Platico -es un decir- con una feminista recalcitrante y recibo una catarata de recriminaciones y hasta insultos por haberme atrevido a ¡estar en contra del lenguaje incluyente!
Me dice que cómo es posible que yo, que parezco una persona medio inteligente, me haya manifestado de una manera tan burda a favor del lenguaje que excluye a la mujer. Su furor sube de tono y empiezo a temer que de las palabras pase a la acción, pero tengo suerte y se queda en su furia oral.
Una vez que termina su perorata, y mientras mueve la cabeza de un lado a otro, reprobando corporalmente lo que ya hizo con las palabras, yo intento decirle que no estoy en contra del lenguaje incluyente; que en mi texto que tanto acaba de reprobar nunca digo que se deba seguir excluyendo a la mujer de un lenguaje y sus contenidos que han pecado tantos años de machistas.
La discusión no es entre el lenguaje incluyente y el excluyente. Es sobre la aplicación de medidas que van en contra de las reglas gramaticales y de la economía del lenguaje.
Ella pasa de la molestia a la duda, pero regresa de inmediato a su posición inicial y me espeta que el hecho de que yo diga que esta mal usar “las y los” es ir en contra del lenguaje incluyente… que no me haga guaje.
—Mira, —trato de hacerla entender— soy un defensor a ultranza de los derechos de la mujer; comprendo que por miles de años el hombre la mantuvo sojuzgada, aventada en un rincón de la historia, destinada a las labores más ingratas. Comprendo también que esa hegemonía se refleja en el lenguaje, tanto a nivel de estructura como de significado.
Pero ella se monta en su macho y no escucha siquiera mis opiniones. Ante la cerrada postura de mi adversaria (así se ha definido), que no acepta ninguna razón gramatical o lingüística frente a su obcecación, sólo me queda remitirla al texto de un académico de la RAE, el lingüista Ignacio Bosque (http://www.rae.es/sites/default/files/Sexismo_linguistico_y_visibilidad_de_la_mujer_0.pdf) en el que se explican concienzudamente los excesos que cometen a menudo los feministas a ultranza.
Pongo a continuación una cita de ese artículo, un poco extensa pero que considero explica claramante mi posición, que es la de muchos lingüistas:
“En general, el rechazo a toda expresión del masculino destinada a abarcar los dos sexos es marcadísimo en las guías (de lenguaje incluyente). Una considera sexista escribir ‘los valencianos’ y ‘todos los ciudadanos’ (frente a ‘toda la ciudadanía’). Otra rechaza ‘los becarios’ y propone en su lugar ‘las personas becarias’ y una más considera discriminatorio escribir ‘número de parados’, en lugar de ‘número de personas sin trabajo’.
“En su ya antiguo libro ¿Es sexista la lengua española? (Barcelona, Paidós, 1994), Álvaro García Meseguer analizaba pormenorizadamente estas confusiones. Explicaba (pág. 58) por qué son claramente sexistas frases como ‘Hasta los acontecimientos más importantes de nuestra vida, como elegir nuestra esposa o nuestra carrera, están determinados por influencias inconscientes’, ya que introducen una marcada perspectiva androcéntrica en una afirmación general sobre los seres humanos. Este autor añadió muchos más ejemplos de esta confusión en El español, una lengua no sexista (trabajo publicado en Internet), y otros lingüistas han insistido en ella. Explicaba García Meseguer que son sexistas, y por tanto discriminatorias, frases como ‘Los ingleses prefieren el té al café, como prefieren las mujeres rubias a las morenas’, pero también aclaraba que no lo es, en cambio, formar construcciones genéricas con artículos determinados o cuantificadores en masculino, como en ‘Todos los que vivimos en una ciudad grande’.
“Aplicando el verbo visibilizar en el sentido que recibe en estas guías, es cierto que esta última frase ‘no visibiliza a la mujer’, pero también lo es que las mujeres no se sienten excluidas de ella. Hay acuerdo general entre los lingüistas en que el uso no marcado (o uso genérico) del masculino para designar los dos sexos está firmemente asentado en el sistema gramatical del español, como lo está en el de otras muchas lenguas románicas y no románicas, y también en que no hay razón para censurarlo. Tiene, pues, pleno sentido preguntarse qué autoridad (profesional, científica, social, política, administrativa) poseen las personas que tan escrupulosamente dictaminan la presencia de sexismo en tales expresiones, y con ello en quienes las emplean.”
¿Verdad que sí?

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