*De lo que tengo miedo es de tu miedo. William Shakespeare (1564-1616) Escritor británico. Camelot.

EL MIEDO EN QUE SE VIVE

El Obispo Eduardo Cervantes Merino, y el Vocero de la Diócesis, Padre Helkyn, hablaron del Miedo. El primero dijo que el miedo lo imponen los malos para someter a la población. El Vocero, confiar en Dios y que no tengamos miedo, como alguna vez gritó desde la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, el Papa Juan Pablo Segundo al iniciar su pontificado, en aquel 1978, cuando la humanidad vivía con miedo. ‘No tengáis miedo’, dijo en un grito desgarrador. El miedo huele a hierro oxidado y húmedo, a sala de máquinas de un buque y a las tuberías de una fábrica, huele muchas veces a muerte, leo una tesis de Manuel Vicent: Entre las cosas que Dios no puede hacer, Tomás de Aquino destacaba que no podía “encolerizarse ni entristecerse”. Y también: “No puede hacer que un hombre no tenga alma”. Pero si miedo. Miedo tenemos todos, y mucha precaución ante el embate de la criminalidad, de los robos, de los secuestros, de los crímenes, de las llamadas telefónicas, cuando los números no son conocidos, las redes sociales ayudan a tener más miedo. No hay bendita mañana en que no se lea que, para subirse al auto, no llegues si alguien anda cerca; para estacionarte, mirar a todos lados, llevar la llave de pánico en la mano, por si aparece un malandro; en la noche, junto al buró de tu cama, tener las llaves del auto y al menor ruido encender el botón de pánico. Sé de vecinos que se han puesto de acuerdo y tienen una red en WhatsApp, ante el incremento de la inseguridad. El miedo nace desde que el niño pega sus primeros gritos, cuando sale del vientre de la madre. Al dar sus primeros pasos, le da miedo caer. El instinto de conservación obliga a cuidarse. Esta generación de jóvenes quizá no sepa que antes, hace unos 30 años, casi se dormía con las puertas abiertas. Era raro encontrar un asalto o un incidente malo, de crímenes, no había. De repente se soltó la delincuencia y, ante la impunidad, se han desatado. Por eso ahora, donde uno habita cierras tu casa con siete llaves, sueltas a los perros, al menos para que ladren, atrancas, como se hacía en los pueblos, la puerta de tu casa y de tu recamara, y si hay con que, pues tenerlo a la mano. O mínimo un bate de béisbol, para ver si puedes defenderte. Pablo Neruda lo explicaba: “Tengo miedo de todo el mundo, del agua fría, de la muerte. Soy como todos los mortales, inaplazable”. Benedetti: “¿cómo desmenuzar plácidamente el miedo, comprender por fin que no es una excusa, sino un escalofrío parecido al disfrute, sólo que amarguísimo y sin atenuantes?”. Tenemos Miedo, sin duda. Vivimos una etapa de miedo y terror. Cada que salimos de casa, a la hora que sea, volteamos esperando no encontrar la maldad en el camino. Es cosa seria, este tipo de miedo. Son cadenas que van a atadas a uno, como los carceleros cuando las fijan. Se puede tener Miedo a las alturas, a los bichos, a las ratas, a las cucarachas, para todo ello hay una acepción y tiene un significado, son miedos ancestrales, lo que no hemos podido encontrar es cuando se tiene miedo a todo: a ser asaltado, a una bala perdida, a encontrarte en medio de un tiroteo y seas daño colateral, a que te siga un auto a cualquier hora del día, a que mires a cada rato a la puerta de tu casa, por si no hay algo sospechoso. Así vivimos, aunque no lo creamos. Es práctica común cuidarse y persignarse en la mañana y pedirle a Dios, que muchas veces todo lo cuida, que salgamos de casa y regresemos sanos y salvos, o que en la misma casa ningún intruso llegue a robarte o aniquilarte. Aunque dentro de toda esa maldad, debemos confiar que veremos la luz en ese túnel oscuro, y que la autoridad logre combatir ese flagelo. Por el bien de todos.

LA MALDAD Y LA BELLEZA

Entre tanta maldad, hay que ver la belleza. Visito dos veces por semana a los Niños de Casa Hogar la Concordia, cuya presidenta, Ana Elena Cubillas, y el matrimonio que los cuida, Mary y Cristian, y la cocinera, doña Marce, hacen todo porque esos 15 niños, que no son huérfanos, son niños con padres y madres que allí los llevan, porque no tienen los recursos suficientes para darles alimento, escuela, techo y ropa, que allí se les logra. Andan bien y tienen un promedio de 9.2 en el colegio, señal de que son aplicados. La gente les ayuda, si ustedes desean donar algo están frente al parque de la Concordia Orizaba, hace años les veo y les doy sus vueltas. Hace poco, alguien les donó 8 nuevas literas, duermen a pierna suelta. Hay mucha gente que prefiere permanecer en el anonimato. Rafael Gil, llegó de Veracruz hace unos días y les donó de su Fundación, “Cada niño una sonrisa”, una estufa, que ha llegado hoy y ahora mismo la instalan, porque la que tienen ya está destartalada, y el mismo Rafa prometió unas tres computadoras (tienen solo una), y una lavadora y despensas. Se agradece. Lo bueno entre lo malo, siempre hay algo porque sonreír, y eso son los niños. Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro. Hace nada, alguien me preguntó qué hacen después de la edad de 15 años, ocurre que los padres normalmente vienen por ellos y se los llevan a sus lugares de origen, a que los ayuden en los trabajos del campo, o sembrar la papa o cultivar la tierra o bajar a vender el carbón o la leña, como apenas ocurrió con uno de 15, solo que el hijo se defendió y le dijo al padre que quería seguir estudiando. Lo bello entre lo malo.

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