«La existencia de reglas de juego es una molestia que la clase política ve como un costo de estar en el juego y no como una guía a la que tiene que apegarse sin discusión. Lo único importante es el poder y no hay límite alguno en la lucha por alcanzarlo, en buena medida porque el poder sigue siendo un juego de suma cero. En este contexto, no hay peor enemigo de la clase política que la existencia de contrapesos porque éstos limitan su capacidad de abusar. Lo anterior se deriva de que no hay un reconocimiento de que la mexicana es una sociedad diversa, dispersa y compleja que ningún partido representa a cabalidad. No hay una aceptación de que los partidos representan solo a partes del electorado y que su legitimad se deriva de la construcción de coaliciones gubernamentales y del respeto a los derechos de las minorías. El poder no es absoluto, razón por la cual es imprescindible institucionalizar mecanismos efectivos de representación y de distribución del poder que legitimen al gobernante y al ejercicio del poder». Lo escribe en «Reforma».