Lugar:
Fuente:
Crónica del Poder

Con el DOMINGO DE RAMOS Iniciamos junto con toda la Iglesia Católica la Semana Santa, donde celebraremos los misterios de nuestra redención, los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La liturgia de este Domingo se desarrolla en dos momentos importantes, en primer lugar LA CONMEMORACIÓN DE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS A LA CIUDAD SANTA y en segundo lugar LA LECTURA DE LA PASIÓN DE JESÚS.
La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, la conmemoramos con la escucha del
Evangelio de San Mateo 21, 1-11: Jesús entra a Jerusalén montado en un burro y las
multitudes lo aclaman con cantos de júbilo, expresiones mesiánicas y palmas en las
manos. También los fieles cristianos, luego de escuchar la Palabra de Dios, caminamos
entonando cánticos y batiendo las palmas para dar gloria a Cristo como nuestro rey en
alguna procesión o entrada triunfal.
La contemplación de la Pasión de Jesús la hacemos con la óptica de San Mateo 26, 14-
27, 66. Cristo se anonadó a sí mismo, se hizo semejante a los hombres y se humilló. El
relato presenta los momentos finales de la vida de Jesús: la traición de Judas, la cena
de pascua en Jerusalén, la oración en el huerto, el abandono de los discípulos, la
aprehensión de Jesús, la condenación a muerte, los insultos y salivazos, la negación de
Pedro, el camino al calvario, su crucifixión y su muerte.
Desde el punto de vista religioso, esta doble realidad expresada en la liturgia del
domingo de ramos con los signos de la aceptación y el rechazo, la vida y la muerte es
como un reflejo de la vida cristiana. También nosotros por nuestro bautismo hemos
pasado de la muerte a la vida. El reconocimiento de Jesús como nuestro rey lo vivimos
cuando experimentamos la misericordia de Dios; cuando tratamos de hacer la voluntad
de nuestro creador; pero también las experiencias del pecado nos llevan a la negación
de Dios, al abandono de los principios evangélicos y a la idolatría de las creaturas. El
pecado nos desorienta, nos roba a Dios, nos hunde en nuestro egoísmo y nos aleja del
bien.
Socialmente hablando, la entrada triunfal de Jesús y la meditación de su pasión nos
permiten reconocer qué sucede en la vida humana cuando el hombre se cierra en sí
mismo y en su propio mundo de intereses mezquinos. Los momentos de la Pasión del
Señor revelan al ser humano cuando se deja dominar por el egoísmo y se vuelve
autoreferencial.
Cuando abrimos las puertas de nuestra vida a Dios y al bien, existe una alegría
desbordante, se reconoce a Dios como Señor de la historia cuya Palabra nos orienta a
practicar la verdad, la justicia, la libertad y la caridad; la apertura a Dios nos lleva a vivir
la autoridad como servicio a los demás para buscar el bien común y tratar de aliviar las
penas de los otros. Cuando se cierran las puertas a Dios en cambio, se muestran los
signos de la muerte, del egoísmo y de la brutalidad inhumana que siembran terror y
desconfianza, que matan los sueños y apagan la esperanza.
El rechazo de Dios conduce a la ambición desmedida, lleva a la destrucción de los
inocentes y a la corrupción que roba el pan de los demás. El olvido de Dios conduce a
practicar la mentira casi en forma desvergonzada y cínica, lleva al atropello de los
derechos de los demás y a la práctica de la violencia.
Con la celebración del domingo de ramos nos introducimos en la Semana más
importante del mundo cristiano, nos acercamos al tiempo de Dios, su proyecto salvífico
que nos ha traído la salvación. Dios desea entrar también en nuestra vida para
gobernar nuestro corazón y hacer de nuestra vida una morada divina.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Director
Oficina de Comunicación Social
Arquidiócesis de Xalapa