Para los priistas es realmente penoso observar como se desmorona nuestro partido, como se nos deshace en las manos día a día, sin vislumbrar una luz que nos haga recobrar el optimismo, de cara a los procesos que tenemos ya encima este año y el próximo.
Es penoso, decía, y por demás vergonzoso ver que un partido otrora fuerte, poderoso, solido, con empaque y con un gran respaldo popular, hoy haya pasado a ocupar un lugar entre los del “montón”, como antes se decía de los partidos menores que mantenían el registro, alcanzando apenas el porcentaje que la Ley exige para conservarlo. Estamos observando como se está “vaciando” el PRD en el Senado y en el país, donde los perredistas están emigrando hacia Morena, no sería extraño ver (o quizá ya estamos viendo) vaciarse de igual forma al PRI, al PRD por acercarse cada vez más al centro, y el PRI siempre ha sido de centro.
Es muy difícil, hoy en día, reconocernos como la primera fuerza política del estado y del país, cuando las encuestas nos dicen que la intención del voto para el PRI es la más baja en toda su historia, por el rechazo popular generalizado sustentado en un sinnúmero de argumentos enarbolados por nuestros opositores y detractores, (principalmente en las redes) falaces e inconsistentes, la mayoría, que hacen ver al PRI como sinónimo de corrupción, antidemocracia, intolerancia, carente de sensibilidad social y proclive a la imposición.
Antes decíamos que una de las posibilidades del PRI para mantenerse en los primeros lugares era fácil: postular buenos candidatos, carismáticos, cercanos a la gente y proveerlos de un discurso fresco, y de los recursos suficientes para realizar intensas campañas; hoy ya ni con eso se pueden asegurar los triunfos.
Veamos, el rechazo al PRI y a lo que representa ha permeado de tal forma entre los electores que ahora son muy pocos los ciudadanos de bien que están dispuestos a arriesgar su capital político, simpatía ciudadana y recursos económicos en proyectos avalados por el PRI, pues lo que antes representaba un voto duro considerable con el cual arrancar una campaña, hoy, ser postulado por el PRI, se ha convertido en un lastre y el candidato necesitaría ser un personaje claramente amado, querido, respetado y reconocido por todos los ciudadanos para, con su sola imagen, remontar el hándicap en contra que representa el rechazo al partido.
De tal magnitud es el problema que existen municipios donde, aún siendo muy pequeños, cada tres años surgían 5, 6 y hasta 10 aspirantes, p.e. Saltabarranca, que buscaban la candidatura por el PRI pues obtenerla representaba recorrer más del 70% del camino hacia la Presidencia Municipal, y hoy el partido no ha podido definir candidato, no por la competencia interna, sino porque no hay aspirantes o sea porque no hay quien se atreva a arriesgarse a “jugar” por el PRI.
Aunado a lo anterior, todo se complica cuando los grupos de presión tradicionales, exigen posiciones como si se tratara del partido mayoritario, hegemónico e invencible que no existe más, y de la insistencia o necedad, diría yo, de los dirigentes partidistas de mantener procedimientos y actitudes que funcionaron en tiempos pasados, para otra realidad, pero que hoy ya no son eficaces. La pregunta sería ¿no se han dado cuenta que hoy somos oposición en Veracruz y muy pronto volveremos a serlo en el país?, con esas actitudes, cómo ayudarlos.
Ante esta triste realidad aún hay quienes argumentan que el PRI no puede desaparecer por la enorme estructura que mantiene en todos los rincones del país y que la muestra de ello es el triunfo de Peña Nieto en 2012, después de 2 derrotas consecutivas y en eso fincan su esperanza, y aunque realmente es un sólido argumento, no analizan que vivimos tiempos diferentes y si la tendencia no se detiene, no habrá 2018 para el PRI, ni en Veracruz ni en la nación.
Una vez analizado el problema la pregunta sería ¿Hay alguna solución? O ¿debemos asumir la inminente desaparición del partido, cruzándonos de brazos, permitiendo que los dirigentes disfruten los últimos años que les quedan de jugosas prerrogativas? Por supuesto que no, el partido debe sufrir una profunda transformación que venga de abajo hacia arriba, que surja de las bases, contraria a la forma en que fue fundado, que fue desde el poder, con Plutarco Elías Calles en 1929.
Para ello se requiere encontrar y formar, en su caso, liderazgos auténticos, que entiendan el grave problema del PRI y de la política en general, y actúen en consecuencia, volviendo a los orígenes, acercándose a la gente para retomar las causas ciudadanas como “religión” y la lucha social como bandera, recuperando la mística perdida. Trabajando en la formación cívica de las nuevas generaciones, jóvenes a quienes se les infunda el amor a la patria, y en quienes permeen términos como la tolerancia, la decencia, el rechazo a la corrupción, a la impunidad y el respeto a sus semejantes y a las instituciones. Todo lo anterior en el doble propósito de salvar al partido y a la nación.
Tiempo ya no hay para lograr el reposicionamiento del partido rumbo al 2018, mucho menos para junio de 2017, así que a los priistas nos tocará esperar una nueva oportunidad para 2024, no en la actitud mezquina que representa esperar que los que nos arrebaten los triunfos cometan graves errores y les vaya muy mal, para que muy pronto caigan de la gracia de los ciudadanos, sino convirtiéndonos en una responsable y competitiva oposición que consiga nuevamente la simpatía ciudadana, a través de la autocrítica, la planeación y una renovada mística, que se desligue de cacicazgos indeseables, dando paso a una nueva generación de priistas, que afronten los retos del siglo XXI con una nueva y mejor actitud ante los ciudadanos y ante los problemas que aquejen al país como la corrupción, la inseguridad, la falta de empleos bien pagados y las amenazas del exterior.