Psicobióticos. Por Pedro Chavarría. El Disector. 21 VIII 25

Hoy disecaremos este término, novedoso, y las condiciones que se asocian con él. Empezamos, como es costumbre, por definir términos. Un psicobiótico se refiere a un conjunto de bacterias benéficas que viven en nuestro interior, particularmente en los intestinos, mejor conocidas como probióticos, pero que coadyuvan en algunos problemas psiquiátricos. Se calcula que albergamos trillones de bacterias. En una población tan asombrosamente grande existe una amplia diversidad de microorganismos, buenos y no tan buenos, y algunos hasta malos.

En realidad, no solo damos cabida a bacterias, también se incluyen otros microorganismos, como arqueas, hongos, virus y protozoarios. Se trata de una comunidad asombrosa, y no solo en intestinos, también en la piel, conjuntivas, encías y algunos estudios describen que hasta en el cerebro. Esta comunidad, de ninguna manera es habitante pasiva, interactúa con nosotros en múltiples formas. Toma parte de nuestros recursos alimentarios y nos devuelve otros componentes bioquímicos que impactan nuestras funciones de muy diversas maneras, para bien y para mal. El ejemplo clásico de bacterias que nos benefician son las productoras de vitamina K, muy importante en diversas funciones, entre ellas, la coagulación sanguínea.

Existen otros grupos de bacterias que generan productos muy interesantes: neurotransmisores, hormonas y citoquinas. Todas estas moléculas tienen funciones de mensajería, son verdaderas órdenes de acción que desencadenan funciones en distintas partes de nuestro organismo, muy señaladamente, en cerebro. Y aquí entra de lleno el término psicobióticos. Se ha detectado toda una red de intercomunicación que se ha llamado eje intestino-cerebro, de doble vía, es decir, fluye información -vía intercambio de moléculas de señal- en ambos sentidos.

Estudios experimentales con ratones han demostrado que si se trasplanta materia fecal -trasplante fecal- de una persona con depresión, los ratones acusan conductas de apatía y anhedonia, se aíslan y dejan de interesarse, por ejemplo, en juegos a su disposición, a los que suelen ser muy afectos estos roedores, curiosos por naturaleza. De ahí surgió la idea de que nuestra flora intestinal, a través de sus productos químicos, influye en nuestra conducta, estado de ánimo y actitud ante la vida.

Normalmente, la llamada microbiota contiene la densa mezcla que mencionamos antes; en ella prolifera una inmensidad de microorganismos que compiten entre sí por los recursos con los que se nutren, que dependen, justamente, de lo que nosotros comemos. Diferentes dietas favorecen más a unas especies bacterianas que a otras. Normalmente existe un equilibrio y la flora debería contener preferentemente bacterias que nos benefician y promueven nuestra salud física y mental. Pero el equilibrio puede romperse y favorecer a bacterias que no nos convienen y hasta nos perjudican.

Dietas inadecuadas por diversas razones y, sobre todo, abuso de antibióticos, alteran la composición de la microbiota. Por eso los antibióticos solo deben usarse cuando realmente se justifiquen, pues además de aniquilar a patógenos invasores, causantes de infecciones que ameritan tratamiento, también afectan a nuestras bacterias benéficas. Restaurar el equilibrio tras la suspensión del antibiótico puede tomar meses, si es que se logra. Algunos microorganismos perjudiciales en extremo, pueden causar tal daño que ponen en peligro la vida y se sabe que estos proliferan por el uso abusivo de antibióticos.

En otros casos, tenemos grupos bacterianos que aprovechan nuestros alimentos de diferentes maneras. Nuestro organismo digiere y absorbe los alimentos; deja algunos residuos que no somos capaces de digerir, por lo tanto, no los podemos absorber ni aprovechar y son eliminados con las heces. Pero hay grupos bacterianos que sí pueden digerir estos residuos y ponerlos a nuestra disposición, con lo cual resulta que aprovechamos mejor los alimentos y de ello, eventualmente, sobreviene obesidad. Tenemos bacterias que nos favorecen la obesidad. Algunas personas que vemos comer mucho y no padecer este flagelo, probablemente tienen flora bacteriana que no aprovecha los residuos, por lo que la persona asimila menos y por ende puede comer más sin aumentar de peso. Otras personas comen menos y ganan más grasa. Desde luego, la obesidad es un problema complejo y estos cambios de flora no explican todos los casos.

Parecería fácil la solución a varios de nuestros problemas, desde físicos, como diversos problemas gastrointestinales y otros, hasta mentales, como angustia, depresión, Alzheimer, otras formas de demencia, Parkinson y más: cambiar la flora intestinal. Pero cambiar trillones de microorganismos, distribuidos entre cientos, o miles de especies diferentes, no es nada sencillo. Ni siquiera los hemos caracterizado a todos. Cada persona tiene una mezcla peculiar. No sabemos tampoco cuáles especies producen qué, ni cómo interactúan entre sí. Pensemos que los resultados que vemos como una enfermedad, no necesariamente se pueden atribuir a un solo factor, sino a combinaciones complejas, con intervención de varios participantes, en diversas intensidades y tiempos de acción. El problema nos supera ampliamente.

Creemos que algún día llegaremos a entender mejor a la microbiota, y entonces podremos manipularla en nuestro provecho, llegando al punto de ofrecer una medicina personalizada, basada en las interacciones favorables con los microorganismos que nos han tomado como nicho ecológico, del cual toman lo que necesitan, según lo que nosotros comemos e ingerimos, alimentos, fármacos, contaminantes y tóxicos. Aún vemos lejano ese día.

