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ADRIÁN RUIZ / FOTO: 20TH CENTURY FOX

La película Isla de perros (Isle of dogs) tras abrir el Festival de Berlín, en donde ganó el Oso de Plata a Mejor Dirección, su director Wes Andersonestrena la que es su segunda cinta animada.

En su historia, el realizador texano de 49 años teje una fábula social con tintes futuristas en oriente.

Aquí la reseña.

Título: Isla de perros.

Director: Wes Anderson.

Elenco: Voces de Bryan Cranston, Bill Murray, Jeff Goldblum, Greta Gerwig, Liev Schreiber, Bob Balaban y Tilda Swinton.

Después de El fantástico Sr. Zorro, Wes Anderson está de regreso en la animación, de nueva cuenta bajo la técnica stop motion para contar una fábula con tintes futuristas y políticos. En medio de un Japón sobrepoblado por perros, en alrededor de unos 20 años, el Mayor Kabayashi, con ciertos aires al actor Toshiro Mifune, da la orden de que estos seres sean exiliados y puestos en cuarentena en la Isla Basura, poniendo como pretexto una gripe canina.

En medio de la hambruna, sirviendo esto como carta de presentación en el filme, la cinta irá tomando forma después de la llegada en avión de Atari, un niño de 12 años, sobrino del villano del cuento, quien sólo tiene como anhelo el reencontrarse con Spots, su fiel amigo. De este modo se emprende una travesía en el que este infante, en compañía de cinco perros alfa condenados al exilio y la exclusión deberán hallar sus destinos.

En su segundo trabajo en animación, Anderson cimienta una obra pop en todo su esplendor, ayudándose de piezas cinematográficas orientales de Akira Kurosawa, se citó antes a su actor fetiche Toshiro Mifune, con quien trabajó en varias cintas y como dato curioso este histrión se puso bajo las órdenes del mexicano Ismael Rodríguez en Ánimas Trujano, pero más allá de esto, también saltan a la vista referencias a cintas como El cielo y el infierno, Los siete samuráis o Kagemusha (La sombra del guerrero); asimismo saltan algunas reminiscencias a la obra de Hayao Miyazaki; todo esto aderezado por el estilo propio de Anderson como lo son los planos simétricos en el frente, con ciertos recargos visuales.

Mientras que los humanos hablan en japonés, sin ningún subtítulo, los perros hacen lo propio en inglés, con sus respectivas traducciones, poniéndonos así en la perspectiva de los protagonistas y sirviendo esta narración como una metáfora de segregación a las minorías en el que la solución es la lealtad, la amistad y el amor, como se va construyendo al transcurrir el relato.  

Los personajes caninos nos pueden llegar a evocar a Los excéntricos Tenenbaums o al Viaje a Darjeeling, en donde los personajes tienden a ser caricaturescos, pero con su dosis de humanidad, esto se delinea a la perfección gracias al ramillete de doblaje en inglés que es inmejorable, sobre todo Bryan Cranston, este hecho que se acrecienta aún más en las miradas de estos perros, aunque suene contradictorio.

Anderson se hace ayudar por la ironía, siendo este el fuerte del filme en su sentido del humor, así como por el score de Alexandre Desplat, quien acaba de ganar el Oscar por La Forma del agua, el francés se hace ayudar en su banda sonora por tambores taiko, pero con ciertos elementos de orquesta inyectando así un personaje más a esta aventura.

Aunque perecería un filme perfecto, y apto para hacer ladrar a cualquier cinéfilo, con viñetas en la manipulación mediática, la corrupción, entre otros asuntos; hay unos tropiezos en la trama que no la hacen correr como un galgo, pese a su maestría en forma y técnica, el, pero recaería en algunos flashbacks de los personajes, tienden a entorpecer el relato y no aportan nada al mismo, haciéndose un tanto redundante y un poco aminorar el entusiasmo por la trama.