Juan Noel Armenta López

Desde la parte más alta de la montaña se veía la casita de Tata Juve junto a la orilla del riachuelo. La casita de Tata Juve era parte de la inmensa cordillera. Muy temprano, el adormilado sol buscaba calentar la teja de la casita de Tata Juve. La teja revolcada en bermellón parecía esperar la llegada de los rayos del sol. Hacia abajo se podían ver las copas de los árboles como lomos de borregos encriptados en espera del nuevo día. Un lienzo de humo torcido salía de la humeante chimenea preñado de “chancaste” rumbo al poblado del Mentidero. Esa mañana sentimos desde lo alto el aire fresco de la montaña que nos llenó los pulmones de brío y nos dieron nueva vida para seguir adelante. El cielo estaba limpio, inmaculado, sin mancha alguna, apenas se alcanzaba a ver la casita de madera de Tata Juve debido a la inmensidad y escarpado del territorio. Hacia seis décadas que Tata Juve vio un paraíso terrenal aprisionado entre las paredes de la vieja mazacuata de piedra en donde crecía la montaña. Ahí, en ese lugar, Tata Juve desmontó para afincar su casa. Aquí haré mi casa, en este plan, junto a los pies de la montaña, gritaba gustoso Tata Juve a cuatro aires cruzados. El pequeño plan territorial parecía un punto perdido en ese mar lleno de árboles y matojos que vestían a la montaña. Solo, con sus propias manos, un machete viejo y romo, una hacha desdentada, el apoyo de la enredada bejuquera, una apolillada reata de lazar, y el sudor de su frente, Tata Juve construyó su casita para reclamar el derecho a tener mujer. Un hombre que no ofrece casa a una mujer, no tiene el derecho a tener mujer, decía Tata Juve en sus años mozos. A ras de monte, frío lúdico, lluvia montaraz, bella y peligrosa fauna, Tata Juve abrió camino hacia un futuro más cierto. Con esfuerzo Tata Juve cultivó la tierra, vendió carbón, crió gallinas, acarició venados, domesticó animales que le dieran alimento y compañía. Tablas rupestres galopadas con el empuje de la necesidad de tener un techo, fueron reto trabuco y constante para Tata Juve. Las paredes no hacen una casa, es la calidez de la familia lo que hace de una casa un hogar pleno y cálido, eran las palabras que Tata Juve repetía a sus nietos. Tejas, estuco, y manos callosas, fueron algunas de las cosas que ayudaron a Tata Juve a ver más allá del alcance de sus ojos. La patrona de su vida, y guía de su entendimiento, siempre fue la Virgen del Carmen. Ese domingo, cumpleaños de Tata Juve, la fiesta fue en su honor. Barbacoa de hoyo, fue el plato fuerte del festejo. Bueno, también el aguardiente de mozote no cantaba mal las rancheras. Hijos, nietos, bisnietos, nueras y yernos, se convirtieron en el marco de la celebración. Tata Juve colgó su morral, se encimó el machete con vaina cruzada, sumió su sombrero, y como cada año, la parvada de chamacos lo siguió hacia el monte. Fuimos a la boca de la montaña a ver espantos espirituales guardianes de la entrada. Luego visitamos a la Virgen del Carmen incrustada en la piel de un majestuoso árbol de roble. Tocamos con respeto, quizás temerosos, el cuerpo y cara de la Santa. Un poco molesto Tata Juve comentó: en boca de hombre incrédulo lo primero que muere es la verdad. Referíase Tata Juve a todos aquellos que por alguna razón no tocaron a la Virgen del Carmen. Con el paso del tiempo inexorable, la fatalidad alcanzó a Tata Juve. La Virgen del Carmen se borró por la erosión de los años, Tata Juve emprendió el camino sin regreso, pero el paraíso terrenal ahí sigue como fiel testimonio de que la vida solo es una oleada fugaz a la que debemos sonreír a cada momento. Dios guarde a todos aquellos que manejan el sentido del humor como una tarea de vida. Gracias Zazil. Doy fe.