Se movía la hoja. Se movía esa hoja larguirucha y puntiaguda parecida a aquella serpiente soberbia que miraba a todos con desprecio creyéndose inmortal y selecta. Cientos de canales remarcaban el pecho y la espalda de bello color tierno de aquella hoja insospechada. Se movía esa hoja y las demás iguales a ella permanecían quietas, imperturbables. Esa hoja, quizás rebelde, se movía pese a que estaba en el centro del cogollo que rodeaba los pies del árbol oscuramente sombreado por el cielo de canapé. Se movía esa hoja rebelde desafiando tal vez el mandato sacro de un progenitor que jamás dudó de su obediencia. Una y otra vez se movía aquella hoja rebelde, una y otra vez, de un lado a otro se movía aquella hoja como recostada en los brazos inmaculados de una madre perentoria. ¿ Sería posible que esa hoja cumpliera un mandato natural incubado en lo más profundo de su genética? ¿Era esa hoja la punta de lanza que convocara a las demás hojas a una rebelión en contra de la naturaleza? ¿Era aquella hoja ingobernable un yerro marginal de la propia naturaleza inequívoca? Ese cuadro, ese suceso, era digno desafío a la reflexión al considerando insólito de lo que el hombre no ha sido capaz de ver o descubrir. Se abría paso la hoja rebelde entre la inercia de las demás hojas del matorral. A las demás hojas parecía no importarles el comportamiento extraño de la hoja rebelde. No se preocupen, nuestra hermana está en la edad de la adolescencia, debemos ser pacientes con ella por su estado convulso que la obliga a realizar actitudes superiores al control de su propia voluntad, parecían decir esto las hojas contiguas colocadas muy cerca de la hoja rebelde. Se movía la hoja rebelde comunicando quizás el misterio de su pro génesis que seguramente le acompañaba desde el seno de la cuna de su creación. Don Teodoro, ese sabio conocedor de la naturaleza por estar en constante convivencia con flora y fauna, me dijo que ya había notado aquél éxodo inamovible de esa hoja a la que llamaba: hoja rebelde, por contradictoria a las demás que no la seguían en su proceder. Me dijo don Teodoro que ya le había buscado explicación al movimiento de la hoja rebelde, pero que no le daba el por qué de su insólito movimiento. Me dijo que había buscado la explicación en la tierra mojada por estar bajo los árboles, pero que entonces deberían moverse todas las hojas porque la humedad era un factor común a todas ellas. Buscó la explicación don Teodoro en alguna corriente de aire que en chiflón motivara el movimiento de la hoja, pero que estando la hoja apretujada dentro del matorral todas por igual deberían de moverse. Con una sonrisa don Teodoro me dijo que solo ella misma podría confesar su extraño comportamiento. La hoja seguía moviéndose en los brazos soñolientos de su tiempo infinito. Una tarde me atreví a reprenderla: tomé la hoja en mis manos y paré su incomprensible impulso. ¡Te voy a soltar!, le dije imperativo a esa hoja rebelde. Y la solté despacio reclamando su obediencia. Y la hoja siguió moviéndose sin que nadie pudiese impedir un destino premeditado en las entrañas de su esencia pura. Florentino Robles, artista incomparable, músico de nacimiento, entre su canto decía: puedes conocer los hechos de Dios, pero no los motivos de Dios. Gracias Zazil. Doy fe.