inusitada apatía de muchos por involucrase en estos aspectos –principalmente por los que dirigen el Sistema Educativo Nacional-, así como la indebida responsabilidad de tales acciones a profesionales con desconocimiento pleno de las áreas específicas y un tercer nivel, el organizativo, que por lo regular se les deja, por una parte a recomendados y amigos de los gobernantes en turno y por la otra a incondicionales y aplaudidores, los que darán al traste con los buenos propósitos e inmejorables acciones, que la razón y el sentido común indican que si es posible. Cada uno de ellos implica al otro. Es decir, el nivel político-ideológico, que es el que da el sentido al sistema educativo, determina el campo de posibilidades del nivel técnico-pedagógico. A su vez, el técnico-pedagógico, que se refiere a las decisiones estrictamente educativas, determina qué forma debe tener la organización concreta de la educación. Las definiciones que se asumen en estos tres niveles de análisis en una formación social determinada, definen un paradigma educativo. * El proceso de enseñanza aprendizaje (PEA) está necesitado de una renovación con el objetivo de lograr un proceso de interacción dinámica de los sujetos con el objeto de aprendizaje y de los sujetos entre sí, capaz de integrar acciones dirigidas a la instrucción, al desarrollo y a la educación del estudiante. Actualmente está en crisis el paradigma clásico de la educación o sea los acuerdos sociales básicos aceptados en la sociedad en relación con las definiciones implicadas en estos tres niveles. Aunque existen elementos que permiten atisbar algunas redefiniciones, éstos no han crecido todavía lo suficiente ni están lo suficientemente sistematizados y organizados, como para plasmarse en decisiones que afecten medularmente a los sistemas educativos. Las decisiones se toman, todavía, desde las miradas retrospectivas del futuro. Frente a la crisis del paradigma clásico no se vislumbran respuestas alternativas. Son propuestas de reforma y no de transformación estructural. Quizás porque resulta demasiado extraño a nuestra cotidianeidad, al campo de la educación no ha llegado todavía la idea de reingeniería, es decir de volver a pensar una organización en todas sus dimensiones para que pueda cumplir mejor su función. En nuestro caso cumplir mejor la función sería dar educación de mejor calidad, a más cantidad de gente, con menores costos. ¿Una utopía? Claro que no, sencillamente, un cambio de paradigma, este cambio que reiteradamente proponemos. Una mirada prepositiva y prospectiva. El sistema educativo existe dentro de una sociedad concreta que, por supuesto, también es un sistema complejo. La educación como tal es uno de los múltiples subsistemas del todo social, fuertemente conectados, eso es ineludible. Este primer nivel de análisis hace referencia a cuáles son las definiciones exógenas del sistema educativo que expresan los requerimientos que le hacen los otros diferentes subsistemas de la sociedad a la educación. Normalmente se expresan como fines y objetivos de la educación. Partimos del reconocimiento de que el aporte fundamental de los sistemas educativos al todo social, es la distribución amplia de las competencias socialmente válidas para participar en la sociedad, incluyendo la idea de competencia no sólo su dimensión cognitiva sino también los procedimientos mentales, valores, actitudes, normas, y elementos conductuales que inciden sobre la realidad. Lo que supone una demanda general o básica referida a que el sistema educativo debe distribuir los conocimientos y los valores y actitudes adecuadas para sostener una sociedad determinada, y las competencias individuales para que cada individuo pueda encontrar un lugar propio dentro del contexto social. Esto, que es la demanda general, se especifica a partir de tres áreas concretas: el área de la cultura, la político-institucional y la de la producción. El sistema cultural demanda lo que en términos generales podemos llamar la formación de la identidad nacional, o sea la transmisión de los valores que aseguren la continuidad de la sociedad. El sistema político-institucional demanda actitudes y formación de conductas básicas para funcionar dentro del modelo institucional y de distribución y ejercicio del poder que la sociedad ha definido como el adecuado. El sistema productivo requiere dos componentes principales: la formación de las capacidades y las actitudes y conductas