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La Jornada / José Antonio Román

Avanzados análisis de ADN demuestran de manera científica que poblaciones indígenas de América del Sur contribuyeron a la mezcla genética de las islas más del remotas del Océano Pacífico, mediante un evento de contacto hace aproximadamente 800 años, entre nativos del territorio que actualmente ocupa Colombia y antiguos navegantes Polinesios, antes que poblaran la Isla de Pascua (Rapa Nui, nombre nativo), ubicado a casi cuatro mil kilómetros de las costas chilenas, país al pertenece desde 1888.

La investigación, liderada por el Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad (Langebio) del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), es publicada este miércoles por Nature, una de las más prestigiosas revistas científicas a nivel global, y en ella se establecen “evidencias concluyente” que este contacto también se dio en otras cuatro islas polinesias. La más antigua en Las Marquesas del Sur, alrededor del año mil 150 Después de Cristo.

En entrevista, Andrés Moreno Estrada, investigador del Cinvestav y líder proyecto, explicó que los resultados de la investigación iniciada hace siete años fue posible esencialmente al cruce de datos y estudios genómicos que el Langebio ha elaborado de los pueblos nativos u originarios del continente americano, y que conforman la base de información más grande y amplia a nivel global de estas poblaciones.

Las pesquisas analizaron la variación de todo el genoma en individuos de las Islas de la Polinesia -ubicadas en medio del Océano Pacífico- en busca de signos de mezclas de nativos americanos, analizando 807 individuos de 17 poblaciones de islas y 15 grupos nativos americana de la Costa del Pacífico, particularmente del norte de Sudamérica.

El análisis de todo el ADN del genoma de los ancestros nativos de los isleños del Pacífico cayeron dentro o al lado del pueblo Zenu, una población indígena colombiana, señala una de las conclusiones de la investigación publicada hoy por “Nature”, y que explica el investigador Moreno Estrada en entrevista con este diario, desde la sede del Langebio, con sede en Irapuato, Guanajuato.

Además, aclaró que en el análisis también fueron encontrados componentes europeos y español-europeo, que se dieron a través de la inmigración de individuos chilenos mezclados luego de la anexión de la isla de Pascua por parte de Chile, en el año de 1888.

Sin embargo, la investigación -en la que colaboraron las universidades de Chile y las de Stanford (California), de Oxford (Inglaterra) y de Oslo (Noruega)-, concluye que “los segmentos de ADN de los nativos americanos en individuos Rapa-nui tienen una distribución de longitud agregada que indica el contacto inicial varios siglos antes de que los individuos europeos ingresaran al Pacífico”.

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Moreno Estrada explica que la localización de los ancestros nativos americanos encontrados en Polinesia es consistente con varias observaciones lingüísticas, históricas y geográficas que apoyan un origen en el norte de América del Sur. Un ejemplo, dijo, es la presencia de la batata dulce o camote en estas regiones de la Polinesia, cuando se sabe que es un producto endémico originario de América.

Incluso, el estudio plantea hipótesis que podría haber hecho posible ese encuentro entre los pueblos originarios de Colombia y de la Polinesia. Así, la investigación cita que es en el norte de Perú que la costa del Pacífico cambia de desierto a bosques que son adecuados para la construcción de embarcaciones. “Es del Pacífico de Ecuador y Colombia donde se cree que los viajeros nativos americanos se embarcaron para comerciar con Mesoamérica en grandes balsas de navegación oceánicas hechas de madera de balsa durante el período del año 600 hasta 1200 después de Cristo”.

Y añade: “Simulaciones de viento y corriente desde la costa del Pacífico de Las Américas han demostrado que los viajes a la deriva que parten de Ecuador y Colombia tienen más probabilidades de llegar a Polinesia, y que llegan con mayor probabilidad a las islas Marquesas del Sur, seguidas por el archipiélago Tuamotu”, indica el trabajo publicado en Nature.

Fotos cortesía de Langebio