Es tan grande nuestro país en territorio y población, tiene tanta historia, vive una complejidad social tal y ha superado la llamada presidencia imperial que no es fácil concebirlo en las limitantes anacrónicas del país de un hombre fuerte, de un caudillo y con culto a la personalidad. Es perfectamente explicable la actitud popular en su anhelo de bienestar y desencanto por su Gobierno, también lo es que busque un liderazgo sobresaliente y crea en las soluciones fáciles que le ofrecen. Hay error y riesgo en un paso en falso; veamos: la expectativa de fondo generada por la propuesta de salidas casi mágicas no será cumplida por los mil candados que heredará el nuevo Gobierno, porque se requieren cambios estructurales que, indispensablemente, llevan tiempo y requieren consensos. Ante la segura lentitud de los cambios y el riesgo de desplome de la popularidad, vendrá la retórica, la movilización y el despliegue de programas sociales. El nuevo partido hegemónico volverá a ser la secretaría de elecciones, dedicada a llenar plazas para las consultas, los informes y la presión al congreso y a los opositores. Tendremos una voz reinante, discursos a granel y pensamiento único; si acaso, habrá matices de interpretación sobre lo que diga el mandamás. No puede ser de otra manera si nos atenemos al proceso de construcción de ese proyecto, sostenido sobre la simulación, las creencias masivas y las selectivas e infaltables ambiciones.

En todo esto la condición humana debe considerarse a la hora de esperar cambios. Virtudes y defectos aparte del líder principal, están a la vista sus representantes locales, con su presencia y voz; se pueden valorar sobre sus cualidades y capacidades; ellos tendrían un papel central en el Gobierno, por lo tanto deben ubicarse para efectos de medir sus posibilidades de cumplir con el compromiso que contraerían. En tanto no tengan cargos pueden presumir de pureza y perfección, cuando lleguen, estarán a prueba. Afirmar que son los mejores y lo nuevo, es un mero acto declarativo y de fe. Ya se verá. Por lo pronto, es posible verlos en los ámbitos municipales donde ya gobiernan y, por tanto, ya tienen responsabilidades. En forma inicial han mostrado formas no democráticas, carencia de una identidad sustancial y una línea zigzagueante, ambigua y torpe. Más allá de lo indispensable y rutinario, su ocupación mayor está encaminado a la campaña y a lo partidario, exactamente igual que con el partido tricolor. Sin un proyecto democrático, teniendo un pequeño poder, corren el riesgo de engolosinarse con sus rituales huecos y ascender al estrellato, con un protagonismo personal que busque luces y fotos.

De la mayoría que apoya su proyecto alternativo de nación, aprobado a mano alzada y por unanimidad, es evidente que no lo conocen, que se conforman con retórica básica, de la que exalta temas fáciles y de aplauso garantizado. Hay una alarmante candidez en buena parte de los seguidores de AMLO, reproducen las encuestas favorables sin reparar que esos instrumentos hace tiempo están desfasados, omiten la pluralidad realmente existente y se asombran que haya quienes no apoyen a su candidato, creyéndolo inmaculado; no ven adversarios sino enemigos en quienes no coinciden con ellos y apoyan a otras opciones. Si ganan pero no se cumplen sus expectativas, la decepción será gigante, pero si no llegan a su anhelada silla presidencial, habrá una ola de frustración que retrasará la democratización plena de México. Sería sano que desde su liderazgo mayor se invocara la sensatez y la tolerancia, es riesgoso para un proceso comicial tensar al máximo la convivencia social; no justifica fomentar las descalificaciones para obtener votos. En la búsqueda de justicia rencorosa e implacable, que suena a venganza, sin matices ni concesiones, se pueden cometer barbaridades para saciar afanes de desquite. Eso lo haría la masa popular, mientras el sector pudiente que le apuesta a AMLO, estaría frotándose las manos por sus negocios, en tanto su elite política se alistaría para ocupar los cargos que les entrega el voto de la inconformidad. Poco de lo que ahora se congrega en torno al caudillo se puede considerar de izquierda, a lo más se le puede considerar como un movimiento amorfo y volátil. No es muy justo que se pretenda heredero de la lucha de izquierda en México, sin serlo realmente. El caso es que el Rey va desnudo.

Recadito: el protagonismo desde el pequeño poder conduce al estrellato típico de quienes carecen de formación sólida….

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