acordes con lo que requiera el aparato productivo de la sociedad y el aporte de ciencia y tecnología para el crecimiento. El proceso actual hacia el desarrollo de una sociedad global cuestiona fuertemente desde dónde deben gestarse las definiciones político-ideológicas que constituyen un sistema educativo en particular, aspecto absolutamente importante y pertinente, pero que sobrepasa nuestra realidad circundante. En todo caso, hay algunos temas que aparecen sistemáticamente en las reflexiones más conocidas sobre estas temáticas. Desde el punto de vista de la demanda cultural, las discusiones actuales parecen orientar hacia el hecho de que la nueva sociedad requiere replantearse una formación de identidad del individuo y de las naciones, lo cual tiene consecuencias muy directas, por ejemplo, sobre los contenidos de la enseñanza, o sobre los rituales frente a los símbolos patrios, por no agregar también, sobre la misma idea de patria. De igual manera ponderar la importancia de formar ciudadanos con capacidad para enfrentar la incertidumbre. La sociedad del futuro, sometida a un ritmo acelerado y constante de cambio, debería dotarse de instituciones capaces de manejar la incertidumbre sin apelar a la supresión del debate. La experimentación, admitida hasta hoy solamente como pauta de la investigación científica, debería comenzar a ser admitida en la reflexión teórica y en la práctica política. Los procesos que se desarrollan en el tránsito hacia esta sociedad global abren fuertes demandas también desde la política. En algunos contextos, estas demandas suponen formación para la participación, conocimiento para poder optar, actitudes solidarias y tolerantes, pero en otros contextos se incrementan justamente las contrarias de intolerancia, rigidez o discriminación. Estas opciones tienen consecuencias directas por ejemplo sobre el tipo de oferta educativa que se da en las diferentes instituciones que tenemos, las decisiones sobre quiénes pueden concurrir a ellas preferencialmente, los modos de hacer las cosas dentro de las escuelas, por ejemplo aceptar, promover y renovar la divergencia de opiniones entre profesores y alumnos para generar aprendizajes de conductas de disidencia democrática. Parece estar más claro, o tener más acuerdo, el perfil que supone la nueva demanda desde el sector productivo. Una serie de estudiosos se han pronunciado sobre este tema a la vez que existe una serie de trabajos de investigación y consulta a los sectores directamente implicados que muestran una amplia coincidencia. Las demandas del subsistema productivo de la sociedad parecen estar centradas en la necesidad de desarrollar competencias para la resolución de problemas, la capacidad de protagonismo, de ser creativo, de trabajar en equipo. El concepto de inteligencia ha variado (y debe varias para aquellos que todavía no vislumbran estos cambios), que hoy incluye las tradicionales capacidades cognitivas, pero también otras como emociones, creatividad, intuiciones, imaginación. *Inmersos en una sociedad penetrada por la tecnología se debe aprovechar esta presencia para cumplir los propósitos formativos que ahora están asociados a la preparación profesional y a la formación de competencias para integrarse positivamente a la denominada sociedad del conocimiento, en la que la fase de aprendizaje se prolonga a la vida en su total dimensión. Este segundo nivel de definiciones se centra en lo propiamente educativo, dentro del aparato escolar. Para organizarlo existe una serie de opciones técnicas o pedagógicas a partir de las cuales se toman las decisiones concretas que permiten alcanzar las deseadas definiciones político-ideológicas. Estas opciones estructuran y subyacen al aparato escolar concreto que conforma el sistema educativo. Modelan una forma específica de cómo se organiza y cómo es el sistema educativo. Expresan el compromiso concreto del aparato escolar para responder o no a las demandas de los demás sectores de la sociedad, expresadas en el nivel anterior. Podríamos decir que un sistema educativo se organiza en torno a tres grandes definiciones: qué se entiende por conocimiento, qué se entiende por aprendizaje, y qué se entiende por contenido de la educación. Un cambio de paradigma educativo consiste básicamente en que, a partir de nuevas opciones político-ideológicas, una sociedad sea capaz de redefinir qué entiende por cada uno de estos ejes subyacentes o principios básicos que