Los excelentes reportajes que está trasmitiendo el aguerrido periodista Ciro Gómez L. en el nuevo canal de televisión abierta, con cobertura nacional, sobre las cloacas en las que se han convertido las cárceles mexicanas, no tienen desperdicio.
Solo con el reportaje sobre el reclusorio norte de la ciudad de México, hace toda una descripción de lo que sucede en todos los penales del país.
Lo que antes era un secreto a voces ahora se le están viendo los intestinos y el excremento que los llena.
Todos sabemos, a menos que se viva en la luna, que las cárceles, a lo largo y ancho de la nación, son hoteles de 10 estrellas, para los que los pueden pagar, o un verdadero infierno para los que no.
En un reclusorio, estatal o federal, se puede adquirir de todo, siempre y cuando se tenga el dinero, desde una caja de cerillos hasta los gramos de cocaína que se requiera.
Todo ahí tiene un precio y los reos son solo la base de una gran pirámide que llega hasta la estratosfera.
Hace poco un amigo me decía que lo estaban tratando de extorsionar desde un número desconocido, pero se puso a investigar y descubrió que las llamadas venían desde el penal de Topo Chico, ese que le ha creado tantos problemas al actual gobernador de Nuevo León y que aún no ha podido solucionar, sin embargo ya está pensando en la presidencia de la República.
Las cárceles se suponen que son centros de readaptación social pero se han convertido en verdaderas cloacas, donde se encuentran ratones de todo tamaño y colores.
Pero los principales ratones no se encuentran ahí, ya que los que están en la punta de la pirámide viven afuera con traje y oficinas confortables, los de adentro son solo meros instrumentos que se benefician de ciertos privilegios.
Me ha llamado la atención que la secretaria de gobierno del D.F. está tratando de impedir que la cloaca siga tirando excremento, pero Ciro la pone en apuros cada vez que da a conocer un reportaje más.
En realidad yo siento pena por ella, ya que tengo una buena opinión de su persona, pero por más explicaciones que dé nunca podrá tapar el sol con un dedo, pues este problema no es de ahora sino que tiene años, por no decir décadas, de haber surgido. Quizá con las cárceles mismas.
Todos los penales tienen, generalmente, uno o más capos, algunos dentro y otros fuera, pero responden a personas de cuello blanco, que son los que verdaderamente administran el negocio.
Hace algunos años, en el antiguo penal de Perote, hubo una gresca, artificialmente creada para correr al director en funciones. En esa época la Dirección de Prevención y Readaptación Social, como pomposamente se le conoce, estaba en manos de una señora de no malos bigotes, como se dice popularmente, ella más que readaptar lo que hacía era administrar los reclusorios, pasándole la charola a todos los directores, y el problema en Perote surgió, como lo supe posteriormente de buena fuente, porque quien estaba a cargo solo le daba cien mil pesos mensuales de cuota pero ella siempre le exigía mayores cantidades, al no cumplir con sus exigencias fue cuando desde adentro le armaron el borlote, siendo exhibido públicamente como un irresponsable y como un delincuente y a punto estuvo de dar con sus huesos al penal que el mismo estaba encargado de cuidar.
Ahora en el DF, como la reata se rompe por lo más delgado, la señora Patricia dice que ya tiene a algunos custodios en la carcel, pero los verdaderos beneficiarios de cuello blanco no han sido tocados ni con el pétalo de una rosa, cuando menos hasta el momento que estoy escribiendo estas líneas.
Es importante que estos reportajes, que no tienen desperdicios, sigan saliendo a la luz pública, porque cuando menos sirven para airear uno de los mayores problemas que tenemos en este país, y que pocos se han atrevido a tocar por todos los intereses en juego, ya que estos centros penitenciarios se han convertido en una amenaza para miles de ciudadanos, que son extorsionados, amenazados y aterrorizados diariamente sin que nadie haga algo para evitarlo, pues se acabaría con un gran negocio que deja miles de millones al año a todos los encargados de manejarlos.
En uno de los periódicos nacionales de mayor circulación la columnista Ivonne Melgar, en una actitud crítica y profesional, señala que el momento de mayor clímax, en esta recreación del infierno, ocurre cuando, escuchándose el bullicio de las secuencias y las voces que exhiben a los reos comerciantes, captan al director del penal, Rafael Oñate Farfán, mientras camina sobre los espacios donde los reos adquieren los insumos de su adicción.
La misma editorialista afirma que esta realidad penal se reproduce a escala mayor en las entidades donde el narcotráfico se considera un problema en serio: Sinaloa, Tamaulipas, Michoacán, Chihuahua, Durango…
Así las cárceles siguen siendo una de las tantas asignaturas pendientes de la larga lista de tareas que el Estado mexicano se adjudicó en el verano de 2008, al reconocer que el crimen organizado lo estaba penetrando.
Porque así como el director del Reno recorre sus pasillos sin inmutarse, también los responsables de la readaptación social, los exámenes de control, la depuración policial, la lucha antisecuestro y el combate a las drogas “están viendo y no ven”.
Sí. Ahí en Las graduaciones del infierno, el pecado político de la simulación no tiene castigo, concluye.