Es curioso cómo todas poblaciones, o al menos muchas que yo conozco, tienen un sello característico que las distingue. Puede ser un especie de árboles, Tehuacán por ejemplo, los gigantescos laureles de la India que había en su jardín central –ahí al zócalo o parque central así le llaman-; alguna planta o flor en específico como a Cuernavaca la distinguían hace mucho tiempo las bugambilias, que en la ‘ciudad de la eterna primavera las había en todas sus tonalidades adornando sus parques y camellones, a Xalapa misma la distingue una conífera frondosa como la araucaria, que aunque es una especie exótica, ha adquirido una especie de certificado de origen de la ciudad capital, y así podríamos seguir hablando de otros sellos distintivos. En mi ciudad natal, no hay una planta o árbol en particular, se podría decir de la jacaranda, pero desafortunadamente no quedan muchas, aunque hace muchos años había algo en particular que distinguía a Córdoba, y ese algo era el olor de la semilla del ajonjolí tostado y molido que despedía la antigua fábrica de aceites ‘El faro’, que hace unos cuarenta años se ubicaba dentro de un perímetro céntrico de la ciudad, luego entonces en plena época de tueste y molienda inundaba con su exquisito aroma a buena parte de la zona urbana del pueblo. Quien habrá presenciado alguna vez cómo se elabora el famoso ‘moli’ huatusqueño llamado Tlaltonile, que se elabora a base de semillas de ajonjolí y de calabaza doradas y molidas, sabrá muy bien de lo que estoy hablando, de un aroma incomparable que durante muchos años perfumó a la ciudad de Córdoba. Con la construcción del parque industrial en la época en la que fue su presidente municipal el Lic. Héctor Salmerón Roiz, la antigua fábrica de aceites ‘El faro’ se trasladó a esa área especialmente dispuesta para la instalación de factorías industriales. Otra cosa que caracterizaba a la fábrica, es que a las 7 de la mañana sonaba una chicharra que anunciaba el inicio de labores y a las 3, puntualmente, el horario de salida y terminación de la jornada laboral. Este sonido, que se oía en todo el rancho, marcaba el inicio de actividades escolares de las familias cordobesas. Lo escribió Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.