estructuran el sistema educativo. Pero no alcanza solo con discutirlos, con que sean un tema en la agenda social. Tienen que ser redefinidos de tal modo que esto se exprese en la práctica, o sea en la organización y la gestión de todas las instancias educativas. Los sistemas educativos actuales, nacidos como consecuencia de la industrialización, se encuentran organizados sobre la base de las definiciones de ciencia (conocimiento), de aprendizaje y de contenidos vigentes en el momento en que se generaron. Para cumplir con este objetivo se desarrollaron instituciones (las escuelas y los sistemas escolares) cuyos ejes organizadores son definiciones pedagógicas que postulan cómo garantizar que una serie de conocimientos válidos sean aprendidos por toda la población. La definición de estos supuestos es importante porque determina la forma concreta de organización de la propuesta de enseñanza, o sea los elementos materiales específicos que deben existir para que se lleve adelante el proceso de aprendizaje, y por lo tanto los insumos materiales y los recursos humanos para ello. El conocimiento. En este paradigma de organización del sistema escolar que hemos heredado, se entiende por conocimiento a la actividad humana que tiene como objetivo la descripción y explicación de los fenómenos de la realidad, con el fin de generar teoría que permita predecir su comportamiento. El conocimiento se orienta hacia la producción de teoría, y por lo tanto el objetivo de la escuela será la adquisición de saberes que se definen fundamentalmente desde su dimensión teórica. Un sistema educativo orientado hacia las necesidades del siglo XXI debe incorporar una definición de ciencia (conocimiento) que la entienda con el enfoque de Investigación y Desarrollo, o sea como la actividad humana que explica los diferentes campos de la realidad y genera teoría, tratando de producir cambios en ellos. En este enfoque, el fin fundamental de la ciencia es operar sobre la realidad para transformarla. Este no es un cambio menor, porque supone pasar de una actitud pasiva y contemplativa, a una activa y de intervención sobre la realidad, eso debe de ser (valor deontológico de la educación). Es la redefinición que subyace y da razón a la idea de que la escuela no se debe centrar ya sólo en los saberes, sino que debe poder dar cuenta de la formación de las competencias para el hacer. El aprendizaje. El paradigma de educación que hemos heredado, define el aprendizaje como la resultante de un proceso de estímulo-respuesta, en el que tiene un papel preponderante el esfuerzo individual, el estímulo de los textos y la acción de transmisión del docente sobre el alumno. Es decir, la relación docente-alumno debe ser directa, personal, y permanente. Un sistema educativo funcional debe entender el aprendizaje como el resultado de la construcción activa del sujeto sobre el objeto de aprendizaje. Suponemos aprendices activos, que desarrollen hipótesis propias acerca de cómo funciona el mundo, que deben ser puestas a prueba permanentemente. Supone la generación de operaciones mentales y procedimientos prácticos que permitan seguir aprendiendo solos, durante el tiempo de vida que está dentro del sistema educativo y también una vez que egresó del sistema educativo formal. Supone también que el maestro y el alumno exploren y aprendan juntos, pero que esta exploración y aprendizaje mutuo puede revestir diferentes formas, desde las más presénciales hasta las más remotas y virtuales. Finalmente, en el paradigma clásico de organización del sistema escolar se supone que lo que se debe enseñar, los contenidos, son ciertos elementos conceptuales de las disciplinas, que llegan a ser muchas veces sólo datos descriptivos singulares (fechas, datos, nombres). En cambio un sistema educativo orientado hacia las necesidades del siglo XXI debe incorporar una definición de contenido de la enseñanza mucho más amplia de lo que es habitual en las discusiones pedagógicas. En realidad, los contenidos designan el conjunto de saberes o formas culturales cuya asimilación y apropiación por los alumnos y alumnas se considera esencial para su desarrollo y socialización. O sea que la escuela debe enseñar, por supuesto, todos los elementos conceptuales que el avance de la ciencia y las necesidades de resolver problemas determine pero, y con igual nivel de compromiso, es tarea del sistema escolar enseñar los procedimientos mentales que permitan actualizar