Desde hace algún tiempecito, tengo una discusión, civilizada, razonable sin duda, con un estimado paisano al que conozco de toda la vida, con el que me unen lazos afectivos y familiares. De sólida formación, se licenció en ciencias sociales, y como un servidor, está al tanto de los fenómenos políticos del país. Lo cuestiono –nos cuestionamos- en buena lid acerca de las preferencias políticas de cada quien ante los escenarios electorales actuales. Sin ambages, él no oculta, y hasta presume, su abierta inclinación por uno de los que está más que cantado que será el candidato a la de su partido a la presidencia de la República.
No doy mayores detalles, pero para más señas se trata de ya saben quien.
Y bueno, yo respeto, cada quien y sus cuentas. Lo que no me queda muy claro son sus razones de que por qué prefiere a quien prefiere –lo dejo a la imaginación del lector-. Desde el terreno de las emociones lo puedo entender, pero racional y juiciosamente me cuesta mucho trabajo entenderlo, sobre todo viniendo de una persona con formación y criterio.
Entre otras cosas me refiere para sustentar su postura, que en los de enfrente hay mucha descomposición, percepción que no comparto del todo. La descomposición está en todas partes, ninguno se salva, como diría el clásico, el poder los hace iguales. El otro argumento que me refiere, es de que de la baraja que está buscando la grande, el menos peor de todos, y lo subrayo, es, ¡pues ya saben quien!, y ahí sí definitivamente choca su percepción con la mía, porque esa argumentación se parece a como se puede ver un vaso parcialmente colmado: medio vacío o medio lleno, ¿usted cómo lo ve?
Desde mi muy humilde punto de vista creo que no se trata de irse, en cuanto a preferencias electorales, por el menos malo de la baraja. La ecuación entonces es así: a final de cuentas todos son malos, solo que uno, el menos malo, pues es el que se merece la simpatía y la preferencia. Con todo respeto, insisto, creo que por ahí no va la cosa. Este periodo de precampañas que concluyó ayer apenas fue como una probada de miel de lo que traen bajo la manga los tres (pre) candidatos con partido y los otros tres que se perfilan como independientes. En lo personal no he decidido mi voto, sí por el contrario sé que no voy a votar por uno de ellos. Ya lo he dicho otras veces, soy enemigo de lo panfletario y de las soluciones simples a problemas complejos.
Viene el lapso de reflexión y después las campañas presidenciales en forma. Quiero ver qué me van a ofrecer en concreto cada uno de los ahora sí candidatos. En el caso concreto del que para mucha gente es el “menos malo”, sus propuestas son del todo conocidas, y para que más que no me llenan el ojo. Las reformas estructurales y constitucionales que impulsó el actual gobierno federal, nos guste o no eran necesarias, es lo más positivo que rescato de su gestión, ahora de que hay saldos negativos pues indudablemente los hay, eso que ni qué. Pero eso es otra cosa.
Estamos en las elecciones de julio y hay que tirarle pa’ delante. Razonemos bien el voto y valoremos si lo hacemos desde lo positivo o lo negativo.

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