José María Alfaro Guiles

Estaba tan seguro de poder volar un globo aerostático con aire caliente que se dedicó en cuerpo y alma a este proyecto, invirtiendo parte de los recursos con los que contaba producto de la hipoteca de su casa. Enfrentó escasez de materiales aptos para llevar a cabo su plan, pero lleno de creatividad e ingenio avanzó con decisión hacia su meta.
Los primeros globos en miniatura los hizo de papel, experimentó variadas técnicas y materiales hasta que al fin una tarde logró elevar su primera esfera. Por las noches de luna en Xalapa, volaba sus pequeños y livianos globos iluminados en su interior, observando la dirección que tomaban, en un espectáculo que era muy apreciado por los habitantes en la tranquilidad del apacible sereno; lleno de fragancias expelidas por los jazmines, madreselvas y otras aromáticas flores.
El peso de la enorme vejiga a inflar dependía del material utilizado, por fortuna unos largos lienzos de raso traídos del viejo continente era el posible material y empezó a experimentar con él. Finalmente quedó listo su artefacto volador de 18 varas castellanas, hecho con todo el cuidado por este hombre de 36 años.
Antes de que saliera el crepúsculo del 18 de mayo de 1784 el valiente y decidido José María Alfaro Guiles salió del rumbo de la cofradía de San José, sus nervios iban en aumento, se percibía un ambiente festivo en un espectáculo que ningún habitante de Xalapa quería perderse, acercandose tímidamente los habitantes al vallecillo hasta llegar a congregar a casi la totalidad de la población, los habitantes aún incredulos veían la base del globo con una boca fomada por un aro hecho del mismo material que el cesto, después varias cuerdas sujetando la cesta circular. Los pobladores veían asombrados este raro armatoste y se resistían a creer que una cosa tan absurda extendida en el pasto se pudiera inflar y mucho menos volar, para cuando los primeros rayos del sol hicieron su aparición una especie de quinqué gigante soltaba ráfagas de fuego, el aire caliente entraba a la boca de la tela impermeable, poco a poco se fue hinchando esa enorme bola ante la expectación de la multitud que no daba crédito a lo que veía. A medida que se cargaba de aire liviano perdía su posición horizontal y tomaba una forma diferente, lentamente empezaba a erguirse alcanzando su aspecto definitivo, cuando llegó a la cúspide de su llenado la gente aplaudió sin parar, una parte de la hazaña se había realizado, pero aun vendría lo mejor.
El momento más espectacular fue cuando el científico Alfaro subió a la cesta, le hicieron llegar una frazada y fruta para el viaje, pensando con inocencia que pasaría largo tiempo flotando en el aire. Todos guardaron silencio, salió otra bocanada del recipiente haciendo un bufido que alejó a los que se atrevieron a acercarse.

El momento había llegado, se despegaban del suelo para vivir una experiencia inolvidable al elevarse por los aires, primero a escasos tres o cuatro metros sobre el piso, así se deslizó de forma horizontal unos veinte metros ante la algarabía de la gente que por primera vez miraba una nave volando con un ser humano y no solo para ellos fue una hazaña inigualable, después se enterarían que era el primer hombre en hacerlo en todo el Continente Americano.
Los chiquillos quisieron seguirlo a la carrera pero fue imposible, las señoras impresionadas al ver que el globo giraba y a veces parecía brillar; primero subió lentamente, al alejarse de la multitud el insigne científico que se fue haciendo cada vez más pequeño, yéndose por el rumbo de los maizales cerca de las lomas, tomando mayor altura, en pocos minutos lo vieron alejarse hasta perderlo de vista siguiendo el rumbo de Coatepec.
A pesar de que no soplaba un viento fuerte, en poco más de veinte minutos se encontraba en la cercanía del caserío, el aire caliente empezaba a escasear, el globo a perder altura, fueron momentos de angustia, veía como las matas de caña y las anchas hojas de plátano parecían saludarlo y cada vez se acercaban más, la gente empezó a salir de sus viviendas, agitaron sus sombreros al aventurero, las mujeres miraban al cielo con discreción, los niños felices querían ir a recibirlo. Alcanzó a mirar el rio Consolapa, con lágrimas brotando de la emoción, se acercó al final de su travesía, el júbilo era indescriptible, bajó de golpe sobre unos matorrales, afortunadamente sano y salvo, en seguida fue auxiliado por los hospitalarios habitantes de Coatepec y no pasado mucho tiempo hicieron su arribo los xalapeños que aun entusiasmados querían seguir siendo testigos de esa gran hazaña.
José María Alfaro Guiles, fue un maestro de las artes y restaurador nacido en 1748, desde muy pequeño se trasladó con su familia a vivir al pueblo de Xalapa. En su juventud viajó a España para perfeccionarse como maestro de las artes en pintura, escultura, arquitectura y laminador por un período de seis años regresando a Xalapa.
Trabajó en el mantenimiento y remodelación de la Catedral de Xalapa, le tocó la conclusión de la torre de 50m en 1778, dirigió la obra gracias a sus conocimientos de arquitectura, restauró el reloj inglés que dejó de funcionar una tarde de espesa neblina. En el año 1808 el ayuntamiento sabiendo sobre sus conocimientos, le hace el encargo de construir los estrados para la celebración de la proclamación de Fernando VII de España a efectuarse en el mes de mayo en la plaza del Rey, trabajo que concluyó con éxito.
Fue un hombre muy conocido y respetado por la comunidad del pueblo de Xalapa. El 2 de julio de 1813 a la edad de 63 años muere el destacado hijo adoptivo de tierras veracruzanas desde los cinco años de edad. En su acta de defunción se menciona que no dejó testamento por ser pobre, dejando viuda a doña Gertrudis Díaz de la Cueva.
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