Los libros suelen ser un referente a las historias, las que contar, por las que vivir. Ellos te transportan, vives la vida loca o ríes o sufres, según las historias. Suelo ahora leer hasta tres libros al mismo tiempo, a veces me ataranto, como el portero Guillermo Ochoa cuando esos bárbaros del Barcelona le metieron cuatro goles en un ratito, bueno en noventa minutos, deben meterse con uno de su tamaño, como el Real Madrid. Pobre Memo. Ando sumergido en tres libros, uno que termino ya, ‘La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos’, del gran Juan Eslava Galán, que hizo la primera y son dos libros de cabecera, obligados a leer porque tienen la agilidad de la prosa del gran escritor español, además, son muy instructivos para saber los porqué de las dos grandes guerras. Esos dos libros son extraordinarios. El otro es de la española, Laura Martínez Belli, la historia de Carlota, la mamá Carlota de los mexicanos un tiempo, la dama de compañía del gran Maximiliano, cuando vino a su aventura rocanrolera de ser un Emperador de México, cuando en México los imperios no se dan, bueno, se daban por ratitos, pero llegó un indio llamado Benito Juárez y, como decía Emanuel: todo se derrumbó dentro de mí.
LA VIDA EN EL NETFLIX
Viendo la tienda del millonario Slim, el Sanborns de Plaza Valle Orizaba, allí donde ahora arden los pastizales en los cerros porque esta zona de las Altas Montañas no está acostumbrada a esos calores perrones, caniculares de 33 grados, con un sol que quema mucho. Reviso las estanterías y suelo comprar alguno. Los pongo en fila india para que, en cuanto termine el otro, le llegue al de la fila. El problema es que ahora Netflix deja leer poco. Entre Roku y la compañía que le bajó las estrellas a Televisa, al robarle audiencia al por mayor, la vida se disipa y, para cuando da la una de la mañana, poco hay que leer, la meme pide paz. Escribo estas líneas en mi computadora portátil, a brincos porque voy en el camino rural de la terrible porquería de la autopista de Capufe. A veces aburro diciendo lo mismo, pero no me canso de escribir que es una porquería de autopista: cara y mala, y siempre la tienen en obra porque le ponen material chafa, malo, y en cuanto llegan las lluvias se va con ellas y ahí tienen que regresar, a encarpetar otras partes, pero ni quejarnos, aquí nos tocó vivir, diría Cristina Pacheco. Netflix estrena el 11 de abril, Better Call Saul, la gran serie en su temporada 3. Netflix es la vida, desde que ese sito de más de 10 mil películas llegó para quedarse en México, ya nada es igual. Suelo ver en la tele el noticiero de la Maerker, y de ahí a las películas.
EL SINATRA DE TALESE
Y hablé al principio de libros, porque compre otro cuya historia conocía y que, al comenzar a leer, no he dejado. ‘El motel del voyeur’, del gran Gay Talese. El periodista escritor fue y es famoso y escribió el texto crónica que jamás se haya escrito cuando el periódico Esquire, le dio la encomienda de buscar y entrevistar a Sinatra. Talese se negaba, decía que no había ya nada más que preguntarle a Frank y no quería. Convencido por el periódico, se fue tras él y escribió el que, según New Yorker, es el texto más grande que alguien haya escrito en ese periódico revista. Se llamó Sinatra esta resfriado. O Frank Sinatra está resfriado, porque cada vez que lo buscaba el jefe de prensa del cantante le decía que estaba resfriado, así lo tituló, cuando vencido, pero no derrotado, la escribió para inmortalizarse él y ese relato va a ser llevado al cine por el gran Martin Scorsese o alguno del os picudos directores: “Frank Sinatra, con un vaso de bourbon en una mano y un pitillo en la otra, estaba de pie, en un ángulo oscuro del bar, entre dos rubias atractivas aunque algo pasaditas, sentadas y esperando a que dijera algo. Pero Frank no decía nada. Sinatra no se encontraba bien. Era víctima de un mal tan común que la gente lo encontraba insignificante. A él en cambio lo precipitaba en un estado de angustia, de profunda depresión, de pánico e incluso furor. Frank Sinatra tenía un resfriado. Sinatra con catarro es Picasso sin colores o un Ferrari sin gasolina, sólo que peor. Porque los catarros corrientes roban a Sinatra esa joya que no se puede asegurar, su voz, y hieren en lo más vivo su confianza”, así parte de ese relato memorable de Talese.
El escritor se adentra ahora en lo que también se asegura es un libro de antología, ‘El motel de vouyer’. A principios de los 80, Talese recibió una carta de un tipo: “Querido señor Talese: durante mucho tiempo he querido contar esta historia, pero no tengo talento suficiente y me da miedo que me descubran”. Talese partió, tiempo después, a Colorado. La historia que le llamó la atención era de un vouyerista (un mirón), un hombre que compró un Motel desde el cual, como buen mirón, se dedicó a espiar a todos los que allí llegaban en escapes furtivos sexuales. Se aprendió como mirón las técnicas del Kama Sutra. Compró un motel para espiar a sus clientes, cosa que tiempo después se dudó, algunos dijeron que el tipo le mintió a Talese. Pero ahí está la historia en este libro de 225 páginas y de 159 pesos, al que The New York Times, comentó: “Uno puede admirar este libro y al mismo tiempo desear arrancarse los ojos”. Y al que la gran Elvira Lindo, dijo: “Un magnifico reportaje de suspense donde ambos, el voyeur y el periodista, parecen rondar el delito”.
Hay que leerlo. Es el libro más polémico del año por el maestro del periodismo, que será llevado al cine por Sam Mendes y Steven Spielberg.
Voy metido en la página 35, cuando el periodista llega con el calenturiento mirón y comienza a narrarle parte de su vida, sin que Talese se lo pida. Interesante, con esa escritura que tienen los periodistas, como García Márquez o Hemingway o Saramago, que iban por la vida contando relatos, algunos de ficción, los mas, de la realidad en que se vive.
Después de firmar un contrato de secrecía entre el periodista y el mirón, pues no solo había llevado registros de las parejas haciendo el amor y quizá practicando todas las formas del sexo, fue testigo de un crimen en ese motel, y como no lo delató, de allí a permanecer en el anonimato.
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Gilberto Haaz Diez
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