Carlos Juan Islas
Poeta de la dulzura
Cuentero de la tierra de los papanes
Plantado en la leyenda de Xalapa

Conocí a Carlos Juan Islas hace unos 70 años, yo era bachiller, él era un poco mayor, veinteañero; y leía con deleite los hermosos poemas de la dulcísima poesía que cultivó desde entonces y a la que he vuelto sin mengua de mi placer y admiración a lo largo de mi vida.
Fui su “mecenas” oficioso allá por 1958 cuando le pedí a mi padre “unos centavos” para pagar una modesta impresión de cuentos y poemas de Carlos.
Se lo presenté y le dije este es mi amigo “el indio” Carlos Juan Islas de Papantla, que escribe cosas preciosas…
– ¿Islas de Papantla? Le preguntó, ¿eres algo de Reinerio?
– Sí profesor, es mi papá
Sonriente le respondió mi padre “es mi buen amigo” y “nos refaccionó”…
(Mi padre y don Reinerio tenían entonces liderazgos políticos regionales y en eso andaban).
Aparte de este comentario anecdótico intimista, quiero escribir que la emoción que me producen siempre los textos de Carlos es muy profunda y me llevan al encuentro de estados de ánimo entre la melancolía y la placidez… la tristeza de una ausencia, la añoranza de paisajes queridos sin retorno… lo que se siente cuando se oye un fado sentimental y adolorido… cuando se dicen palabras cristalinas y sinceras de amor… cuando vuela anhelante el pensamiento.
Carlos tuvo y regaló un léxico riquísimo y jugó a su antojo con el idioma que tantos amamos. Cultivó también junto con los Garcimarrero (Magno y Benjamín) la comedia chusca, la crónica pícara, hablada, actuada y escrita, cargada de ingeniosa socarronería, dislates, dichos, metáforas, comparaciones y retruécanos de antología… puro humorismo fino… del que hace reír y también pensar con seriedad y marca rumbo a la crítica constructiva.
Carlos Juan, generoso, prologó en 1973 una segunda edición de un folleto de apuntes sobre la historia de mi pueblo Platón Sánchez, que en 1968 imprimió la editorial Citlaltepec de don Leonardo Pasquel, como una compilación de artículos que a petición de mi madre había escrito yo para la “Revista Jarocha” que a don Leonardo le gustaron y en buenahora ordenó hacer un librito por su cuenta.
En el corto, ceñido prólogo de Carlos que enriqueció el contenido del texto, me encontré por primera vez con la “microhistoria” como concepto y con la obra de Luis González y González contextualizada.
Consiguió Carlos ilustraciones y viñetas de Alberto Beltrán que además de su alto valor intangible, lo tienen ahora también material por su rareza.
En su prólogo me dio una lección de su ilustración y el tamaño y valor de sus apreciaciones de maestro, que han orientado muchas cosas de las que me he ocupado después con la pluma durante largos años.
Recuerdo a mi querido amigo con un sentimiento franco de cariño y admiración… lo recuerdo, discreto, sonriente, hombre decente. Fue eficiente servidor público y consiguió amistad y reconocimiento por donde pasó y entre quienes lo conocieron…
Dejo estas líneas de condolencia sincera a sus hijos Romina y Carlos y a todos los que lo quisieron.

Raymundo Flores Bernal
Zoncuantla, 5 de octubre de 2024