Hace poco, antes de la pausa que me vi obligado a hacer de casi mes y medio en mis entregas periodísticas, publiqué una columna a la que titulé ¡Que otros hagan ciencia, qué caray!, y en ese escrito me ocupé, destaqué y celebré la composición étnica, mayoritariamente de origen africano y/o descendiente de la selección francesa que ganó el pasado campeonato mundial celebrado hace apenas unos meses en Rusia.

Y celebraba tal circunstancia de una selección genuinamente europea como la gala, conformada en su mayoría por sangre africana y asiática cuyas capacidades físicas para la práctica deportiva están más que demostradas. Y decía que, como producto de ello, sentía una conformidad de que las condiciones físico atléticas de esa calidad humana, destaquen de manera tan sobresaliente a partir de que el deporte de élite le abrió sus puertas a la gente de color en toda suerte de competiciones de alto rendimiento.

Decía también que, por lo que hace al gozo y disfrute que representa para los aficionados al deporte ver jugar y competir a las estrellas deportivas negras, en el deporte que quiera usted y mande –con sus raras excepciones-, que de producir ciencia y conocimiento otros se preocuparan y ocuparan, porque por lo que respectaba a un servidor, bastaba con verlos jugar, por ejemplo, baloncesto, el que me diga, son excelsos o ver correr los 100 metros planos a tipos como Usain Bollt, Tyson Gay o Asafa Powell, que los pone uno a correr junto a un guepardo y son capaces de ganarle al animal terrestre m{as rápido.

Y miren, en mi comentario no hay un dejo de discriminación, xenofobia o desprecio por ese grupo humano de características tan definidas como es el de la raza negra, ¡no!, al contrario, es un reconocimiento a su condición superior físico atlética, lo que no es cualquier cosa. Desde que Jesse Owens debutó en los Juegos Olímpicos de Berlin en 1936, en pleno apogeo de la Alemania nazi, pasando por la irrupción en 1947 de Jackie Robinson en el mejor béisbol del mundo, hasta los vuelos imposibles de Michael Jordan sobre la duela del United Center de Chicago, escenario de sus más grandes hazañas, la práctica deportiva es el campo natural de los hombres y las mujeres de color.

Retomo lo anterior por que apenas, el domingo pasado, el keniano de 33 años de edad, Eliud Kipchoge, campeón olímpico de Río 2016, ha batido el récord del mundo de la competencia dejando una marca estelar de 2 horas con 1 minuto y 39 segundos, un minuto y 18 segundos inferior al récord anterior que era de 2:02:57, que estaba en manos de otro keniano, Dennis Kimetto, vigente desde 2014. Récord increíble que pone a la maratónica prueba a menos de dos minutos de que se rompa la barrera de las dos horas en la distancia de los 42 kilómetros con 195 metros.

Este tipo de pruebas atléticas, junto con las de velocidad, son terreno exclusivo de dominación de atletas de color, y la de maratón en especial, la dominan los kenianos. Bueno, y pues ante esto no hay defensa. Es la selección natural de las especies animales –que no se nos olvide que nosotros también somos una especie animal-. El principio ulpianista de dar a cada quien lo suyo, o sea, lo que le corresponde. Por alguna razón, por ejemplo, los judíos han ganado 194 Premios Nobel en las distintas ramas que se otorga desde que fue instaurado, alrededor de 30 en promedio de física, química, medicina y economía.

Y eso no hace a unos mejores que los otros. Los mexicanos por ejemplo, probablemente tenemos la mayor cantidad de campeonatos mundiales de boxeo profesional logrados por encima de cualquier país, principalmente en divisiones inferiores y medias, pero contrariamente a eso, no hemos logrado imponer nuestra jerarquía en el boxeo olímpico, han sido muy magras las preseas ganadas. En el boxeo de paga hasta hemos hecho escuela, ahora que se enfrentaron el Canelo y Golovkin el pasado sábado en Las Vegas por el título mundial de los pesos medios del CMB, resulta que ambos peleadores se enfrentaron con un estilo boxístico al que los conocedores denominan “estilo mexicano”, lo que no cualquier cosa en un deporte que mueve millones de dólares en el mundo.

Entonces y ya para concluir, no concibo la música, el jazz y el blues por ejemplo, sin el concurso de cantantes y músicos negros. Es un terreno natural también para ellos, podría nombrar 100 grandes talentos y no acabaría. Y en el béisbol ligamayorista, Barry Bonds, ostenta el récord de todos los tiempos de más jonrones conectados de por vida: 762, superando al anterior que estaba en manos de Hank Aaron, adivinó usted, otro moreno.

Así es la vida de sencilla, zapatero a tus zapatos.

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@marcogonzalezga