Con frecuencia suelo echar la vista atrás –conviene echar la vista al pasado de vez en cuando- para recordar de dónde vengo, y se me revela el recuerdo de una de las primeras veces que visité en mi infancia la capital de Veracruz. He de ver tenido entre 6 o 7 años, todavía en la década de los gloriosos sesentas, a finales, en plena época de la agitación estudiantil que marcó para siempre aquella década.
Fue una época de cambio, cuando los jóvenes, en los albores de su etapa estudiantil universitaria, adquirieron la adultez para decirle, para gritar a México y al mundo: ¡Aquí estamos, queremos democracia y participación!, y nuestra capital no era ajena al movimiento que se gestaba en el altiplano. En aquel entonces Xalapa se escribía con jota, y era una juvenil ciudad a la que distinguía la impronta estudiantil, olía y sabía a estudiantes. Jóvenes, mujeres y hombres, caminaban las empinadas calles de la ciudad de arriba abajo, y de abajo a arriba, incansables.
Era la época de los grandes cafés en los que se reunían los estudiantes a departir: El Terraza Jardín, con su mural de enramada de latón de Marcelo Morandín, El Emir del pasaje Tanos y El Parroquia de la calle de Zaragoza, ya estaban por supuesto La Naval del papá de Ángel Fernández, el lugar por antonomasia de ultramarinos finos y vinos de laya, pizzas y cuernos de carnes frías con sabor uruguayo, que también vendía pistachos iraníes de calidad y pasitas confitadas.
Xalapa era otra cosa muy distinta de lo que es hoy. Todavía tenía ese sabor característico de la provincia, y empezaban a despuntar establecimientos como el (gran) hotel Xalapa que construía don Justo Fernández; La Pérgola, en las entonces lomas del estadio; el hotel María Victoria, cuyo restaurant por su decorado fue como el antecedente de los Vips, ya estaban el hotel Salmones, que me rememoraba a Cuernavaca y el México, en cuyo restaurant se vendía una muy buena comida española.
En la parte sureste de la ciudad, según recuerdo, la mancha urbana terminaba en lo que hoy es la confluencia de Maestros Veracruzanos con 20 de noviembre, de ahí hacia el Lencero y Veracruz, eran como caminos deficientemente pavimentados, más con una pinta de caminos rurales. Total, que mis viajes frecuentes a la capital me hicieron enamorarme de la ciudad, en aquellos años se me hacía algo fascinante venir aunque fuera de entrada por salida a Xalapa, por el viejo camino de Huatusco, para conectar con Totutla y otras con Conejos, y si los dos caminos estaban cerrados por algún deslave, había que subir hacia a Puebla y tomar el camino a la capital por Puebla, en El Seco hasta Perote, y de ahí hasta Xalapa entrando por la parte norte.
Después de esta entrada rememorando vivencias del pasado, lo que intento decir es que a Xalapa la conozco casi desde que tengo memoria, por no decir que desde que nací. He visto cómo ha ido creciendo, cómo se ha ido expandiendo y cómo ha entrado en una especie de tendencia hiperbolística que la ha hecho una ciudad muy complicada por el medio físico en el que fue asentada la ciudad y por la misma distribución irregular de su retícula urbana.
Resido permanentemente en Xalapa desde 1985, y he sido testigo de la construcción de Circunvalación, de Ruiz Cortines, de la conversión del tramo de 20 de noviembre de Maestros a Palo Verde en un bulevar, apretadón pero al fin bulevar; de Rafael Murillo Vidal; de la modernización de la avenida Xalapa y, en fin, de las grandes obras que han hecho en todos estos años el gobierno municipal y el del Estado, entre las que no puedo dejar de mencionar al Circuito Presidentes. Pero hoy celebro que Xalapa haya tenido la suerte de contar con autoridad como el actual alcalde, Américo Zúñiga Martínez, quien prácticamente no dejó rubro en su gestión al que no le haya metido mano: agua, drenaje, colectores pluviales, pavimentación, recuperación de espacios culturales, construcción de otros nuevos, atención de espacios educativos, transformación de la basura en energía, etcétera, etcétera y demás etcétera.
No es mi intención detallar cada una de las obras y acciones del ayuntamiento que encabezó Américo, pero sí quisiera detenerme en una de ellas porque considero que es de esas obras que bien valen el boleto, y me refiero a la transformación de lo que podríamos caracterizar como el primer cuadro de la ciudad. Sencillamente es otro. Zaragoza, Primo Verdad, Leandro Valle, Lucio y Enríquez fueron transformadas radicalmente, se hicieron más caminables. ¡Que a mucha gente no les gustaron los bolardos!, pues hombre que a mí tampoco me convencieron del todo que digamos, pero eso es peccata minuta ante el todo.
Cuatro años no son suficientes para acabar con los rezagos de una ciudad que ha sufrido el agigantamiento desmedido de los últimos cuarenta años. Todos los indicadores socioeconómicos de las últimas cuatro décadas no hablan de que Xalapa ha crecido más que el doble y por lo tanto las necesidades y requerimientos de la población también.
Todavía falta mucho por hacer y el quehacer cotidiano para satisfacer las necesidades urbanas no va a parar. Solo espero que el nuevo alcalde continúe por el camino de transformación y de mejoramiento de la ciudad. Asignaturas pendientes hay muchas, desde mejor equipamiento urbano (parquímetros incluidos), transporte público, seguridad y ordenamiento vial, agua y saneamiento, entre otras.
gama_300@nullhotmail.com
@marcogonzalezga