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El estudio de la isla chilena de Pascua ha ido arrojando sorprendentes conclusiones sobre la cultura rapanui (nombre indígena con el que se conocía a la propia isla: Rapa Nui), comenzando por la población. Se estima que, en su momento culminante, el territorio estuvo habitado por entre 6.000 y 30.000 personas, lo que arroja la cifra de entre 55 y 270 habitantes por kilómetro cuadrado. Estos se dividían en jefes y aldeanos, al igual que en otros lugares de Polinesia.

Los jefes y demás miembros de la élite vivían en casas con forma de canoa invertida, aproximadamente de 12 metros de longitud por tres de ancho y con el suelo cimentado por piedras de basalto. Mientras, las de los aldeanos eran más pequeñas y disponían de corral para pollos, horno, huerto de piedra circular y un foso para la basura.

Sólo la élite vivía hacia el interior de la isla, administrando desde allí los terrenos de los agricultores –a modo de latifundios en los que se criaban los animales– y las plantaciones. Esta organización obligaba a los aldeanos a recorrer varios kilómetros a pie, a diario, para llevar los alimentos a las casas de sus jefes.

Era un sistema que se repetía en cada uno de los 12 clanes en los que se dividía la población, a cada uno de los cuales pertenecía un territorio que partía de la costa hacia el interior. «Era como si Pascua fuera un pastel cortado en una docena de cuñas radiales. Cada territorio tenía su propio jefe y sus plataformas ceremoniales principales para sustentar estatuas», explica Jared Diamond. Esta peculiar distribución hizo que cada clan contara con diferentes recursos. Así, por ejemplo, el territorio de Tongariki es el que albergaba la cantera de Rano Raraku, la cual contaba con la mejor piedra de la isla para tallar, mientras que el territorio Anakena disponía de las mejores playas para botar canoas, y otros territorios controlaban el coral para hacer limas o las moreras de papel con las que decorar los vestidos.

 

Trabajo en equipo

Tal división obligaba a los clanes a colaborar entre sí, como señala Jared Diamond: «Así pues, un clan que viviera alejado de las canteras habría necesitado permiso de varios clanes afectados para transportar estatuas y cilindros a través de los territorios de estos últimos». Y no sólo a colaborar, también a competir. ¿Cómo? Hoy sabemos que a través de la construcción de los moáis. De tal modo que, cuanto más grande y majestuoso fuese éste, más gloria alcanzaba el clan constructor.

Estas construcciones tienen dos partes: la estatua o moái propiamente dicho y la plataforma de piedra sobre la que se sustenta, denominada ahu.

Algunos moáis contaban también con una especie de tocado o pukao, tallado con escoria roja y que podía alcanzar las doce toneladas de peso. Hasta el momento se han contabilizado unos 300 ahu, de los cuales sólo 113 contienen un moái.

La mayor parte se encuentran en la costa, pero orientados de tal forma que los moáis miran hacia el interior de la isla, es decir, hacia el territorio del clan constructor.