La historia nos enseña que las confrontaciones políticas tienen una lógica de guerra, con bandos perfectamente delineados y enfrentados, donde se reúnen unos para chocar contra otros. Esa situación la hemos visto y la podemos ver actualmente, sobre todo en los preparativos de las campañas electorales. En esa lógica es bastante difícil que surjan posturas intermedias y de equilibrio. La inercia, como bola de nieve, acumula fuerzas para la polarización, inicia por algún motivo y deriva en causas mayores aunque sean meramente simbólicas. La confrontación electoral, como hemos visto incluso en momentos de grandes crisis, es pasajera; posteriormente a esas coyunturas de crispación siempre ha venido una etapa de reacomodo y relativa estabilidad.

Para los no alineados resulta difícil e incómodo fijar una postura propia, de sensatez y propositiva; es más fácil sumarse a algún bloque y renunciar a tener criterio propio. Estar en medio siempre tendrá muchos obstáculos y poco o nulo reconocimiento. Vale la pena intentarlo, bregar contra la corriente y abrir una ruta libre, intermedia y de esperanza. No significa que los bloques estén mal o no tengan sentido, en realidad son fenómenos normales que se darán en algún grado independientemente de nuestra voluntad; lo importante es que no aplasten la pluralidad, que dejen espacio suficiente para expresiones diferentes y generen evolución política con sentido democrático.

Con el proceso electoral en curso, con los preparativos para las candidaturas y el debate correspondiente se van formando los agrupamientos partidistas dejando claro que vamos hacia una competencia de tres. En torno a esas opciones se generan posturas, notas, comentarios y planteamientos que llenan el imaginario social y proyectan tendencias de opinión y discursivas. Obviamente cada apuesta partidista tiene su estrategia y lanza redes en pos de adeptos, que pueden estar convencidos, simplemente agregarse o conformarse con ideas básicas. En la búsqueda de adhesiones habrá la puesta en juego de sentimientos y proclamas cumbres, que serán tomados en cuenta o no por los potenciales votantes.

A las fuerzas dominantes hay que agregar la posibilidad de que participen algunos independientes en niveles locales y en la Presidencial. De ocurrir esa novedad electoral habrá apertura a lo inédito que puede resultar nuevo y mejor cualitativamente; con seguridad se puede esperar un tono más ciudadano, la incorporación en la base de nuevos políticos y el desarrollo de un fenómeno renovador; entre quienes andan reuniendo firmas para lograr la candidatura presidencial hay políticos reciclados y un par de proyectos originales: Ferriz y Marichuy. En la propuesta independiente y en las organizaciones civiles y académicas radica la mayor posibilidad de abrir espacios intermedios entre la polarización.

Lejos de visiones apocalípticas, esas que plantean punto final, hay que insistir en lo que pareciera obvio pero que se pone en duda a partir de discursos fatalistas: hay vida nacional después de las elecciones; hay que convencer y sumar mayorías para constituir Gobierno y aplicar los programas; una vez qué hay un resultado debe acatarse como regla democrática. En la ruta de la libertad hacen falta ideas, criterio propio, autocrítica, valor y compromiso. Deben respetarse las posturas no alineadas, alentarse y aprovecharse para nuestro desarrollo democrático.

Recadito: subir el nivel a la crítica lacrimógena es condición para la madurez social e institucional.

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