(A manera de refrendo)

Hace más de siete años escribí un artículo sobre la obra de Pilar Fernández; para ser más justo y un poco petulante, describí una impresión, basado en una añoranza infantil, que se me despertó al contemplar la obra de esta artista. Debido al artículo recibí algunos correos electrónicos que se fueron perdiendo en el tiempo. En la época del No-Facebook la comunicación entre cibernautas era mediante correo electrónico, me llegaban más de los que podía leer y no leía muchos. Pero en la semana, buscando el artículo de Pilar Fernández en mi correo electrónico, encontré uno de Arturo Gómez-Pompa, científico mexicano que me escribió para darme su parecer del artículo y la explicación que encontró en éste, sobre la obra de Pilar Fernández. Es por ello que en esta ocasión he decidido arbitrariamente, publicar el correo de Arturo Gómez-Pompa, Dr. en Ciencias por la UNAM, en primer lugar, con una disculpa a un lector que se tomó la molestia hace siete años en mandarme un mensaje que no contesté y en segundo lugar he decidido volver a publicar el artículo como un homenaje a la obra de mi querida Pilar Fernández; tan vigente, tan luminosa siempre.

“Leí con gran emoción su artículo en Milenio sobre Pilar Fernández. He seguido de cerca y con gran admiración la carrera artística de Pilar y he tenido la oportunidad de leer artículos que describen la gran calidad de su obra y el reconocimiento de los detalles de su magistral técnica artística, sin embargo, ninguno ha captado el mensaje que su obra nos envía como el suyo. Al leer su columna encontré finalmente la explicación que buscaba sobre mi atracción por la obra de Pilar Fernández. Muchas gracias por su artículo”. Arturo Gómez-Pompa

Pilar Fernández y la compasión a nuestra mirada
Todavía recuerdo en casa de mi madre un brasero que soltaba una luz breve que apenas iluminaba una modesta cocina apartada de las ventanas. En ella no había aparatos eléctricos como en las cocinas de ahora. En una esquina había un metate junto a un molcajete y un pequeño molino de maíz. Una mesa estaba en el centro acompañada de sólo tres sillas azules. El elemento que más decoraba la humilde cocina de mi madre era una alacena sin puertas con tres estantes donde ella ponía sus frascos de especias, sus yerbas de olor y algunas frutas secas que apenas cabían. La luz del bracero daba, no sé por qué, directamente a esa alacena que se iluminaba con sus contenidos y ese pequeño detalle daba la suficiente alegría para que la humilde cocina de mi madre aún persista en mi memoria. Porque la luz es un elemento que se origina en la dicha.
Pilar Fernández lo sabe, por eso su obra en blanco y negro, a lápiz, siempre tiene luz, siempre guarda un poco de calor suficiente para entibiarnos la mirada. Puede uno ser indiferente a muchas cosas cotidianas; puede uno pasarse la vida no mirando la vida; puede uno abrir los ojos y sin embargo tenerlos cerrados. Pero al mirar los cuadros de Pilar Fernández, uno siempre se detiene en el quicio del tiempo. Y el tiempo, que todo lo recorre, que pocas veces se distrae, también se detiene a contemplar esas alacenas, esos búhos, esos gatos, esas puertas, esos recipientes que quién sabe qué contengan, pero custodiados por esos pajarillos tan llenos de color, seguro contienen algo muy valioso.
La realidad de los cuadros de Pilar Fernández me confunde. Quiero tomar esas frutas verdes, quiero probar de esas ciruelas tan rojas como la sangre, quiero destapar esos recipientes sagrados que custodian tus aves, quiere mi libido acariciar esas piernas desnudas de la mujer que toca un violonchelo; porque la obra de Pilar alcanza la maestría de la sensualidad en ese silencio que espera paciente la mirada, en ese silencio que se entretiene jugando con la luz, como los gatos juegan con las bolas de estambre.
Ahora debemos darte las gracias Pilar por la maestría de tu pulso. Pero contesta, yo te interrogaré y tú dame informe: ¿De dónde salen los insectos que dibujas, de dónde obtienen su color faraónico? ¿Cómo logras hacer que el cristal sea tan transparente como la mirada de una niña contemplando la tarde? ¿A dónde conducen esas puertas añejas, siempre cerradas? ¿Cómo domesticas a las aves para que custodien sus entradas? ¿Dónde cultivas esas flores que nunca se marchitan? ¿Quiénes son esas mujeres bellas cautivadas por la tristeza? Por último, ¿quién te pidió mujer que nos despertaras del tedio? ¿Quién le tuvo compasión a la miseria de nuestra mirada?
Pilar Fernández en este mundo caótico, estrépito y sucio prefiero tu realidad. Prefiero convivir con tus silencios, prefiero la perfección de tu trazo, el dominio de la línea, el destello de tu luz. Déjame entrar por una de esas puertas canceladas. Acaso ahí se encuentre la cocina antigua de mi madre, con su bracero que poco iluminaba. Dile a ese pajarillo azul que me permita entrar y te prometo no tocar nada o tocarlo todo, pero con el tacto de mi mirada.

Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com