Nadie debería sorprenderse de la real posibilidad de que se realicen cambios profundos en el fondo y las formas de hacer política en México. Es indispensable modificar de raíz sus prácticas y sus modos. Llegamos a excesos casi inimaginables en los Partidos y la clase política. El desprestigio y repudio a lo que se volvió mercantilismo y prostitución fue más que evidente en la reciente elección federal. Por eso el mandato tan firme y fuerte hacia una regeneración de la vida pública nacional. Una abismal mayoría de votantes se pronunció contra el gradualismo, las formas coaligadas y los cambios «gatopardistas». Por cierto, no es un planteamiento ideológico ni de mayores alcances democráticos pronunciarse contra la corrupción y a favor de la austeridad. En México, por la herencia patrimonialista de la Revolución, el ejercicio de la política se desvirtuó hasta volverse en una pesada carga para las instituciones, los poderes y el funcionamiento de la sociedad. No llegaban a ser autoridades o representantes populares, en general y como regla, los más capaces o los más honestos. Desvirtuada la política, contaminado lo público, todo se volvió simulación; para gobernar mal y de espaldas al interés general, ya no fue indispensable ser del partido tricolor, pues la totalidad de formaciones políticas se uniformaron en las prácticas de la corrupción y el derroche. El ciudadano común veía con rabia como sus «representantes» se volvían ricos mientras hablaban de los pobres y el pueblo.

Las formas actuales de la política son una herencia del patrimonialismo, el control caciquil, la más absoluta impunidad y la fusión de lo público con lo privado. Al volverse clase política, con márgenes gigantes de impunidad, los políticos se echaron en brazos de la simulación y se alejaron de los intereses de la gente; se volvieron representantes de sí mismos. Esa es una de las crisis mayores de México, un auténtico problema de corte estructural. Por supuesto que esas condiciones impactan en todos los órdenes: obras de mala calidad, escuelas y hospitales precarios, impunidad, convivencia de policías y ladrones, servicios públicos deficientes, etc. La corrupción también mata, mientras que el derroche desalienta y fomenta el cinismo…

Lo que siempre se bloqueó, hasta hacer creer que los bloqueados estaban mal, ahora se puede lograr y volverse realidad: una camada de políticos austeros que asuman su labor y oficio con la convicción de ser servidores públicos. Es estimulante ver anuncios de propuestas de austeridad en los Partidos políticos, en órganos autónomos y en los poderes. Sin menoscabo de sus autonomías y las altas funciones que desempeñan, es totalmente viable hacer recortes en sus presupuestos para utilizar esos recursos en desarrollo social. Es así por su desmesura, es efecto de una absoluta desconsideración hacia los problemas de México. Ya habrán otros momentos de normalidad donde se regularicen los presupuestos. Por el momento, por salud pública, hay que quitarle la pura inspiración económica a la clase política. Si a los partidos políticos se les disminuyen sus privilegios, vendrán políticos nuevos y con otra visión. Indigna, sin exageración, ver cómo han saqueado al país, en particular a Veracruz, y siguen tan campantes.

A la austeridad por venir hay que agregar formas democráticas, libres, informadas y plurales para no caer en tentaciones caudillistas y derivar en simulaciones. La pulcritud política solo será virtud y tendrá un valor social si no se convierte en las claves del discurso partidista, por tanto faccioso y de poder.

Recadito: el paquete de gobernar Veracruz, puede quedar grande o chico…

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