*En la naturaleza del hombre encontramos tres causas principales de querella: la competencia, la desconfianza y la gloria. Camelot.

LOS IDUS DE ABRIL (Guadalupe Fuentes Barco)

No está el horno para bollos. Se fue el peligroso e impredecible mes de marzo, el de los idus, y llega abril con otro warning. Sucede que ayer mismo, estando en Xalapa, en la reunión de la CEAPP, donde todos los comisionados nos pusimos a chambear unas cuatro horas, en la sede jalapeña de Ávila Camacho. Al regresar, por la muy jodida autopista de Capufe, que es camino rural y cobran como si se transitara en Suiza, recibí llamada de emergencia de Orizaba. Sucede que a la periodista y candidata de Morena por Orizaba, Guadalupe Fuentes Barco, le habían tiroteado su casa en la madrugada. Y eso siempre espanta. Aplicamos en la Comisión de Periodistas el warning de alerta y, supe también que el gobernador Miguel Angel Yunes Linares, al saber de este mal incidente, llamó a la periodista a su teléfono celular, y el Eliot Ness de Veracruz, el Fiscal Winckler puso a su gente de la Fiscalía a investigar y dilucidar. Ahora hablo algo de la CEAPP, pensé que ya no comentaría nada, y descansaría de esos temas, pero este incidente, en lo que recorría por el lado de Veracruz-La Tinaja, alertó mi conciencia. Llamé a la candidata periodista, Guadalupe andaba espantada, y le desee que fuera solo un incidente menor, que no tuviera consecuencias. Supe también que el gobernador ordenó vigilancia, y allí la tiene. En su casa, y en su persona.

AQUEL MEXICO BARBARO

Leo en El Universal una historia. Es historia de un México que ya se nos fue y no volverá nunca más. Un Sherlock Holmes de aquel tiempo, el investigador Valente Quintana, a quien el diario rememora que era como John Wayne en las cantinas, ponía orden y paz a base de escupitajos, patadas a las puertas y revolver en mano. De aquellos gendarmes o sheriffes de 1918, quien venía, antes de que naciera Trump, de la Detective School of America, que algo aprendería allí. Es hombre de su tiempo, de su historia. “Un día Valente Quintana recibió en su domicilio 87 periódicos propiedad del magnate R. Hess en los que se publicaba su biografía. Era un homenaje de la prensa norteamericana por el éxito obtenido en encontrar a Clara Phillips, ‘la Tigresa del martillo’, una mujer que en Estados Unidos mató a la amante de su pareja y refugiada en México Valente la atrapó”.

Claro, eran otros tiempos. Son los mismos tiempos de un México muy pequeño, donde todos se conocían, donde la población era mínima y en los barrios y colonias todos sabían quién o quiénes andaban de malosos delincuentes. Pero era otro México no tan bárbaro, el de ahora si lo es, cuando se soltaron los demonios de las fosas clandestinas y cuando la delincuencia comenzó a matar gente, inocentes o no, poniendo estos relatos por gente que conoce de esos temas, como Ricardo Ravelo o Diego Enrique Osorno, a la altura de aquellas crónicas despiadadas de Martín Luis Guzmán, cuando escribía de las salvajadas de Pancho Villa y su lugarteniente Rodolfo Fierro, ese gatillero criminal que, en una sola noche, mató a 300 reos.

LA FIESTA DE LAS BALAS (FIERRO)

Es una historia bien contada en el libro El Águila y la Serpiente. En el corral tenía a los presos. Fierro llamó a un ayudante, le dijo que les dijera que de dos en dos iban a brincar el corral y correr y quienes se salvaran de sus plomos tenían su vida libre. Dos pistolas en la mano, una mitigüeson, como le dijo el ayudante, y hartas balas, el ayudante recargaba. Si se me va uno por tu culpa, te pego un plomo a ti. El ayudante sudaba. Es un relato tan magistral de Martín Luis Guzmán, como aquel de Fernando del Paso en Noticias del Imperio, de la batalla de Camarón.

Les llamaba Fierro los colorados, y ellos, los villistas, se hacían llamar los revolucionarios.

Los soldados los arengaban: “—¡Traidores! ¡Jijos de la rejija! ¡Ora vamos a ver qué tal corren y brincan! ¡Eche usté p’alla, traidor!”.

Para no hacerla muy cansada y no aburrirlos con mi relato, el killer Fierro, al parecer solo se le escapó un prisionero. Con las manos adormecidas del fuego, se fue a dormir.

“—Desensilla y tiéndeme la cama —ordenó Fierro—; ya no aguanto el cansancio.

—¿Aquí en este corral, mi jefe?.. . ¿Aquí?. . .

—-Sí, aquí.

Hizo el asistente como le ordenaban. Desensilló y tendió las mantas sobre la paja, arreglando con el maletín y la montura una especie de cabezal. Minutos después de tenderse allí. Fierro se quedó dormido”.

Así eran aquellas historias de aquel México bárbaro del que hoy, mucho nos asemejamos con tantos desaparecidos y fosas clandestinas.

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