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Arquitectónicamente, en la base del edificio mandaba la madera, por ello, tanto rascacielos como insulae –edificios de 5 y 6 pisos con varias viviendas por planta para familias de clase media o baja– ardieron como una caja de cerillas en más de una ocasión.

Los emperadores Augusto, Trajano y Adriano regularon la altura de las insulae en 21, 20 y 18 metros, respectivamente, pero la especulación pudo más que el emperador. La moda de rascacielos se extendió de tal modo que todo el Imperio, que el escritor cartaginés Tertuliano, desde la región africana, comparó el más famoso de los rascacielos, la Insula Felicles, con el intento hereje de acortar la distancia infinita que nos separa del Creador: “El Universo es una inmensa casa de alquiler amueblada, con tantos pisos hacia el cielo que se dice que el dios de los romanos vive en la Insula Felicles”.

El historiador Jerôme Carcopino, en la década de 1930, expuso: “La reconstrucción en papel de los planos de las insulae mejor conservadas, realizadas por expertos, muestra tales analogías con los edificios en los que vivimos actualmente que, en principio, estamos tentados de desconfiar”.