POR FELIPE BUSTOS GARCÍA.

Polémico siempre en sus acciones, desde el momento mismo que iniciara su largo recorrido por la política, primero estudiantil, allá en el comedor de nuestra Escuela Normal Rural de Ximonco, lugar convertido en ágora donde se escuchaba – fuera durante el desayuno, la comida o la cena- la voz de intensos e inspirados oradores – nuestros compañeros- quienes, en la armonía convincente de sus manos pintándonos el paisaje desgarrador de nuestra verdad comunitaria allá en nuestras provincias de donde proveníamos, con voz multisonante, plagada de verdades, convertida casi en ardorosa plegaria social, exponiendo sin miramientos y sin miedo a las alturas de los pronunciamientos, su fogosidad juvenil irreductible y convencida de que nuestra tarea en las comunidades urgidas de esperanza sería cumplida cuando al final de nuestra preparación profesional como maestros, llegáramos al terreno de los hechos para desplegar toda nuestra voluntad forjada de ser única y exclusivamente- por vocación, urgencia de servir y necesidad primigenia de origen, durante toda nuestra vida: profesores.

JUAN, aquel a quien bautizamos como “Popocha”, porque el día de la entrega de uniformes, siendo talla 28 ó 30 – como casi todos los “chivas” o iniciados en la escuela, recibiría – como todos nosotros, sus compañeros de grupo- un uniforme, unas botas, cinturón de tela y gorra militar, talla 44, pues los otros se habían terminado, y en la revista obligatoria de las seis de la mañana al otro día, se presentaría -igual que todos nosotros- con gruesos dobleces en piernas y brazos y el cinturón apretando un chorizo de tela que eran el pantalón y la camisola – como todos nosotros los otros- y fue blanco de nuestras risas festivas como lo fuimos todos, incluyendo a “Chiricuto”, el otro compañero quien recibió apodo militarizado aquel día. JUAN, decía, sería desde entonces un símbolo de integridad y respeto a la palabra que se da como garantía y fe de confianza en los demás.

Cuando ya en el servicio, llegaba en su caballo, tras varias horas de recorrido por la sierra, su alegría bullía agradecida en la vida y era permanente siempre en su decir y actuar, llamando siempre a la concordia, el compañerismo y la actitud viril en la defensa de los derechos de nuestros hermanos padres y madres de nuestros pequeños alumnos en las comunidades.

Desde entonces, luchador social, enfrentaría ingratitudes, revanchismos y malas vibras de los que se someten a la voluntad del que se impone por la fuerza o el dinero.

Jamás dejaría de ser hombre de campo, siempre pegado a la tierra, el rancho de sus padres y la solidaridad fraterna de su familia nuclear: sus padres y hermanos y su familia extensa que seríamos todos quienes le seguiríamos, en su proyecto de hacer del magisterio una fuerza decisiva y decisora en el área educativa y educacional.

Su fuerza sería el convencimiento, en contra de la fuerza bruta y la represión laboral utilizada como sustento del poder por anteriores líderes y dirigentes.

Convencido de la fuerza de la unidad y el olvido de toda diferencia, llamó a su derredor aún a aquellos con quienes mantuvo diferencias de criterio en el manejo sindical.

No fue nunca raro que aún con quienes en la escuela se agarraría a trancazos, en épica golpiza, fueran aquellos maestros o compañeros de grupo o de otros grupos, por diferencias en la forma de orientar los asuntos de nuestra Normal Rural (que en eso teníamos igualdad y contábamos solamente como un voto tanto maestro como alumno), hubieran sido llamados a ejercer tareas de dirección sindical o dentro del sistema educativo de Veracruz.

Equilibrado siempre, tomando siempre las cosas con calma y aderezándolas con una sonrisa festiva sana y contagiosa que te daba confianza y animaba a la lealtad y la seguridad de tu puesta en las mejores manos de tus problemas, JUAN NICOLÁS CALLEJAS ARROYO, forjó la unidad y la fortaleza del sindicato más numerosos de Veracruz y el más problemático en su orientación pues está constituido por muchas decenas de miles de personas – hombres y mujeres todos- pensantes y actuantes siempre de acuerdo a principios humanísticos formativos de ética y profesionalismo.

Hoy JUAN ha trascendido, se ha elevado al campo superior de la inmortalidad y el reconocimiento de que el hombre nunca pasa ni se va y es y habrá de permanecer en lo que crea y deja como herencia.

Su herencia permanente de mantener la dignidad profesional y humana de la tarea magisterial como sentido absoluta de nuestra vida en familia y en la comunidad; La unidad como fuerza de servicio y colaboración pero sobre todo, de hermandad en el sindicato y en nuestra labor diaria de mostrar a la niñez y la juventud, con el ejemplo, que el hombre sencillo en su ser y actuar es y será, siempre, para nuestras comunidades, el más querido y el más importante.