Por asuntos personales que he tenido que atender últimamente, obligadamente entonces, de un tiempo para acá he guardado una más que prudente distancia de la red social Facebook. Y desde antes del escándalo de filtración de datos personales de Cambridge Analytica, que comprometió la información personal de más de 80 millones de norteamericanos, 87 para ser exactos, que podrían haber sido manipulados mientras decidían su voto en las elecciones que ganó Donald Trump.
Presumiblemente, entre 2015 y 2018, esta red social masiva multinacionalmente, ha permitido a miles de aplicaciones en todo el mundo acceder a datos de usuarios y de sus amigos. Ha sido la súper carretera de la información a través de la cual se replicado y vuelto a replicar desde el discurso islamofóbico que ha alimentado el genocidio en cualquiera de las zonas de conflicto del planeta, y ha creado una máquina adictiva que ha contribuido a la crispación del debate público.
También, esta red ha sido acusada de guardar las llamadas y SMS de los usuarios de plataformas Android, qué es eso, no me pregunte porque no sé, pero la cosa no para ahí, igualmente se les acusa de escanear los chats e imágenes de conversaciones privadas en Messenger. Y por supuesto, ya ni hablar del tiempo que se malgasta en la plataforma, del inconveniente que puede suponer cuando buscas trabajo (teniendo en cuenta el fácil acceso que hay a tus datos) y de la insatisfacción y frustración que genera, según varios estudios, en aquellos que observan la vida de terceros que parecen vivir en el paraíso.
Pero digamos que a mí en lo personal eso no me preocupa tanto, soy partidario de que cada quien su vida. No me gusta hablar de mi vida privada y soy partidario de que las cosas personales, de la puerta de la casa de uno hacia adentro. Sin embargo sí creo que las redes sociales, particularmente Facebook, es una plataforma que lo acerca a uno con nuestros seres queridos distantes, amigos, conocidos, ex compañeros del colegio y de las distintas etapas de la vida, pero hasta ahí, nada más.
Lo que ya me está costando trabajo soportar es la difusión de imágenes violentas, de sucesos reprobables, de las fake news, que en estas épocas de elecciones se difunden como papas calientes. La verdad las detesto, las deploro, no las soporto. Me gusta el Facebook que difunde notas culturales, conciertos, vídeos de lugares inhóspitos, de noticias y sucesos históricos, que reproduce documentales, vídeos inéditos, etc., pero de ahí en fuera, las oculto o las dejo de seguir.
En estas épocas los seguidores de ciertos candidatos se han vuelto en especialistas de difundir cualquier tipo de barbaridad, les doy la vuelta. Me parece que no podemos prescindir de una herramienta tan poderosa como Facebook, Zuckerberg nunca se dio cuenta de los alcances de la plataforma cuando la creó. Es una formidable herramienta de dispersión de información, que puede reforzar lazos de amistad y el contacto con los que están lejos. Te permite acceder a las noticias que le interesan a tu gente, que, a cambio, puede contener la mitad de tu vida, tus contactos, recordatorios, eventos, cumpleaños de amigos. Es una plataforma que se ha vuelto indispensable para muchos pequeños negocios, de un marketing poderosísimo que sirve a los clientes y en muchos países como Indonesia, Egipto, Singapur y Myanmar es sinónimo de Internet.
Hay que regular a la red, limitarla, quitarle ese elemento latente hasta hoy de perdurabilidad.
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