No sé de quién haya sido la idea, pero si era para llamar la atención, en mi caso funcionó. El cintillo de mi libro de biología de sexto de primaria me llegó a interesar mucho más que su contenido, especialmente cuando me desveló los misterios del embarazo humano. Ahí estaba todo explicado, paso a paso; conocimiento establecido en mi cabeza por el resto de mi vida.
En teoría, todos sabemos cómo se produce un embarazo. Al menos, la mecánica general la tenemos clara: si hay penetración, hay fuertes posibilidades de que nueve meses después haya un nuevo ser humano. Al menos ahí todos estamos de acuerdo, hasta la Iglesia, el Frente Nacional por la Familia y afines, quienes sabiéndolo claman a menudo que hay que proteger esa nueva vida desde la fecundación… Solo que ignoran, quizás porque pasaron por alto el cintillo en sus propios libros de biología, porque no tuvieron la suerte de contar con uno como el mío o o porque nunca accedieron a educación sexual científica y laica, que la fecundación no es precisamente sinónimo de embarazo.
En palabras simples, la fecundación ―o concepción, que ya sabemos que es una palabra querida por la derecha provida―, es lo que ocurre cuando un espermatozoide se encuentra con un ovulo y logra introducirse dentro de él. ¡Y listo! Tenemos un óvulo fecundado, el cual ahora se llama “cigoto” y que debe emprender un viaje de alrededor de una semana de duración por la trompa de Falopio hasta llegar al útero, donde se implantará. Y solo entonces podremos hablar de un embarazo.
Sin embargo, a veces ocurre que un cigoto ni siquiera llega a implantarse en el útero por razones varias y hasta ahora imposibles de determinar del todo, pues el fracaso de la célula no llega a ser notado por la mujer, quien sigue con su vida normal hasta la próxima regla, en la que no nota nada extraño debido al minúsculo tamaño de lo desechado. Por ello, tenemos que decir que aunque un óvulo sea fecundado, esto no significa necesariamente un embarazo. Aunque minúsculo, el proceso, el inicio de la vida y la vida en sí son mucho más complejos de lo que generalmente pensamos.
(Ya que hablamos del tema, permítame una digresión: la próxima vez que le compre a su niña más cercana un “ksi-merito” de la marca Distroller ―un juguetito que simula una especie de bebé que podría parecer extraterrestre―, note que éste no es un feto, como muchos suponen, sino un “sigoto”. Si nos ponemos a pensar en las implicaciones de darle a las niñas “sigotos” para que los cuiden como bebés prematuros, aunque sepamos que los cigotos ni siquiera son garantía de embarazo, ¿no nos dan escalofríos?)
Por supuesto, esta clase exprés y rudimentaria de biología nace de la irritación que siento cada vez que leo o escucho la famosa frase “proteger la vida desde la fecundación”, generalmente enmarcada en una discusión respecto a la Interrupción Legal del Embarazo. Sí, cada quien es libre de creer en lo que quiera y tomar las decisiones que mejor convengan a su conciencia… pero al menos tratemos de guiarla con conocimiento de lo que hablamos.
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