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El desencadenante de estas luchas medievales fue el afán de los monarcas europeos por recuperar Jerusalén de manos “infieles”.

La Primera Cruzada fue convocada por el papa Urbano II y tuvo gran acogida, surgieron numerosos voluntarios dispuestos a liberar Jerusalén del dominio infiel.

En 1099, esta primera incursión en Oriente resultó alentadora para todos aquellos cristianos europeos que al mando de Godofredo de Bouillon lograron su objetivo: conquistar la Ciudad Santa de Jerusalén.

También se llamó la “Cruzada de los Pobres” porque las tropas europeas que se desplazaban hasta Oriente estaban compuestas por cristianos que habitaban una Europa hambrienta y desesperada debido a las malas cosechas, con elevada mortalidad y grandes contingentes de campesinos sin trabajo.

Visionarios honrados y meros embaucadores convencían a gente pobre de que había llegado la hora y Cristo venía a liberarles de sus penalidades, imponiendo un mundo igual para todos con el advenimiento de la Jerusalén celestial.

La historiografía reconoce hasta ocho Cruzadas entre los combates más importantes entre cristianos y musulmanes. Pero hubo otras cruzadas en las que los ejércitos cristianos se enfrentaban a paganos más cercanos como los eslavos.

La ambigüedad de las fronteras entre germanos y eslavos, línea que separaba a los cristianos de los paganos planteaba permanentes enfrentamientos y llevó a establecer la mano pontificia su carácter de Cruzada.

El monje cisterciense francés Bernardo de Claraval proclamaba la fórmula a aplicar: conversión o exterminio. De hecho, la extensión de los beneficios pretendidamente espirituales de la cruzada era el más efectivo soporte para el secular expansionismo alemán entre las amplias tierras del Este.

Los amenazados cristianos del Cáucaso y los húngaros y polacos agredidos por el arrollador poder mongol contaron también con el apoyo del espíritu cruzado.

Pero no todo fueron triunfos, y en 1187 –la Tercera Cruzada– el sultán Saladino supo unir a las fuerzas musulmanas y reconquistó Jerusalén.

El rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, que partió a Tierra Santa junto al emperador germano Federico Barbarroja y Felipe II de Francia, fue uno de los rivales cristianos a los que se enfrentó Saladino.

Los últimos enfrentamientos

En la Cuarta Cruzada (1248-1254), la ambición económica se impuso a la espiritual y el marqués Bonifacio de Monferrato lideró un ejército cuyo objetivo fue la conquista de la capital bizantina.

Las riquezas de Bizancio se convirtieron en el objetivo de esta cruzada.

Las tropas cruzadas se concentraron en Venecia, desde donde partieron 30.000 hombres. Se dirigieron hacia Constantinopla y lograron convertirla en un reino latino.

En la Quinta y la Sexta Cruzada, Jerusalén conservó latina hasta 1244, año en que se perdió definitivamente y pasó a manos turcas de nuevo.

Hacia 1270 se llevó a cabo uno de los últimos asaltos de la cristiandad a tierras “infieles”, impulsado por Luis IX de Francia, pero fue un rotundo fracaso.

A finales del siglo XIII hubo intentos frustrados de proclamar nuevas cruzadas. En el Concilio de Lyon (1274), se comprobaba el fracaso del papa Gregorio X en su intento de organizar otra operación cruzadas que, a pesar de contar con algún apoyo de monarquías europeas, no llegó a pasar de ser un proyecto fallido desde sus mismos planteamientos.