El progreso, en resumen, ha dejado de ser un discurso que habla de mejorar la vida de todos, para convertirse en un discurso de supervivencia personal.
Zygmunt Bauman

Me gustaría que las columnas no oficiales en algún momento fueran una llamarada descriptiva, de cómo los urbanistas conectan la arquitectura de las catedrales- referente a las grandes ciudades del país- con los esquemas modernos de las superficies públicas con el ambiente y la ciudad.
En los cuales destaquen las plantas que transforman basura en energía, o majestuosos palacetes y autopistas que son realizados por grandes hombres, a los cuales uno pudiera evocar para poner como ejemplo a nuestras hijas e hijos.
Algunos rasgos actuales en el escenario mundial, hacia allá se proyectan, ciudades sustentables, servicio urbano de calidad, políticas públicas de concientización ciudadana, y promoción de los derechos humanos; aquí no. Ése tiempo se todavía no se conjuga en el presente.
Sin embargo, las riendas de una verdadera realidad exhiben una cifra abrumadora. En los últimos 10 años, se han presentado en el orden de 210 mil víctimas de homicidio. Y por otro lado no tenemos ciudades modernas, ni una sociedad más integrada.
El número anterior es equivalente a borrar del mapa a una ciudad media. En dicho renglón el investigador Alejandro Hope menciona, que es equivalente a todos los muertos de todas las batallas de toda la historia del país.
La cifra también engaña. La agregación mecánica de cadáveres no ayuda a pensar en las diferentes fases de un proceso moderno de violencia, ni a entender la mecánica del proceso.
En términos altamente esquemáticos, la violencia mexicana de la última década ha pasado por tres periodos:
1. Un ascenso vertiginoso entre 2007 y 2011 que implicó la triplicación de la tasa de homicidio. 2. Una caída moderada, pero sostenida entre 2011 y 2014, que llevó la violencia homicida de vuelta a los niveles de 2009. 3. Un nuevo incremento, iniciado a finales de 2014, lento en sus fases tempranas y rápido a partir de mediados de 2016 (Hope, 2017).
En ese decenio, lo social se comenzó a privatizar, sin la necesidad leyes, solo con la consuetudinario, la seguridad, principio esencial del pacto del Estado, pasó a mano de empresas a las cuales solo pueden acceder a dicho bien, quienes cuentan con ingresos altos.
La madurez de nuestra condición social, se topa con un escenario, que mientras se mueve, deja minas que dinamitan la trayectoria de la economía nacional. El ahogo de la vida cotidiana te jala al centro de un remolino, en un país que nuevamente debe intentar salir a flote en un mundo que es un huracán, digamos un choque de civilizaciones, en palabras de Samuel Huntington.
Esa Ciénega, toca desde la pequeña comunidad, hasta la empoderada ciudad. Parece que con pujanza buscamos drenar esa realidad, pero el entorno es que solo cubrimos las grietas de la impunidad y el desarrollo con parches.
Éste disímbolo esquema, al final, evidencia que tenemos tantos frentes abiertos, que la presencia de inseguridad, desaparecidos y asesinatos pareciera cosa del pasado, y no, ahí está entre nosotros, pero parece que no lo queremos ver.
Hacinados en el presente no fincamos una trayectoria sólida, le apostamos a lo desechable, como ahora parece la vida, volvimos todo un indicador, una vida más, un pobre más o un desempleado más.
Al final el Estado de Derecho, parece un eufemismo. El espacio de convivencia no llega, y hasta la propiedad privada peligra, antiguos discursos que ponen muros y hacen suyas las sinrazones emergen nuevamente, a costa de todo.
Recordando:
Cada víctima lleva consigo algo de ti, su existencia es un espejo de tu propia indefensión.