Ud. es la persona que es, gracias a su cerebro y a las interacciones con las bacterias que alberga, le guste o no. Quizá su forma de ver la vida y de pensar le venga de estímulos bacterianos sutiles, muy difíciles de identificar y medir. Desde el intestino, a unos cien centímetros de distancia, que para una bacteria que mide milésimas de milímetro, es una distancia inmensa, llegan hasta nuestro cerebro y lo hacen pensar y actuar de diversas maneras. Ud. es, en cierta medida, lo que sus bacterias le hacen ver, pensar, decir y actuar. Suena demoledor, pero es real.

Conviene preguntar: ¿de dónde vienen esas bacterias? La respuesta es muy interesante. Técnicamente,áel líquido amniótico en el cual flota el feto en desarrollo, es estéril, no hay contacto con microorganismos. Al momento del nacimiento se adquieren las primeras bacterias, que de inmediato encuentran en el intestino su hábitat ideal. Entraron por la boca del recién nacido, desde la vagina de su madre, donde predominan lactobacilos y estos serán la primera especie dominante; con el tiempo se irán incorporando otras especies y la diversidad se irá estableciendo. A mayor diversidad de especies bacterianas, y de otros microorganismos, mejor equilibrio, de modo que, bacterias patógenas son contrabalanceadas por muchas más benéficas, que no las dejan prosperar.

¿Y si el niño nació por cesárea? Ya no hubo contacto con la flora vaginal materna. Entonces las bacterias llegarán desde las manos de quienes lo atienden tempranamente: enfermeras, médicos, parteras y su propia madre. Pero será una flora algo diferente. No sabemos en realidad cómo impacta este cambio. Eventualmente se logra la anhelada diversidad bacteriana que nos protege de muchos males. El sistema inmune entra en contacto con esas bacterias, y de algún modo que aún no entendemos bien, reconoce a los habitantes bacterianos y los tolera. Cuando entra en contacto con otras especies desconocidas, las identifica como extrañas y monta una respuesta en su contra, tendiente a eliminarlas. Probablemente muchísimas infecciones potenciales son frustradas así y ni nos enteramos; nunca hubo enfermedad porque  el sistema inmune no lo permitió.

Otras bacterias, potencialmente negativas estimulan de más a este sistema de vigilancia y este responde, lo que para efectos prácticos se traduce en inflamación, es decir, intestino inflamado, mal que aqueja a millones de personas en el mundo, en forma de “Trastornos digestivos funcioales”: dolor, distensión, diarrea, estreñimiento y otras manifestaciones que en realidad no sabemos cómo tratar exitosamente, porque no hemos podido averiguar por qué se producen. Así resulta que la flora bacteriana, de varias, maneras, regula al importantísimo sistema inmune. De no haber flora residente, surgen muchas complicaciones, estudiadas en animales de laboratorio.

Para tener una flora microbiológica residente que nos convenga, deberíamos tener amplia diversidad y cuidarla, muy especialmente no abusando de antibióticos. Muchos problemas infecciosos cotidianos, sobre todo en niños, son virales, transitorios y autolimitados, por lo que no requieren antibióticos. La angustia materna ante fiebres o diarreas lleva a solicitar antibióticos, que hoy solo se expiden con receta. El antibiótico muchas veces perjudica, más que beneficiar.

Otra forma de cuidar la flora residente es con nuestra alimentación. Dietas balanceadas, es decir, sin abusos, preferentemente la llamada “Dieta mediterránea” parece favorecer la salud. Se pueden ingerir, además, probióticos, es decir, cápsulas que contienen mezclas bacterianas que se sabe que son benéficas. No es una receta mágica, no hay combinaciones perfectas ni todas funcionan igual en todas las personas, pero suelen ayudar. Además de los probióticos existen los prebióticos: alimentos que favorecen el desarrollo bacteriano, como es el caso de algunos alimentos como frutas, verduras, legumbres y cereales integrales, así como otros fermentados, como yogur, kefir, chucrut y algunos quesos.

Tampoco debemos entrar en pánico porque la flora bacteriana puede ser una amenaza. Se le ha relacionado con muchas alteraciones físicas y mentales, pero no sabemos bien en realidad si es una alteración asociada con esa enfermedad, o es la causa, o la consecuencia. Si solo es asociada, sirve para buscar a la enfermedad adjunta. Si fuera causa, deberíamos combatirla. Si fuera consecuencia, deberíamos atacar la causa. De modo que, cuando dos fenómenos se identifican juntos (a y b, por ejemplo), eso no quiere decir que a sea la causa de b, ni que b sea la causa de a. Demostrar relación de causalidad suele ser complejo.

Por lo pronto, cuide su flora residente. Coma bien, evite excesos, si no necesita antibióticos o no se los prescriben, no los pida ni se autorecete. Si tiene algún problema del aparato digestivo, pruebe probióticos y prebióticos, si le parece. Si tiene problemas de depresión o angustia, con estrés excesivo y ya está bajo tratamiento, no lo suspenda, agregue pro y prebióticos -psicobióticos- y vea resultados. Se ha reportado que ayudan en algunos casos. En situaciones extremas, un gastroenterólogo o infectólogo, de adultos, o pediátrico, podrá asesorarle e incluso considerar la posibilidad de trasplante fecal, que es un procedimiento que debe manejar un experto. Cuiden las mujeres su flora vaginal: llevan el timón más de lo que parece. ¿Se acuerda de Ratatouille bajo el tocado del cocinero novato, dirigiéndolo desde el anonimato? Así nuestra flora bacteriana, aunque a veces la sopa no sale tan buena.