*Es imposible fundar una civilización sobre el miedo, el odio y la crueldad. No perduraría. Camelot

AQUEL SUEÑO DE LUTHER KING

Hace 50 años, cuando aquel negro llamado Martin Luther King, frente a las escaleras del Monumento a Washington tiró al mundo su célebre discurso, ‘I have a dream’ (Tengo un sueño), jamás pensaría, ni por asomo de duda, que cinco décadas después otro de color desde la presidencia y al pie del mismo Monumento, estaría celebrando eso de: “Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales. Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia. Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. ¡Hoy tengo un sueño!”. Discurso muy lincolniano, muy del estilo del de Gettysburg. De los que pasan a la historia. Está considerado uno de los diez mejores del mundo, al lado de otro de Lincoln y Kennedy. El presidente Obama dijo: “Aquellos que marcharon consiguieron cambiar el país y, más tarde, cambiaron también la Casa Blanca”. Pero esa es solo una parte del sueño. “Los que marcharon”, dijo Obama, “no buscaban solo la ausencia de la opresión, sino la presencia de oportunidades económicas”. “En demasiadas comunidades a lo largo de este país”, recordó, “en ciudades, suburbios y pueblos la sombra de la pobreza se cierne sobre nuestros jóvenes”. Cuando llegó a la Casa Blanca, Obama mandó colocar un busto del reverendo King en el despacho Oval y, el pasado mes de febrero, juró su cargo como presidente sobre una de las Biblias que le perteneció.

EL LIBRO DE JUAN ESLAVA

Leer cultiva el coco y alegra los corazones, como el Cielito Lindo. Platiqué no hace mucho de un buen libro del español Juan Eslava Galán: “La Primera Guerra Mundial contada para escépticos”, una guerra que comenzó a lo tonto y que todos aseguraban demoraría tres meses y acabó a los cuatro años, de 1914 a 1918, con el gran daño a Europa. Ambrosi bien dijo de ella: “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que si se conocen pero que no se masacran”. las treguas, de monte a monte se gritaban con los republicanos y pactaban un cese al fuego, para intercambiar lo que podían, o cigarros por alimentos o casi todo, porque todo escaseaba. Eso lo leo ahora en el libro de Eslava, para el enojo de los generales mandones, los alemanes y sus contrarios pactaban cese e intercambio en esa primera guerra y al final jugaron una cascarita de futbol. Hay un Monumento a esa Tregua de Navidad, que fijaron años después de la guerra y tiempo después jugaron un partido, para conmemorar aquel encuentro de guerra, ganaron los alemanes, como ahora el Mundial. Aprendí otra cosa de ese libro, o más bien lo sabía pero lo supe mejor, que el creador de la melodía ‘Lili Marleen’ -que interpretó tiempo después la llamada Ángel Azul, la gran Marlene Dietrich, Hans Leip, que distraía su vigilia componiendo versos y que un músico luego los rescató y creó esta pieza inmortal, que cantaban los alemanes y los Aliados. En la Segunda Guerra Mundial siguió siendo Himno. Otra, el torneo de tenis francés tiene un nombre que se juega en las canchas del Roland Garros. Pues este tal Rolando era un piloto al que se le ocurrió poner una ametralladora fija en la parte del chasis. Sucede que los biplaza no tenían el problema, un piloto y un disparador volaban juntos, el problema era cuando era solo piloto. Se disparaba de lado, y Roland Garros ideó que fuera de frente, librando las hélices que reforzaron de acero. Cuando trepó así, derribó a siete aviones contrarios. Lo que ocurre es que, como en toda guerra, cuando su avión cayó y los alemanes vieron el invento francés, lo copiaron en chinga loca y lo pusieron a los nuevos monoplanos Fokker. Mejorándolo, lógico. Allí nació la guerra de los gases, los alemanes comenzaron a gasear las trincheras con cloro, que tenían en demasía, y la guerra se prolongó. Fueron castigados al terminar la misma y los Aliados desaparecieron las fábricas, dejando solo a la Bayer y BASF y Hoechst, que lo mismo ocurrió cuando fabricaron los aviones Messerschmitt, que eran los más veloces y certeros y que, al rendirse, los obligaron a desaparecer y se fueron a fabricar automóviles, de allí nació la BMW. Interesante libro el de Eslava. Pormenores del espionaje con Mata Hari, y Lawrence de Arabia y el Barón Rojo, intrépido piloto, de cómo se cuenta la historia de una guerra estúpida que inició cuando un estudiante serbio asesinó en Sarajevo al heredero del imperio astro-húngaro y a su esposa, un pleito que iniciaba entre el imperio astro-húngaro y los serbios y que se fueron sumando Alemania, Francia, Rusia, Bélgica, Inglaterra, Japón, y Estados Unidos al final, todo por el dominio de los territorios. En el recuento de los daños, el 18 de enero de 1919, las potencias vencedoras: Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Italia, sientan a la firma a los vencidos: Alemania, Turquía, Bulgaria, Austria y Hungría. Y se preparaban para la Segunda Guerra Mundial.