Hace algunos ayeres, el que esto escribe, siendo un chamaco aún, 9 o 10 años escasos, cuando solía acompañar a mi padre a hacer las compras de víveres y enseres para la familia, y cuando de adquirir aceite comestible se trataba, el de guisar como también se llama, se tenía que llevar un recipiente de vidrio de litro, medio o de un cuarto para que se lo despacharan a uno. Los de esta última medida, eran esos frascos de crema vegetal marca Iberia, que en las casas nuestras madres los reusaban casi para todo.

En la zona de mercado de mi pueblo, había una tienda de abarrotes, ‘La Llosa (que es el nombre de un municipio de la provincia de Castellón en la Comunidad de Valencia), en la cual solía hacer mi padre el mercado. En esa abarrotera se despachaba directamente de un tambo de lámina como de 200 litros, la cantidad de aceite comestible que el cliente requería, repito, un litro, medio o un cuarto, éramos poquiteros en casa. El tambo tenía empotrada una bomba de manivela y de esa forma se llenaban a mano los envases de vidrio con el líquido amarillo cristalino.

A granel vendían el frijol, arroz, azúcar, pasta para sopa, que casi siempre era fideo, moño o almejitas, jabón para lavar en polvo, uno o dos kilos de huevo, queso fresco y/o Cotija –para las picaditas caseras-, y ya en el mercado se compraban las verduras, legumbres y vegetales que componían la dieta media de mi hogar por aquellos gloriosos años. La leche bronca de vaca la pasaba a dejar el lechero a lomo de caballo o mula, diestro en el manejo del ‘litro’, no le fallaba el pulso cuando la servía en las ollas panzonas de peltre, de las azules, con su asa de alambrón negro reforzado.

En ese entonces no había la variedad de productos que hay hoy en cualquier supermercado. En las casas muy muy a lo mejor había un queso de bola holandés, aceite de oliva español de la marca Ybarra y una mantequilla de leche de vaca que venía en una lata azul, y párele usted de contar. Productos que se compraban con los fayuqueros que los traían de Chetumal.

Para tomar en las casas había cerveza Victoria, que en la mía nunca faltaba en cartón de 24 cuartitos. También había vermut Cinzano, aguardiente de caña con nanche endulzado, y ya en las casas de pipa y guante como no era la mía precisamente, había algún tequila, Sauza, Hornitos o Cuervo, que eran las marcas dominantes. Nunca debía faltar por supuesto ‘hierba maistra’, que era una infusión milagrosa que servía para curar todos los males, principalmente los sustos.

Así era la vida de sencilla en aquellos hermosos años del blanco y negro. La gente mayor tomaba Barcardí blanco con Coca, ron Potosí, brandy Presidente o Don Pedro. Había otro que dizque se hacía con 7 kilos de uva, el San Marcos, que elaboraban en Aguascalientes, era dulcísimo y también malísimo. Estaba el ron Castillo y el brandy Viejo Vergel, que según era de mucha categoría. Pero la verdad es que todo lo que se tomaba en esos años, y perdón, que nadie se ofenda, era pura ‘marranilla’. Era mejor no consumir bebidas alcohólicas porque las nacionales eran de pésima manufactura, con sus honrosas excepciones.

Pero siempre estaba el ‘mercado negro’, en donde se podían encontrar escoceses como Old Parr, con su botella ámbar y tapa de presión, Buchanan’s, el de la botella verde vidrio y el etiqueta roja o negra. El Passport que era muy común, de batalla digamos, y de brandis importados los reyes eran el Fundador y el Terry Centenario, todos se compraban de fayuca atrás tienda y sobre pedido.

Volteo la cabeza hacía atrás y reflexiono: ¡Caray, cómo ha cambiado la vida desde entonces, como de la tierra al sol! El día de hoy es posible encontrar en cualquier súper casi de todo y de medio mundo. Desde perecederos hasta vinos, espumosos, coñacs, whiskys de alta catadura, quesos de oveja y cabra españoles, gorgonzola italianos, camembert franceses, gruyeres suizos y azules daneses, aceitunas griegas y olivos italianos. De todo como en botica.

Hoy por eso ya nadie compra joyas o relojes caros como se hacía antes. La gente, y me incluyo, el poco dinero que tiene prefiere comérselo o bebérselo… y me parece que hace (mos) bien.

¿O no?

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@marcogonzalezga