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Si bien en su primer y más famoso viaje a las Indias, el del Descubrimiento (1492-1493), Cristóbal Colón no llegó más allá de las islas del Caribe –como tampoco en el segundo (1493-1496)–, ya en el tercero (1498-1500) tocó tierra continental americana, al norte de Venezuela. Pero sería realmente en su cuarto y último viaje, que partió de Cádiz el 9 de mayo de 1502 y regresó a Sanlúcar de Barrameda dos años y medio después, el 7 de noviembre de 1504, cuando Colón recorriese a fondo una parte del continente americano: en concreto, la costa donde actualmente se encuentran Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

Lo curioso es que, según algunos historiadores, el objetivo de esta expedición transoceánica no habría sido otro que hallar un paso marítimo occidental para llegar a Oriente Medio y, de este modo, a Tierra Santa: una promesa que habría hecho el navegante a los Reyes Católicos. Así parecen reflejarlo escritos de esa etapa final de su vida, como la Lettera Raríssima o el Libro de las Profecías (hay que tener en cuenta que Colón seguía creyendo que las tierras del Nuevo Mundo eran parte de las Indias, es decir, del Asia conocida por entonces en Europa). Pero otros sostienen que en realidad los Reyes le habían encargado llegar antes que Portugal a las islas Molucas o de las Especias, en el Índico.

Sea como fuere, cuando Colón partió de Cádiz ya no era el hombre que había sido. Tenía 51 años –una edad avanzada para la época–, sufría de gota y artritis y, lo que era peor a sus ojos, había caído en desgracia ante los Reyes Católicos, que por su mala gestión como gobernador en territorio americano le habían despojado de los privilegios que le fueran concedidos en las Capitulaciones de Santa Fe (1492). El genovés, pese a todo ello, encaró de nuevo la larga travesía, esta vez a bordo de dos carabelas y dos naos y con una tripulación de 144 personas. No encontró el paso marítimo que buscaba: Vasco Núñez de Balboa lo conseguiría en 1513, cuando Colón llevaba ya siete años muerto.