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EFE

En Jerusalén, donde cada centímetro se pelea y los cementerios están superpoblados, se están construyendo unas gigantescas catacumbas judías bajo tierra que albergarán veintidós mil tumbas para que la ciudad “sea de los vivos y no de los muertos”, como explican sus responsables.

El primer cementerio subterráneo moderno en Israel es un túnel excavado bajo el cementerio Herzl, el mayor de la ciudad, en el barrio jerosolimitano de Givat Shaul, donde las tumbas ya se salen del recinto asignado al camposanto y son más de ciento cincuenta mil.

Allí reposan los restos de los premios Nobel de la Paz y Simón Peres e Isaac Rabin, de la primera ministra Golda del fundador del sionismo moderno, Theodor Herzl, y de otros líderes del país, ubicados en la parcela de los Grandes Líderes de la Nación.

Catacumbas. Foto: Pixabay

El complejo subterráneo tendrá doce túneles por los que transitarán los vivos visitando a los muertos, y contará con tres pisos, ascensores, ventilación, una iluminación suave y hasta un museo.

Esperan terminarlo en unos seis años pero algunas las más de veinte mil tumbas proyectadas ya están reservadas y podrán ser utilizadas en 2018.

“Se me ocurrió este proyecto porque durante años, al llegar a Jerusalén hacia el trabajo, lo primero que veía al entrar en la ciudad era un cementerio, y me parecía desagradable y antiestético”, explicó a Efe Arik Glazer, gerente de la constructora de túneles israelí Rolzur, encargada del proyecto.

Glazer pensó que la solución a la escasez de terreno para enterrar sería construir hacia abajo y no hacia arriba, como habían empezado a hacer en los últimos tiempos.

Los encargados de todo lo relacionado con los enterramientos judíos son una organización llamada “Jevre kadisha”, sociedad enterradora, que tuvo que hacer una revolución para convencer a los futuros inquilinos de las tumbas a ocupar nichos, algo foráneo para el Judaísmo, y luego en terrazas.

“Ahora hemos vuelto a como había sido siempre, en cuevas bajo tierra, con la tierra”, manifestó a Efe el rabino Jananya Shajor, director de Jevre kadisha.

El ejemplo más temprano de tumba subterránea es la doble Cueva de Majpelá, en la ciudad cisjordana de Hebrón y conocida por los musulmanes como Mezquita de Ibrahim, donde según la tradición están enterradas tres parejas bíblicas: Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, y Jacobo y Lea.

En la inmensa obra subterránea en la que el equipo de Glazer excava y taladra, el constructor explica con orgullo que “después de mil seiscientos años, por primera vez en el mundo, habrá enterramientos institucionales en catacumbas, un auténtico ‘revival”.

Según datos de Glazer, al año mueren cuarenta y dos mil judíos en Israel (los musulmanes y cristianos son enterrados en sus propios cementerios).

Catacumbas de París. Foto: Pixabay

Shajor le transmitió su inquietud a Glazer: “necesitamos la tierra para los vivos, no para los muertos”, y este geofísico le respondió que tenía la idea, y también el equipo y los medios.

El proyecto está enteramente financiado por donaciones a la sociedad enterradora.

Los enterramientos en Israel son cubiertos por la seguridad social, pero Jevre kadisha contaba con los muchos judíos que viven fuera de Israel pero desean ser enterrados en Jerusalén para pagar el precio: de cinco a diez mil dólares las tumbas más asequibles.

“Lo que pasa con los cementerios es que en realidad les dejamos a nuestros hijos una especie de tapón, monumentos a la muerte, especialmente los cementerios judíos, ya que según la ley judía, está prohibido moverlos”, recordó el constructor de túneles.

“Yo los llamo ‘islas sin vida’ porque, al final, nadie viene a visitar al cabo de las generaciones y están ahí para siempre. Pues mejor bajo tierra. Todos los estudios señalan que en los años 2020 o 2030 casi 5 mil millones de personas vivirán en ciudades, en urbes limitadas, y la muerte y el enterramiento es uno de los asuntos de los que hay que ocuparse”, explicó.

Shajor expresó que tiene una larga lista de espera de personas que ya han reservado su lugar en las futuras catacumbas de Jerusalén, que ofrecen enterramientos sobre piedra, en contacto con la tierra, como obliga la ley judía.

“A mi no me gusta la idea de morir, punto, pero como es la única cosa segura que me pasará, pues que me entierren bajo tierra es aceptable, ocupando poco sitio y volviendo a ser polvo”, contestó Ester Barnatán, una contable de 67 años, al ser preguntada sobre su parecer.