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La Jornada

Tres días pasaron antes de que los habitantes de Masaya se volcaran sobre sus calles para recibir a una comitiva de la Arquidiócesis de Managua encabezada por el cardenal Leopoldo Brenes, un sacerdote cuya cabellera recuerda a Albert Einstein. Pueblo religioso, los masaya recibieron a la cúpula eclesiástica del país en olor de multitudes y lanzando sin cesar consignas contra el presidente Daniel Ortega mientras la acompañaban, estableciendo un tupido escudo humano, hasta el corazón del barrio indígena de Monimbó, símbolo nacional de la resistencia desde tiempos inmemoriales.

“Ni un muerto más”, fue la consigna lanzada sin cesar por una multitud enardecida que portaba la bandera blanca y azul de Nicaragua. Desde hace un rato, la rojinegra sandinista está ligada estrechamente a Daniel Ortega y a su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo. La revuelta contra el poder cambió de bandera.

Desde muy temprano de este jueves, Monimbó despertó con el ruido de las palas excavadoras y los balazos de policías antimotines (antimontones, los llaman) y los paramilitares que tenían el objetivo de levantar las barricadas que ya son paisaje ligado a este barrio bravo. Los curas llegaron después de una ceremonia en la catedral de Managua -esperpento arquitectónico donde los haya- y llegaron acompañados por decenas de sacerdotes y periodistas pasadas las once de la mañana.

A partir de Ticuantepe la presencia de policías y paramilitares fue una constante. No escondieron su sociedad de intereses, nada les importó que el cardenal Bremes y sus acompañantes los vieran. La novedad fue que todos los paramilitares llevaban playeras blancas, solo les faltó un pañuelo amarillo para dar la bienvenida al nuncio apostólico de Roma, Waldemar Stanilaw Sommertag, recién aterrizado en este convulsionado país.

La representación episcopal fue llevada hasta el Colegio Salesiano, ubicado en Monimbó, sorteando una cadena de barricadas levantadas con los adoquines de las calles. No se tocó ninguna, y el cardenal y su séquito fueron vadeando los incontables obstáculos hasta llegar a la Iglesia del colegio. En el camino se desataron las voces que advertían sobre la presencia de francotiradores y, en efecto, en una torre de comunicaciones de la empresa Claro, de Carlos Slim, pudieron verse a tres sujetos encaramados y enmascarados en lo más alto de la torre. Y los curas pidieron calma.

Y la comitiva en calma siguió hasta su destino donde se vivió el clímax mañanero con la gente absorta escuchando las palabras de los tres sacerdotes que hablaron: el cardenal Brenes, el obispo auxiliar de Managua, Silvio José Báez, natural de Masaya y, tal vez por eso, el prelado que prendió a las masas ahí presentes, y el Nuncio de Roma, cuyo color de piel ya había pasado del blanco al rojo.

Pero tal vez el momento culminante en Monimbó fue cuando el comisionado de la Policía Nacional, Ramón Avellán, accedió a reunirse con Bremes para comprometerse, a pedido del Cardenal, a que libere a la brevedad a los detenidos en Masaya, Masatepe y Nindirí, pueblos vecinos. “Mañana”, prometió el jefe Avellán, no muy convencido.

Pero unas horas antes de la llegada de la comisión eclesiástica, Monimbó era sometida a un acoso inclemente de antimotines y paramilitares. Tras las barricadas de adoquines, que pueden derribarse a empujones, la resistencia se batía cambiando de posiciones y lanzando sus modestos morteros artesanales. Pero el valor que le ponen al combate es incomparable.

Poco más de cuatro horas después de la refriega -dicen que hubo dos muertos- llegaron el cardenal Brenes y los demás. Sin pena, a la entrada principal de Masaya estaban policías nacionales y sus socios paramilitares quitados de la pena y observando despreocupados la llegada de los invasores con sotana.

Pero ya dentro de la ciudad, antes de llegar a Monimbó, hay que pasar a un paso de la sede de la Policía Nacional, y ahí el aire se sentía cargado porque no pocos elementos tenían sus dedos apoyados en los gatillos de sus armas largas. La gente les gritaba sin cesar provocándolos. Por suerte no pasó a mayores.

Parece claro que Daniel Ortega no piensa quitar el pie del acelerador porque, mientras los curas estaban en Monimbó, cerca de 100 policías fueron desplazados a la vecina ciudad de Granada con el encargo de limpiar la importante localidad de obstáculos.

Poco antes de abandonar Masaya, el cardenal Brenes informó que el diálogo nacional seguirá congelado hasta conocer el informe que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) rendirá mañana sobre Nicaragua. Ese diagnóstico marcará la hoja de ruta a mediano plazo.

Desde la calle da la sensación que este país no puede aguantar mucho tiempo más una crisis cuya magnitud crece cada día.