El término intuición, así como cualquier término del lenguaje humano, tiene el inconveniente de empobrecer y de formar singularmente la realidad que representa, y para designar un concepto nuevo, a pesar de definir estrictamente el sentido, y delimitar rigurosamente su uso, siempre produce una especie de resonancia de los significados o de las antiguas acepciones de la palabra, y la inmensa mayoría de los hombres, cediendo a la pendiente natural de la inteligencia y de la actividad humana, muy pronto reduce la cosa al término, y el término mismo a su común significado. Es también verdad que la inmensa mayoría de los hombres piensa más por idea “confeccionada” que por idea estudiada.

Así Bergson tuvo que escoger una palabra para calificar esta exigencia del esfuerzo intelectual y se ha definido la doctrina bergsoniana como “intuicionista”. Desde entonces, se ha admirado o criticado ese “intuicionismo”, sin preocuparse exactamente de lo que Bergson quiso decir con esta palabra.

El sentido de un término se define casi siempre por el uso que se hace de él, lo mismo que el alcance de un método se manifiesta, no en la definición que se le da sino en las aplicaciones que se le hacen. Es por lo tanto contrario a todas las reglas de la lógica y la razón, efectuar un juicio sobre el método intuitivo sin antes haber estudiado las aplicaciones.

La mayoría define la intuición como un proceso místico, tal vez irracional y hasta antirracional y que escapa a todo control. Reducen entonces la intuición como a una cosa dependiente de esa palabra que la designa, y esta palabra es aún tomada por ellos en el sentido ordinario. La ven con un carácter de adivinanza instintiva, de presentimiento vago, y sobre todo carente de razón definida. Semejante interpretación está muy lejos de la mente del verdadero investigador.

Nosotros mismos estimamos que hay que tener en cuenta las expresiones de Bergson, pues en efecto, no se podría exigir a un filósofo que conozca todas las ciencias, ni poseer a fondo alguna aunque se especialice en ella, pues en nuestra época el problema del uso del tiempo es como la cuadratura del círculo. Pero es necesario que el filósofo sea capaz de asimilar las ciencias que le son indispensables para sus estudios, que se ponga al corriente a fin de poder seguir penetrando, llegado el caso, en sus correspondientes progresos. Y esto es imposible: Bergson lo demostró y se puede afirmar sin temor alguno. Este filósofo en su filosofía se demostró más científico que la mayoría de los sabios. La intuición no evita el trabajo intelectual: ella lo corona, acaba y perfecciona; es la capacidad del que sabe en el orden cualitativo. El diagnóstico del médico, por ejemplo, es una intuición obtenida lenta y laboriosamente, lo que prueba que la intuición no siempre precede ni evita la reflexión discursiva y el pensamiento analítico. La intuición, pues, se encuentra en estado natural en nuestros pensamientos y debemos prepararnos para ella por un lento y concienzudo análisis; familiarizarnos con todos los documentos que se refieran al objeto de nuestro estudio.

El conocimiento científico y preciso de los hechos, es la primordial condición de la intuición metafísica que penetra el principio.

No es ya en el sentido de “presentimiento” como hay que comprender la intuición, sino por la espontánea sensación, la comprensión inmediata del hecho consecutivo a nuestras investigaciones, el resultado rápido de la interpretación de nuestro conocimiento.

El término azar es demasiado fácil para hacerlo intervenir, pues una hipótesis no puede armonizar con la magnífica ley que dice que no hay efectos sin causas ni causas sin efectos.