La frase amaos los unos a los otros pronunciada por el Maestro Jesús es muy sencilla, de un profundo significado pero muy difícil de cumplir sino la humanidad sería diferente. Hoy, en estos momentos que estamos viviendo, en el país y en el mundo, quiero compartir con ustedes las siguientes reflexiones.

En la vida, es importante manifestar un gran amor por la humanidad empezando evidentemente por las personas más próximas. Esta actitud contribuye a crear vibraciones positivas que atraen la suerte. Sin embargo, a menudo, esta bonita intención es ineficaz por una buena y simple razón: para querer a los demás, es necesario de entrada quererse a uno mismo. Esta es la base de una vida simple y feliz. Aprender a querernos.

Sin duda, hemos oído o aprendido por las tradiciones que el amor es la más grande y más potente de las fuerzas.

Esta aseveración es del todo cierta porque si conseguimos “impregnar” de amor todos nuestros pensamientos, palabras y actos, ¡podremos llevar una vida más agradable, atraer el amor, resolver nuestros problemas más fácilmente y conseguir alcanzar todos los objetivos en todos los terrenos! Todas estas afirmaciones son exactas… Sólo que en la práctica, no siempre es fácil aplicar estas buenas resoluciones.

Si todo el mundo está, en general, de acuerdo en amar a los demás y/o hacerse amar, en realidad, cuando se trata de materializar este buen sentimiento, muchas personas nos bloqueamos y no llegamos a traducir en actos este amor que es ciertamente la energía más positiva y más constructiva que existe en el mundo la cual nos permitirá realizar todos nuestros deseos.

Pero para querer a los demás, es necesario quererse de entrada a uno mismo y a menudo es ahí donde las cosas se complican. ¡En efecto, pocas personas se quieren a sí mismas o saben cómo hacerlo para conseguirlo! Quererse de entrada a uno mismo es por tanto la base de todo amor a los demás.

No consiguiendo querernos a nosotros mismas, la mayor parte de las personas no llegamos a querer a los demás, o nos forzamos a amarlas de forma artificial y esto no dura mucho. Un amor forzado no da jamás nada y termina siempre por marchitarse y morir.

Aprender a quererse a uno mismo, consiste fundamentalmente, en aceptarse como uno es.

Aceptarse a uno mismo quiere decir tener conciencia de nuestras cualidades pero igualmente de nuestras debilidades. De hecho, hay que aceptar que no se alcanza la perfección ya que somos seres humanos.

¡Un ser humano es débil y es eso lo que justamente le da su fuerza! Para querernos, debemos aceptar y trabajar nuestras debilidades para convertirlas en virtudes.

La etapa principal que permite quererse a sí mismo es por tanto, de entrada, no rechazar quiénes somos con todos nuestros defectos. Esto no es siempre fácil porque si bien es más cómodo reconocer nuestras cualidades, es generalmente difícil admitir y reconocer nuestras debilidades.

Encontrar nuestras debilidades es igualmente a la vez simple y complicado en función de nuestro estado de ánimo. ¡Si nos resistimos negando o rechazando ver y aceptar nuestras debilidades, no haremos ningún progreso y continuaremos sin querernos ¡En estas condiciones, no podremos querer a los demás!

Recordemos siempre que querer a los demás no es simplemente un consejo prudente o una obligación moral sino un medio práctico y verdaderamente eficaz de mejorar nuestra existencia, tanto físicamente (la salud) como materialmente (resolver nuestros problemas y ganar más dinero). Quererse a sí mismo es uno de los secretos básicos de la felicidad.

Aceptarse a uno mismo permite aceptar a los demás

Querer a los demás quiere decir igualmente aceptarlos tal como son, dicho de otro modo admitir que como nosotros, ellos tienen ciertas debilidades y son humanos también. Ellos poseen igualmente sensibilidad.

Aceptar nuestras debilidades permite aceptar las debilidades de los demás y no mirarlos por encima del hombro. La aceptación de sí mismo permite permanecer humilde.

El hecho de permanecer humilde, de reconocer nuestras debilidades y aquellas de los demás permite ser humanos, compadecer e interesarse sinceramente por los demás y sus problemas.

Esta actitud permite desarrollar una verdadera compasión por los demás, tomar conciencia de sus preocupaciones y reconocerlos como hermanos y seres humanos. Esta concepción de las cosas mantiene la llama de la humanidad en cada persona.

Mantener la llama de la humanidad nos impide caer en la indiferencia y el egoísmo que son los principales signos de la deshumanización de una persona.

Querer a los demás consiste por tanto en reconocer el hecho que ellos pueden tener debilidades como nosotros y mantener la conexión sutil que existe entre todos los humanos.