los conceptos y aplicarlos a la realidad, y las actitudes y valores que entran en juego cuando dicha aplicación tiene lugar. Las opciones que se toman en torno a qué definición de conocimiento, de aprendizaje y de contenido es válida para una sociedad, determinan desde los planes de estudio hasta la forma organizativa y las prácticas cotidianas concretas del sistema educativo: qué se enseña y en qué contexto organizacional se enseña. Por esto una transformación educativa, para ser estructural, debe proponer cambios fuertes en estos tres aspectos y no atender única, o básicamente, a uno de ellos sin ocuparse de manera sustantiva de los demás. Se supone que los contenidos científicos, los procedimientos, los valores, las actitudes, las normas, se aprenden en la escuela a través de la rutina diaria de la clase o del funcionamiento institucional. Esta transmisión no es ingenua sino que está relacionada con la manera en que se definen las opciones técnico-pedagógicas. La definición de conocimiento, de aprendizaje y de contenido que adopta un sistema educativo concreto, justifica sus modelos de organización y sus prácticas rutinarias así como la cultura institucional, tanto a nivel de aula, de la institución escolar, de la supervisión, o de la conducción nacional. Es decir que la forma externa concreta de un sistema educativo – el funcionamiento del aula, la organización de la escuela, los modelos de supervisión – deberán ser diferentes si se varían las definiciones técnico-pedagógicas. Consecuencias organizativas de la opción tradicional o clásica de definición de ciencia (conocimiento, saber) son, por ejemplo, la organización del aprendizaje centrado básicamente en textos y manuales o, más adelante en la historia, la decisión de resolver la relación educación-trabajo a través de la existencia de un tipo de escuelas (las técnicas), yuxtaponiendo a la oferta educativa clásica un complemento de práctica (el taller y el laboratorio) cuya organización responde no a lógicas pedagógicas sino a lógicas empresariales. Consecuencias organizativas de la opción tradicional o clásica de la definición de aprendizaje es, por ejemplo, la propuesta organizativa que predetermina la cantidad de alumnos por docente, suponiendo que un determinante absoluto de la calidad del proceso de enseñanza es el pequeño número de alumnos por grupo escolar. Implica también la disposición de los alumnos en pupitres individuales, en los cuales deben realizar su tarea de manera solitaria y aislada. No se puede conversar, no se puede trabajar con el compañero, es decir el alumno trabaja para sí mismo sin jugar un rol grupal. Consecuencias organizativas de la opción tradicional o clásica de definición de contenido ha llevado a enfatizar el papel de la memoria en detrimento del razonamiento, a suponer que sólo se aprende dentro de la escuela, y a entender por conocimiento válido sólo lo que se define como contenidos escolares. La transformación educativa requiere un nuevo contrato social acerca de la educación. Para esto, es necesario redefinir los ejes anteriores para pasar de las reformas educativas a procesos de transformación. ¿Qué es entonces la transformación educativa? Para decirlo de manera simple, el nuevo paradigma educativo significa educación para todos, con calidad, con equidad y más costo eficiente. Universalidad de la educación, una educación para todos, pero no solo como sello de un sistema, sino como idea realizable. Gracias a esta idea a realizar, y a las leyes que la instrumentarán, avanzaremos en este aspecto del paradigma. El saber tecnológico dentro del sistema educativo no se agota con la necesaria introducción de las nuevas tecnologías de la información, experimentar con enciclomedia u otras novedades que no son indispensables. No se trata de la vieja escuela con computadoras, ni del modelo clásico con un área que se llame educación tecnológica. No ese estilo de pensamiento no supone modos específicos de operar de la mente, y tampoco modos de aprender eficientemente, la base que re define la manera de entender el aprendizaje no es el paradigma clásico, sino este nuevo modelo que es y será la base que hace posible el desarrollo de competencias. Lo que requiere, también, el desarrollo de adecuadas propuestas de enseñanza y de organización de la tarea de aprendizaje dentro y fuera de la escuela, lo que es posible, si se tiene voluntad y entendimiento. ¡Estamos! alodi_13@nullhotmail.com