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La Razón Online / Celia Maza

Según Françoise Gilot, que vivió con Pablo Picasso en los años 40 y 50, el artista era como Barba Azul, el asesino en serie de la leyenda popular que mató a sus muchas esposas. En su libro de memorias Vida con Picasso, la pintora recordó haber visitado el castillo del pintor en Boisgeloup, al noroeste de París: “Empecé a tener la sensación de que, si miraba en los armarios, encontraría las cabezas de media docena de sus ex mujeres”, escribió.

Lo cierto es que pocas de las compañeras de Picasso tuvieron un final feliz.

Tanto su amante Marie-Thérèse Walter como su segunda esposa, Jacqueline Roque, se suicidaron. Sin embargo, hubo una que se cruzó en su vida, sobrevivió y salió sin un solo rasguño emocional: Sylvette David. “Fueron unos meses, una estrella fugaz. Pero, pese a su fama terrible, conmigo siempre era amable, educado y delicado. Sin duda, el hombre más atento que he conocido en mi vida”, explica a La Razón. “Lo que se creó entre nosotros fue más una relación de padrino y ahijada que de amantes”, matiza.

Lydia Corbett (cambió su nombre cuando se divorció de su primer marido) tenía tan sólo 19 años cuando conoció a Picasso en la primavera de 1954. El artista, que en aquel momento tenía 73, quedó impactado por su belleza y la convirtió en musa de 60 de sus obras. Así fue como la tímida joven se convirtió en la ‘chica de la cola de caballo’, un auténtico ideal femenino que influyó hasta en la mismísima Brigitte Bardot. “Fue mi padre quien me sugirió ponerme así el pelo para parecer una diosa griega. Jamás pensé que fuera a tener tanto impacto”, matiza.

La experiencia de Lydia se recoge en el libro Yo fui Sylvette: La historia de Lydia Corbett, escrito por Isabel Coulton, su propia hija. En 1954 Lydia Corbett se fue a vivir durante una temporada con su novio Toby Jellinek a Vallauris, en la Costa Azul. Él era un joven artista que hacía muebles de metales forjados. Picasso le compró dos sillas, y la pareja se las llevó a La Galloise, mansión del pintor. “Al cabo de unos días, cuando pasé cerca de su casa, vi por la ventana un boceto en el que me reconocí. Entonces Picasso salió y me preguntó si quería posar para él”, asegura.

Relata que durante las sesiones “No hablábamos. Me observaba con sus oscuros y hermosos ojos. Podías ver su alma a través de ellos. Me dio confianza en mí misma y fue un paso para ser fuerte, porque antes estaba aterrorizada por todo”. Aquellos interrogatorios silenciosos quedaron reflejados en la serie de lienzos, donde la retrató en alguna ocasión sin boca.

“Era una manera de meditar los dos juntos. Creo que conseguí hacerlo feliz en aquella época difícil que pasó desde que Françoise lo dejó y conoció a Jacqueline”, detalla.

Uno de los momentos que recuerda es cuando se puso a saltar sobre la cama. “Le parecía divertido y yo ahora lo veo como un intento de hacerme sentir más relajada. Quería que me abriera más con él, pero en aquel momento me sentí muy cohibida… yo tenía novio… ¿quién sabe lo que hubiera pasado si una jovencita se pone a saltar en la cama con Picasso?”, dice con una pícara sonrisa.

El museo alemán Kunsthalle organizó en 2014 una muestra llamada Sylvette, Sylvette, Sylvette: Picasso y la modelo, en la que reunió, por primera vez, la serie completa de obras de Picasso con la ‘chica de la cola de caballo’. La exposición abarcó pinturas, dibujos, esculturas de metal y cerámica, algunas de ellas nunca mostradas.

Durante aquellos meses de 1954, el artista experimentó con varias técnicas y estilos. Convirtió la figura de la musa en obras realistas y también cubistas y abstractas. Para la serie de retratos recurrió a la grisalla, la técnica pictórica que emula el relieve escultórico empleando sombras de una misma gama de colores, en este caso los grises. Fue el momento en que hizo sus primeras piezas de metal doblado y pintado, que borraban la frontera entre la escultura y la pintura.

Foto: Pinterest